23 de diciembre de 2015

Las ciudades, claves para el desarrollo económico regional

El desarrollo económico es una rama de la Economía que estudia la capacidad de un país o de una región para generar riqueza, con objeto de promover el bienestar social y económico de sus habitantes. Surgió tras la segunda guerra mundial para estudiar las causas del bajo nivel de vida en amplias zonas del mundo, como Europa del Este, Asia, África o Latinoamérica, en un entorno de descolonización y de guerra fría.

Todos los estudios sociológicos realizados en los años 60 y 70 del siglo XX resaltaron la importancia del capital humano (el nivel de formación especializada de la población) y del capital social (la colaboración entre dirigentes políticos, empresas y ciudadanos) para un desarrollo económico equilibrado y duradero de una región, buscando el bienestar de sus habitantes. Y evidentemente es en las ciudades, donde su capital natural es el talento de sus habitantes, donde se concentra la inmensa mayoría de los ingredientes para lograr un desarrollo económico satisfactorio de toda la región.

Hace 20 años, en pleno boom de Internet y de las tecnologías de la información y comunicación (TIC) hubo muchos expertos que diagnosticaron el fin de las ciudades y de la relevancia de la localización geográfica, ya que las personas y las empresas (el talento y el capital) iban a ser más móviles que nunca debido a las TIC (smartphones, videoconferencias, etc) y a las posibilidades del teletrabajo. La realidad es que las ciudades han seguido creciendo más que nunca y en los últimos años muchas empresas se han trasladado desde sus emplazamientos semi-rurales al interior de las ciudades. Según el economista británico y columnista del Financial Times Tim Harford lo que han conseguido las TIC es que las ciudades sean un espacio más manejable. En la actualidad tanto los emprendedores como los trabajadores y los jóvenes prefieren vivir en entornos urbanos. En Europa es general la tendencia de centralización del crecimiento en las áreas metropolitanas. 

En lo relativo a desarrollo económico hay que pensar en regional y actuar en regional. Se deben definir claramente los roles de cada provincia y de cada ciudad dentro de la economía regional, para no competir internamente y no enviar mensajes equívocos al mundo empresarial. Una vez definidos y asumidos estos roles es muy importante crear y mantener una buena imagen regional, atractiva para empresas y trabajadores. 

En España se han creado muchas agencias de desarrollo regional, destinadas a prestar un servicio público de calidad a empresas y emprendedores. Han trabajado en áreas como la financiación, la oferta de suelo industrial, la simplificación administrativa o las políticas de crecimiento empresarial y sus resultados han sido muy dispares. 

Independientemente de su situación (en crecimiento o en declive) siempre hay oportunidades de mejora de la economía regional y de la calidad de vida de sus habitantes. Para tener éxito en desarrollo económico cada área metropolitana o región debe apuntar a una economía diversificada, pero a la vez ser capaz de poner el foco en los sectores industriales que quiere fomentar (atraer o retener) y centrase en un par de cosas más (por ejemplo inversiones públicas, campañas de marketing), intentando no desperdigar sus esfuerzos en asuntos no prioritarios.

El talón de Aquiles de las ciudades y las áreas metropolitanas es su enorme dependencia de su entorno geográfico más o menos cercano para satisfacer sus demandas de materias primas, alimentos y energía. Sin embargo el capital natural de las ciudades es el talento de sus habitantes. La capacidad de transformar este talento potencial en una oferta de mano de obra cualificada es esencial para construir regiones competitivas, capaces de atraer a empresas y a más talento. Para ello es preciso una visión a largo plazo y un trabajo en equipo que consiga alinear los intereses de las entidades locales, las empresas, las instituciones educativas (colegios, escuelas de formación profesional, universidades) y los ciudadanos.

Hace 30 – 40 años las regiones se esforzaban por atraer a nuevas industrias. En la actualidad la prioridad es retener a las industrias existentes, cuyo valor es una realidad perceptible, en vez de priorizar la búsqueda de potenciales valores futuros.

En cuanto a qué ofrece una región y qué demanda a cambio a las empresas debe haber un equilibrio adecuado y duradero entre las infraestructuras mínimas (redes de comunicaciones, aeropuertos internacionales, ferrocarril), el tejido industrial ya existente (clientes y proveedores) y las tasas que se cobran. Los incentivos fiscales a la instalación de nuevas empresas importan, pero solamente en caso de desempate entre varias regiones que ofrecen unas condiciones generales más favorables.


Un estudio realizado en 2011 entre las 120 principales ciudades del mundo comparaba distintos factores (la fortaleza económica, el capital humano, la eficacia institucional, la madurez financiera, el atractivo global, el capital físico, el carácter cultural y social, y el medio ambiente y los riegos naturales) y estableció una clasificación de ciudades competitivas, por su capacidad demostrada para atraer capital, negocios, talento y turistas. Entre las 10 mejores clasificadas estaban las ciudades de Nueva York, Londres, Singapur, París, Hong Kong, Tokio, Zürich, Washington, Chicago y Boston. Madrid ocupó el puesto 28 y Barcelona el 41. A pesar de sus infraestructuras envejecidas y sus problemas de déficits presupuestarios, las ciudades europeas y norteamericanas encabezan esta clasificación debido a la conectividad global y a sus ventajas heredadas frente a las ciudades emergentes asiáticas.

18 de diciembre de 2015

El nuevo paquete de la UE sobre economía circular

Antes de llegar a comprobar el cumplimiento los objetivos fijados para 2020 en cuanto a residuos, en los que España va a incumplir clamorosamente, la Comisión Europea ha empezado a trabajar sobre los objetivos para 2030.

Así, tras haber apartado una primera propuesta sobre economía circular trabajada por el anterior equipo de gobierno de la CE (Durao Barroso), el actual equipo de gobierno (Junkers) ha publicado recientemente, coincidiendo con la COP21 de París, su nueva propuesta para estimular la transición de Europa hacia un nuevo modelo económico y productivo que aumente la competitividad de la UE, que impulse un crecimiento sostenible y que genere muchos nuevos puestos de trabajo.

El nuevo paquete sobre economía circular tiene un ámbito más amplio que el anterior y consta por una parte de un plan de acción con medidas que cubren todo el ciclo y con plazos para su cumplimiento. Y por otra parte incluye nuevas propuestas de revisión de Directivas sobre residuos en general, sobre residuos de envases y embalajes, sobre vertederos, sobre residuos de aparatos eléctricos y electrónicos, sobre vehículos fuera de uso, sobre baterías y acumuladores…

Los elementos más llamativos de este paquete para 2030 son:

Objetivo común en la toda la UE de un 65% de reciclaje de residuos municipales (para 2020 un 50%, España anda por debajo del 40%)
Objetivo común para toda la UE de un 75% de reciclaje de residuos de envases y embalajes
Objetivo vinculante de reducción del vertido hasta un máximo del 10% para todo tipo de residuos (España anda por encima del 60%)
Promover instrumentos económicos para desincentivar el vertido (tasas de vertido)
Incentivos económicos a los productores para colocar en el mercado productos más verdes y para soporte de esquemas de recuperación y reciclaje (de envases, baterías, equipos eléctricos y electrónicos, de vehículos)
Medidas concretas para promover la reutilización y estimular la simbiosis industrial, de forma que los subproductos de una industria puedan ser la materia prima de otra industria

Los objetivos -que suponen auténticas oportunidades empresariales- para todo el ciclo incluyen:

- En cuanto a producción nuevos requisitos sobre ecodiseño (nueva normativa sobre televisores y pantallas), mejoras en eficiencia…
- En cuanto a consumo mejoras en garantías, información que ayude a reparar, ecoetiquetas, huellas ecológicas de productos, lucha contra la obsolescencia programada y contra falsos reclamos verdes
- En cuanto a gestión de residuos, nueva Directiva, promoción de las certificaciones voluntarias de instalaciones de tratamiento
- En cuanto al mercado de productos reciclados, nuevas Directivas (fertilizantes, agua para uso de riego), normas sobre calidad (plásticos), sistemas informáticos para casar oferta y demanda

El paquete también incluye actuaciones sectoriales sobre plásticos (residuos en los mares), residuos de alimentos, materia primas críticas (en RAEE), construcción y demolición, biomasa, innovación e inversión.

Los instrumentos de mercado, más allá de la legislación (normas ISO, huellas, declaraciones ambientales de producto), pueden suponer un factor de diferenciación o de competitividad para las empresas. 

La imagen repetida de un vertedero en África con montañas de ordenadores desechados procedentes de Europa nos debe hacer reflexionar sobre qué es lo que no funciona bien: un producto ¿bueno o no?, un diseño ¿bueno o no?, un fabricante ¿responsable o no? un usuario ¿concienciado o no?, una administración ¿tolerante o no?. Evidentemente ha fallado un poco de todo, y esto es lo que se debe corregir, desde una visión integral de todo el ciclo de vida.

Cara a 2020 nuestra inacción nos ha conducido a un fracaso flagrante, por culpa de políticos incapaces y corruptos, de empresas poco visionarias y responsables  y de ciudadanos poco sensibilizados. Tras años de crisis y recortes las sanciones y multas van a ser cuantiosas y -esperemos- ejemplarizantes.

Las crisis son el preámbulo de algo nuevo; históricamente las crisis han propiciado cambios de modelo. Cara a 2030 la única opción es pensar en el mañana y pasar a la acción, actuando tanto sobre la oferta como sobre la demanda, esforzándonos de verdad en cumplir este plan de acción y buscando las ventajas para el medio ambiente y para la economía que puede aportar la economía circular. Para ello en los próximos años conceptos y términos como reducción del consumo, ecodiseño, responsabilidad del productor y del consumidor, reparación, intercambio de información, difusión de mejores prácticas deberán formar parte de nuestro día a día. 

7 de diciembre de 2015

La arquitectura solar (2): una cultura felizmente en recuperación

Una vez consolidados los combustibles fósiles (sobre todo carbón) para satisfacer las demandas de calefacción en las viviendas, algunas huelgas mineras y el consiguiente desabastecimiento hicieron crecer la conciencia de buscar energías alternativas. Así, en los años 30 del siglo XX se retomó en Europa y en Estados Unidos el interés por la arquitectura solar, y curiosamente los investigadores norteamericanos, buscando un equilibrio entre la aportación solar, el nivel de aislamiento térmico y la inercia térmica del edificio,  llegaron a inventar las mismas cosas que los griegos, los romanos y otros pueblos ya habían descubierto muchos siglos antes.

En este sentido es de destacar el trabajo de la científica Maria Telkes, húngara de nacimiento y emigrada a los EEUU y pionera el la aplicación de la energía solar a la edificación, en proyectos tales como la casa Dover (1948), junto con la arquitecta Eleanor Raymond y la mecenas Amelia Peabody.

Desde entonces ha habido dos corrientes de opinión, la de los países que creían que los combustibles fósiles iban a ser inagotables y la de los países conscientes de buscar alternativas solares (Israel, Japón, Australia), baratas e inagotables.

En el último cuarto del siglo XX, ya con la conciencia del agotamiento de los combustibles fósiles y del calentamiento global surge en Alemania el concepto de casa pasiva (Passivhaus), de la mano del profesor alemán Wolfgang Feist y el profesor sueco Bo Adamson. El concepto de casa pasiva lleva al extremo la eficiencia energética, atendiendo a la orientación, a la envolvente del edificio y aprovechando al máximo la energía solar. De esta forma la demanda energética para la climatización de la vivienda es realmente baja (del orden de 15 kWh/m2.a), conservando una elevada calidad del aire interior.
Las casas pasivas se caracterizan por unos principios básicos de diseño y construcción:

- Modelización energética
- Aislamiento térmico de mayores espesores
- Supresión de puentes térmicos en la envolvente
- Control de las infiltraciones de aire no deseadas
- Calefacción mediante ventilación mecánica con recuperación de calor
- Carpintería (puertas y ventanas) de altas prestaciones en la envolvente
- Aprovechamiento del calor desprendido por personas, electrodomésticos o luminarias

Y mientras en Europa se propugnan las casas pasivas, al otro lado del Atlántico destaca el visionario Edward Mazria, autor del libro de la energía solar pasiva (1979) y promotor de la iniciativa Architecture 2030.

Una edificación adecuadamente orientada en cuanto a soleamiento y adecuadamente dotada de aislamiento térmico puede permitir ahorros energéticos del orden del 30%, sin suponer una merma de las condiciones de confort para los usuarios del edificio, pero parece que esto no interesa a algunos / todos.

Como resumen, a lo largo de los siglos, la escasez de combustible ha dado pie en muchas ocasiones a la búsqueda de alternativas energéticas, fomentando los avances en la tecnología y en la arquitectura solar. Pero cada vez que se descubría un nuevo combustible abundante y barato, la tecnología solar era considerada antieconómica y quedaba relegada y marginada del predicamento oficial. La arquitectura solar pasiva ha sido redescubierta y olvidada en múltiples ocasiones.

En España solamente se fomentan medidas activas, es decir, instalaciones de generación distribuida a base de energía solar fotovoltaica, tal como se propugna en el Código Técnico de la Edificación de 2006. Pero, además de las trabas al autoconsumo eléctrico, no hay ningún interés normativo en fomentar medidas pasivas, en las que la orientación y el diseño del edificio reducen notablemente el consumo de energía.

La arquitectura solar no está reñida con ningún estilo arquitectónico y es perfectamente aplicable en entornos urbanos. Desde el punto de vista técnico existen diversas soluciones sencillas y fiables, de eficacia contrastada. Solo falta su generalización cultural, olvidando la desacertada connotación de la arquitectura solar solamente aplicada en entornos rurales o alternativos (hippies).

29 de noviembre de 2015

La arquitectura solar (1): una cultura tristemente perdida

Durante el siglo XX ha habido un notable avance en cuanto a descubrimientos científicos y a desarrollo tecnológico. Y en paralelo con estos avances se ha ido asentando en los profesionales de la ingeniería y la arquitectura -y en buena parte de la ciudadanía- una fe ciega en la ciencia y la tecnología. Nos hemos llegado a creer que las fuentes de energía eran ilimitadas y nos hemos creído capaces de crear en nuestras ciudades y edificios un entorno artificial, lo que nos ha terminado por desvincular del medio natural.

La forma en que se construye desde hace décadas no es más que un reflejo de esta forma de pensar. Hemos considerado que es posible construir viviendas y ciudades de forma independiente a las condiciones climáticas que nos rodean. La iluminación la resolvemos mediante luz artificial y la climatización la resolvemos mediante calefacción y aire acondicionado. Es habitual -y a nadie le sorprende- que se construyan urbanizaciones de viviendas orientadas al Norte y en las que el edificio vecino impide cualquier entrada de la radiación solar.

Además la actividad edificadora se ha industrializado y se edifican bloques de viviendas que se comercializan una vez construidos. El usuario de las viviendas no participa en su diseño y construcción, de forma que se ha perdido una cultura popular sobre viviendas y energía solar, unos conocimientos que se transmitían de generación en generación.

Sin embargo la integración de la energía solar en edificios no es algo reciente, sino que desde hace mucho tiempo en el diseño de edificios se tiene en cuanta cómo captar la radiación solar. Ya el hombre primitivo descubrió que las pieles de los animales cazados le podían ayudar a protegerse contra el frío, que ponerse al sol le suponía aumentar su bienestar y que las cuevas eran un buen lugar donde refugiarse debido a su temperatura constante.

Desde la cultura griega (25 siglos) las viviendas e incluso las ciudades se planificaban según unos conceptos muy claros: las casas con las fachadas principales (donde están los principales huecos de fachada) orientadas al sur, evitando la orientación norte (vientos fríos).

En el siglo I aC el arquitecto e ingeniero romano Marco Vitruvio, autor del tratado sobre arquitectura más antiguo que se conserva, llegó a definir en qué lugar de la casa debiera ubicarse cada habitación. El vidrio plano y transparente permitía el paso de la luz natural y  a la vez guardar el calor acumulado en el interior. Además, el derecho a que la casa del vecino no se interponga entre la casa propia y el sol quedó incorporado en la legislación romana.

Observando nuestras edificaciones rurales se puede apreciar su orientación Sur, sus fachadas al Norte con escasos huecos y sus muros con elevada inercia térmica.

En su obra “Un hilo dorado” (1985) los autores John Perlin y Ken Butti hacen un recorrido histórico de la arquitectura solar, desde la época de los griegos y los romanos hasta la actualidad. En este trabajo se resalta cómo periódicamente se ha interrumpido la evolución técnica de la arquitectura solar, debido a motivos religiosos y culturales y, sobre todo, a intereses económicos. 

Pronto se descubrió que el vidrio actúa como captador de energía solar y se desarrollaron espejos curvados para concentrar la energía solar sobre determinados objetos. Todos estos conocimientos sobre energía solar, vidrios y espejos curvos se perdieron durante los siglos oscuros (siglos VII a XII, en los que el poder de la Iglesia católica prohibía cualquier experimento humano en temas divinos), siendo recuperados tras la Reforma protestante en la época de Galileo. En el siglo XVI se recuperaron los invernaderos hortofrutícolas y en la Inglaterra del siglo XVIII las estufas e invernaderos solares fueron desplazadas por las estufas de combustible (carbón o gas).

Las distintas máquinas térmicas alimentadas con carbón o madera durante la revolución industrial y, sobre todo, la cultura del combustible para alimentar a las máquinas, desplazaron -con algunas excepciones- durante los siglos XIX y XX a las tecnologías y máquinas solares descubiertas y desarrolladas hace siglos.

En efecto, analizando la perspectiva histórica, en los momentos de mayor auge de la arquitectura solar se han aplicado políticas que han truncado su desarrollo. La cultura del consumo de combustibles y los intereses económicos de las compañías carboneras, luego petroleras y más tarde gasistas impidieron el encaje de la tecnología solar (y de otras tecnologías renovables basadas en el sol, como la eólica o la biomasa) en el tejido industrial capitalista contemporáneo.

Uno de los motivos de esta discontinuidad en la arquitectura solar es nuestro modelo económico occidental, el cual tan solo permite que se acaben imponiendo aquellas tecnologías que suponen alguna ventaja para las estructuras económicas dominantes, en este caso concreto para los intereses de los lobbies energéticos y constructores.

20 de noviembre de 2015

Políticas socio-económicas y políticas climáticas

El Protocolo de Kioto sobre el cambio climático se firmó en 1997, entró en vigor en 2005 y se mantuvo hasta 2012. Fue un compromiso internacional de reducción de emisiones de GEI (gases de efecto invernadero), que solo afectaba a determinados sectores (industriales) y al que se adhirieron de forma voluntaria determinados países (no los EEUU).

La realidad es que los responsables de las emisiones de GEI que causan el calentamiento global hemos sido unos pocos (Europa y los EEUU, durante nuestras muchas décadas de desarrollo industrial), mientras que los afectados, en mayor o menor medida, han son todos los países del Planeta. Y ahora que algunos países (China, India) empiezan su desarrollo industrial hacia el estado del bienestar del que disfrutamos nosotros, ¿con qué derecho les podemos condicionar su desarrollo -limitando sus emisiones de GEI- cuando somos nosotros los causantes del estropicio?.

Cuando se empezaba la negociación internacional para el escenario post-Kioto, hace casi 10 años, el gobierno británico de Tony Blair encargó al economista Nicholas Stern un informe sobre las consecuencias económicas del cambio climático, como se ha comentado en alguna entrada anterior.

La publicación de este informe suscitó expectativas de actuaciones políticas certeras, pero la crisis económica global de 2008, con sus políticas de ajustes presupuestarios y austeridad, echó por tierra cualquier actuación eficaz. La locomotora de la UE, el paladín mundial de la lucha contra el cambio climático, se frenó debido a la recesión económica de algunos países, lo que acabó con las iniciativas emprendidas previamente.

Con el estallido de la crisis mundial de 2008 la atención de nuestros dirigentes políticos se centró en otros asuntos económicos ajenos a los expuestos en el informe Stern. En vez de invertir como locos para generar empleo y combatir el cambio climático en la UE nos hemos centrados en políticas de austeridad. Pese a las evidencias científicas de la amenaza del cambio climático y sus repercusiones económicas, y pese a los avances técnicos que demuestran que es posible actuar, se han desaprovechado unos años con los tipos de interés por los suelos y con muchos recursos humanos no utilizados. Ha quedado demostrado que atender simultáneamente a la recesión y al cambio climático es demasiado pedir para nuestros políticos.

Se ha perdido una oportunidad única de lanzar diversas revoluciones en paralelo, canalizadas a combatir el cambio climático: la revolución energética, la revolución digital, la revolución de los nuevos materiales y la revolución de la biotecnología.

El principal motivo para no actuar ha sido la miopía y la falta de liderazgo de nuestros políticos (nacionales y europeos). Tras el fiasco de la COP de Copenhague de 2009 (con declaraciones huecas y trampas para ganar tiempo) y el acuerdo de la COP de Cancún de 2010 de limitar el calentamiento global de 2ºC, en breve nos llega una nueva (¿última?) oportunidad en la COP de París de 2015. Los compromisos de reducción de emisiones de GEI acordados hasta ahora han sido claramente insuficientes y hay muchos intereses a conciliar. En los últimos años las emisiones de GEI se han reducido en la UE, se han contenido en los EEUU y se han disparado en China.

Por suerte hay excepciones, como la visión de Alex Salmond, economista y político nacionalista escocés y ex Primer Ministro de Escocia: "Ahora que el mundo se mueve con paso vacilante hacia la recuperación económica, veo a la inversión en economía verde como una de las claves en la recuperación general de la economía mundial. Las actuales dificultades económicas debieran ser un estímulo y no un obstáculo para ese esfuerzo".

Pero hay algunas razones más para el optimismo: más de 150 países han adelantado ya compromisos voluntarios y la negociación internacional parece ser más productiva. En París tenemos la oportunidad de gestionar bien un cambio de modelo que es inevitable, dando señales para que se aborden las inversiones previstas. Los compromisos que se acuerden en París entrarán en vigor a partir de 2020.

En cuanto a sectores, la industria ha hecho sus deberes hace tiempo -aunque aún hay un camino por recorrer- y ahora hace falta actuar sobre el transporte y sobre las viviendas, con la generalización del vehículo eléctrico en las ciudades y las intervenciones sobre el parque de viviendas existente, a pesar de las zancadillas de los lobbys energéticos. 

La UE se juega su futuro económico e industrial y debe propiciar la transferencia tecnológica (paneles fotovoltaicos, almacenamiento de energía eléctrica, climatización, agricultura, usos del suelo, gestión de residuos) y la ayuda al desarrollo para que los países en vías de desarrollo tengan los mismos derechos al estado del bienestar.

Para ello nos tenemos que poner las pilas todos: ciudadanos, empresas y políticos. Y somos los ciudadanos, en nuestro papel de consumidores y de electores quienes tenemos la sartén por el mango.

11 de noviembre de 2015

El consumismo desenfrenado

Una vieja frase afirma “ten cuidado con lo que deseas porque se puede cumplir”. Vivimos en una sociedad de consumo, en la que los ciudadanos suspiramos por la compra de bienes no esenciales, lo que nos proporciona una satisfacción…. momentánea.

Esta economía de consumo se basa en el marketing y en la publicidad de productos y servicios que supuestamente proporcionan la felicidad. Esta compra excesiva de artículos para un uso no excesivo supone un uso excesivo de recursos básicos y una generación excesiva de residuos.

Hace no mucho tiempo, hasta hace un par de generaciones, la sencillez y frugalidad se consideraban virtudes. Sin embargo en la actualidad la mayor parte de nuestra economía se basa en el consumo.

En la segunda mitad del siglo XX, los EEUU, como líderes de la economía capitalista mundial, se vieron obligados a transformar su potente sistema productivo desarrollado durante la segunda guerra mundial a un escenario de paz (a pesar de la guerra fría). Y la decisión de la administración Eisenhower de los años 50 fue orientar la economía estadounidense no hacia reducir la pobreza y el hambre, ni a mejorar la vivienda, la educación, la atención sanitaria o el transporte, sino hacia la producción de bienes de consumo, con el desarrollo de técnicas de marketing, publicidad y ventas (con Edward Bernays, el guru de la propaganda, al frente) para suscitar la demanda y para dirigir y controlar el consumo. 

Debido a la influencia internacional de los EEUU, en todas las sociedades industriales avanzadas una buena parte de la población es capaz de satisfacer sus necesidades básicas, existiendo una potente publicidad que les incita al consumo de bienes no básicos. El consumo es la etapa final del proceso económico productivo.

Vivimos en una sociedad en la que el consumo es un hecho estructural, que llega a todas partes del planeta, aunque de forma muy desigual. Y en todo el planeta los consumidores tenemos el mismo comportamiento. Según un informe del Woldwatch Institute en el mundo somos menos de un 30% los consumidores, que vivimos bien a costa de más de un 70% que vive mal. El despilfarro de unos pocos se impone a los derechos (como consumidores) de todos.

Según cifras de la organización WRAP, los consumidores británicos conservan en sus hogares 1.700 millones de artículos sin usar (el 30% de la ropa, lo que supone una media de 25 artículos por persona), que al comprarlos nuevos costaron 40.000 M€, pero en 2013 estos mismos consumidores se gastaron 56.000 M€ en ropa nueva (una media de 900 € por persona), una cifra equivalente a 2.200 € por hogar y que supone el 5 % de las compras en tiendas.

Esto es solo un ejemplo que cuantifica nuestras adquisiciones absurdas, pero en nuestra sociedad consumista que prioriza lo material hay muchas cosas más importantes que las personas: el dinero, la moda, los objetos de lujo, la satisfacción de los impulsos, etc.

El perfil típico del consumidor excesivo, que las técnicas de marketng y publicidad se encargan de multiplicar mediante campañas de manipulación psicológica, corresponde a una persona compulsiva en el trabajo pero insatisfecha en su trabajo, no muy reflexiva, que pasa horas cada día frente a la TV, que lleva una vida sedentaria, aburrida, insatisfecha y ansiosa por consumir, que da mucha importancia a las apariencias, a quien gusta poseer muchas cosas y a quien atraen las novedades y los chismorreos, y que -evidentemente- cree que los residuos son algo normal y no le preocupa qué sucede cuando se recoge su cubo de la basura.


Y estos millones de ciudadanos adictos a la compra compulsiva viven absorbidos en la cultura global del consumo, con sus ofertas, sus promociones (2 x 1, cuando en realidad no necesitamos ni siquiera uno) y sus nuevos incentivos (black Friday…), viviendo la religión del consumismo absurdo e impulsivo, con sus ídolos materialistas (las celebrities que aparecen en los anuncios de TV), sus herramientas de consumo (las tarjetas de crédito), sus festividades (las rebajas) y sus catedrales (los centros comerciales).

Esta inducción al consumo excesivo ha hecho que para comprar pasemos del comercio de barrio -para satisfacer nuestras necesidades básicas a la vez que se conservan las relaciones sociales- a los grandes centros comerciales impersonales, situados en las afueras de las ciudades y que implican el desplazamiento de miles de coches.

Es bien sabido que la generalización del consumo excesivo amenaza seriamente a los recursos naturales y al equilibrio ambiental huella ambiental. Muchos productos van acompañados de muchos envases y envoltorios para hacerlos más atractivos. Y los papeles de envoltorios contienen materiales compuestos que impiden su recuperación en las plantas de reciclaje. Alejarnos de este disparate de despilfarro y regresar al equilibrio y al sentido común sí que es un tema de conciencia ciudadana.

Una frase atribuida a Séneca nos sugiere "comprar solamente lo necesario, no lo conveniente; lo innecesario, aunque cueste un solo céntimo, resulta caro".

El científico canadiense de origen japonés David Suzuki, gran difusor de las ciencias naturales, afirma que cuando el consumo se convierte en la razón misma de la existencia de las economías occidentales las cuestiones que nos debiéramos plantear son: ¿para qué necesitamos todas estas cosas? ¿somos más felices por el hecho de poseerlas? ¿cuánto es suficiente? ¿nos proporciona nuestro elevado nivel de consumo una elevada calidad de vida?

La prioridad debe ser satisfacer las necesidades de toda la población del planeta. Por suerte cada vez somos más los consumidores adultos que aún vamos contra corriente, pero que hemos elegido un camino más sensato y solidario. Y es muy importante que nuestros hijos nos acompañen en este viaje.

19 de octubre de 2015

La riqueza del petróleo

Los yacimientos de recursos energéticos fósiles (petróleo y gas) se encuentran desigualmente repartidos por el mundo. En teoría los países ricos en petróleo debieran ser capaces de haber desarrollado el bienestar social de sus ciudadanos. En la práctica, la explotación de estos yacimientos ha supuesto para los países productores fuertes ingresos económicos, que han contribuido de forma muy dispar a la prosperidad de sus habitantes.

Por ejemplo, el hallazgo de grandes cantidades de petróleo y gas en el Mar del Norte en 1980 condujo a dos modelos muy distintos de administración de la nueva fuente de ingresos. Por una parte el Reino Unido, el antiguo imperio y potencia industrial, ha aplicado estos nuevos ingresos para aliviar sus presupuestos anuales. Por otra parte Noruega ha administrado sus recursos mediante empresas estatales, ha creado un fondo soberano enorme que garantiza ayudas sociales y permite fomentar la I+D, lo que ha hecho de Noruega uno de los países más prósperos de mundo.

Fuera de Europa hay muchos más casos de países ricos en petróleo y gas cuyos ciudadanos no son partícipes de estas riquezas. México, Venezuela, Rusia o los países árabes dan muestra de grandes fortunas concentradas en muy pocas manos y de miseria social. Por ejemplo Indonesia es un gran productor de petróleo y es miembro del G20. Pero también es un país con mucha pobreza y un alta tasa de corrupción. El clérigo y líder musulmán indonesio Abu Bakar Bahir ha afirmado que "la riqueza del petróleo ha sido una maldición para nosotros;  nos ha hecho débiles y dóciles".

El lobby petrolero ha sido capaz de conseguir que durante muchas décadas ha habido grandes apoyos públicos (rebajas fiscales) a las exploraciones de combustibles fósiles. Informes del World Watch Institute y del -en estos temas- poco sospechoso Fondo Monetario Internacional demuestran que se dan más subvenciones a los combustibles fósiles que a las energías renovables.


El futuro de la economía del petróleo y del gas, de la buena o mala administración de los ingresos de los países productores, va a depender del énfasis que se ponga en cumplir con los compromisos internacionales de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). En la COP de Cancún (2010) se llegó al acuerdo de limitar las emisiones de GEI de forma que se evite un aumento de la temperatura media global de más 2ºC por encima de los niveles de temperatura en la época pre-industrial.

Según cálculos de Potsdam Institute for Climate Impact Research (PIK), para que las probabilidades de superar el límite de 2ºC no superen el 20%, las emisiones totales de CO2 entre 2000 y 2050 no deben rebasar las 886 Gt (gigatoneladas). Las emisiones reales hasta 2010 han sido de 321 Gt, por lo que tan solo nos queda un remanente de 565 Gt para emitir hasta 2050.

En base a estos cálculos, un informe de la iniciativa Carbon Tracker (2011), un think tank británico, alerta de una más que posible burbuja del carbono y del riesgo creciente de invertir en combustibles fósiles. Dicho en breve, grandes partes de las reservas en cuyos descubrimientos y exploraciones nos estamos gastando miles de millones de euros al año tendrán que quedarse sin quemar si nos proponemos evitar más de 2ºC de incremento de la temperatura global. Las reservas de combustibles fósiles equivalen a unas 2.860 Gt, cifra que se debe comparar con el tope comprometido de 565 Gt. Esto supondrá dejar enterrados bajo tierra del orden del 80% de unos recursos energéticos actualmente muy cotizados, lo que puede desencadenar una crisis financiera global bastante más seria que la de 2008, de la que 7 años más tarde estamos empezando a salir.

Ante esta encrucijada los gobiernos pueden tener visión a corto plazo, visión a largo plazo o falta de visión. Solo mediante una visión a largo plazo será posible diseñar un mix energético donde las fuentes de energía limpia tengan cada vez más peso, teniendo claro que siempre hará falta el soporte de combustibles fósiles. El remanente de emisiones de CO2 que nos podemos permitir hay que administrarlo con sentido común y equidad.

Pero sí hay algo seguro: cualquier plan basado en restringir el acceso a combustibles baratos está condenado al fracaso desde el comienzo, por lo que no tenemos otra opción más que afrontar el problema y crear soluciones sostenibles a largo plazo. El despliegue de las energías renovables hasta los niveles necesarios para no superar los 2ºC de calentamiento global no tendrá lugar hasta que capitales no ajusten el precio asignado a las reservas de combustibles fósiles.

5 de octubre de 2015

Ciudades bajas en carbono y ciudades inteligentes

El economista holandés Peter Nijkamp, junto con otros investigadores, define como ciudad inteligente (smart city) a aquella ciudad en la cual las inversiones en capital humano y en capital social, así como las infraestructuras de comunicaciones tradicionales (transporte) y modernas (TICs) impulsan un crecimiento económico equilibrado y una alta calidad de vida, a través de una gestión eficiente de los recursos naturales y de una gobernanza participativa.

Por otro lado, una ciudad o una economía baja en CO2 asegura elevados niveles de vida a la vez que aumenta la eficiencia en cuanto a emisiones de CO2 en la producción y consumo de bienes y servicios. La ciudad baja en carbono debe reducir sus emisiones de GEI, tanto las directas como las indirectas.

Ambas definiciones incluyen los términos de eficiencia económica y ambiental, alineadas con los planteamientos de la economía circular.

En muchas ciudades europeas se han lanzado proyectos de smart cities, los ciudadanos oímos cosas pero parecen conceptos difusos. Existen diferentes visiones sobre qué es una ciudad inteligente. Para las empresas de telecomunicaciones la clave es una plataforma tecnológica (TIC), para las empresas de servicios la calve son las infraestructuras y los servicios urbanos, y para las empresas energéticas la clave son la movilidad y las redes eléctricas inteligentes.

Sin embargo una ciudad inteligente tiene más ingredientes, ingredientes intangibles que no pueden ser suministrados por este tipo de empresas. Según el Libro blanco de las smart cities, una ciudad inteligente es un espacio de competitividad en el cual existen unos mecanismos de mercado en torno a los cuales surgen iniciativas para proporcionar mejores servicios a los ciudadanos.

Las seis facetas a manejar cuando se habla de ciudades inteligentes son la economía, las personas, la vida ciudadana, la gobernanza, la movilidad y el medio ambiente. De estas 6 facetas las más recurrentes en los proyectos de smart cities son el medio ambiente y la movilidad.

Se han hecho estudios en busca de una definición medible de una ciudad inteligente, en función de su capacidad de acumular, conservar, integrar y perfeccionar su legado de capital físico, capital natural (los ecosistemas) y capital social (el bienestar humano).

Para comparar ciudades inteligentes y ciudades bajas en CO2 se han elaborado diferentes clasificaciones.

Los rankings de ciudades bajas en CO2 se basan en emisiones per cápita, a partir de los inventarios de gases de efecto invernadero.

Los rankings de ciudades inteligentes se basan en índices compuestos, con distintos indicadores y ponderaciones. En 2007 se elaboró un primer ranking de smart cities europeas, entre 70 ciudades de tamaño medio (entre 100.000 y 500.000 habitantes). Para ello se establecieron más de 30 indicadores, agrupados en las seis facetas antes mencionadas. Los indicadores considerados para medir cómo de inteligente es una ciudad fueron los siguientes:


De todos estos indicadores hay pocos que puedan ser suministrados por empresas tecnológicas, de servicios/infraestructuras o energéticas. Tal como se decía en una entrada anterior, una ciudad inteligente tiene que estar dentro de una sociedad inteligente y estos intangibles son temas de dirigentes políticos con visión de futuro y, sobre todo, de los ciudadanos.

Por cierto, este ranking estuvo encabezado por ciudades danesas, finlandesas, holandesas, austriacas, pero ninguna del Sur de Europa entre las 20 primeras. Para encontrar las diferencias podemos volver a repasar la lista de indicadores. ¿Todavía somos tan distintos?     

23 de septiembre de 2015

Residuos y energía

Una de las características de las ciudades es que para vivir necesitan recursos existentes fuera de ellas (materias primas, alimentos, energía). El suministro de energía eléctrica en las ciudades se realiza desde grandes centrales eléctricas (hidroeléctricas, termoeléctricas, nucleares, ciclos combinados con gas natural), mientras que el suministro de combustibles se hace (en el caso del gas natural) por tubería.

En los últimos años se han instalado algunas pequeñas centrales urbanas de generación de energía en las ciudades (solar fotovoltaica, biomasa, geotermia), de carácter por ahora testimonial.

Otra de las características de las ciudades es la enorme generación de residuos urbanos, cuya cantidad crece a medida que crece la actividad económica y el consumismo de los urbanitas.

La política ambiental en la Unión Europea está basada en la conocida jerarquía de 5 niveles, donde los tres primeros son la reducción (minimización), la reutilización y el reciclaje. El último eslabón, antes del vertedero, en cualquier sistema integral de gestión de residuos es aprovechar el contenido energético de las fracciones no reciclables, la denominada fracción resto, de los residuos. La recuperación de la energía contenida en los residuos apunta en la dirección correcta hacia los objetivos energéticos y ambientales de la UE (alternativas a los combustibles fósiles, alternativas al vertedero).

La política energética de una ciudad del siglo XXI debe ser idealmente innovadora, basada en las infraestructuras regionales, empleando los recursos energéticos apropiados -idealmente autóctonos-, asequible y contemplando un horizonte de 15 – 20 años.

El uso de los residuos como combustible es tan antiguo como las modernas ciudades contemporáneas. Las centrales energéticas a partir de residuos, las incineradoras, son una infraestructura habitual en cualquier ciudad europea, sobre todo en los países que todos tomamos como referencia en cuestiones energéticas y ambientales, donde se ha demostrado la complementariedad entre la recuperación material (reciclaje) y la recuperación energética (incineración) y cuyas tasas de vertido son mínimas (<10%). 

En estos países, con climas más duros que en el Sur de Europa, sus plantas incineradoras con recuperación de energía suministran a los ciudadanos electricidad y calor obtenidos a partir de “sus” residuos. Es habitual que las plantas incineradoras estén asociadas a redes urbanas de calor y frío (district heating and cooling), que discurren por el subsuelo de las ciudades. El 10% de la energía térmica de las redes europeas de district heating procede de los residuos urbanos. El aporte de energía térmica a estas redes se suele complementar con otras centrales alimentadas por biomasa o gas natural. Las redes de calor de Mataró y de Barcelona están abastecidas por calor procedente de sus plantas incineradoras. 


En España, con unas dependencias energéticas (>70 %) y unas tasas de vertido (>60%) escandalosamente altas, la incineración de residuos ha sido una opción denostada y tan solo se aplica al 10% de los residuos urbanos.

Para reconducir esta situación, sin olvidar en ningún caso el énfasis en las 3R (no hay que olvidar el objetivo en la UE de reciclar un 50% para 2020 y se habla de subirlo a un 70% para 2030) se deben considerar seriamente las plantas de recuperación energética de residuos urbanos y, en su caso, las redes municipales de calor y frío. Para ello, aparte de informar a la población sobre lo absurdo y costoso (económica y medioambientalmente) de nuestra situación actual y lo contrastado e inocuo de la situación futura, es imprescindible que nuestros políticos tengan una visión integral y sepan coordinar nuestras problemáticas energéticas con las ambientales.

1 de septiembre de 2015

A vueltas con la economía circular (II): algunos cambios necesarios

La consecución de los objetivos de la economía circular necesitará diversas actuaciones coordinadas para superar los muchos retos que ya se han identificado y, si hay acierto, tendrá como resultado el crecimiento económico y la creación de puestos de trabajo. Pero también va a suponer cambios relevantes (en el sentido de políticas consensuadas capaces de cambiar las reglas de juego), y no todos estos cambios estarán bajo el control de los dirigentes políticos, sino que necesitarán de la participación, el consenso y el apoyo de los ciudadanos (consumidores) y de las empresas (productores).

La generación creciente de residuos supone un fallo de diseño del sistema de producción / consumo y de gestión de residuos, tanto en la oferta (diseño y producción) como en la demanda (consumo de productos y servicios). Hasta hace poco tiempo las empresas de gestión de residuos hacían negocio recogiendo y eliminando las cosas que nosotros tirábamos. En el pasado el énfasis en la prevención ha sido testimonial.

De ahora en adelante los sistemas de gestión de residuos se debieran diseñar al margen de la producción y el consumo, los residuos deberán quedar fuera de nuestra actividad económica.

Entre las herramientas para avanzar hacia la economía circular contamos con el ecodiseño y con el consumo responsable. Las empresas deben pasar a ver sus productos y servicios desde un punto de vista más allá de los límites de su negocio, más allá del punto de venta. Y los consumidores deben cambiar la cultura dominante de posesión por otras culturas de consumo como el alquiler, el leasing o el consumo colaborativo.

Las empresas han hecho esfuerzos en los últimos años por aumentar sus niveles de reciclaje. Y también los entes locales. Sin embargo en los hogares tirar las cosas sigue saliendo casi gratis. Y si no hay un incentivo económico para no tirar las cosas no se podrán mejorar los niveles de recuperación de los residuos domiciliarios. En algunos países se están probando medidas de cobrar por la recogida y el y tratamiento de los residuos domiciliarios en función de la cantidad que se genere (pay as you throw), y no en función de los metros cuadrados o del valor catastral de la vivienda.

Con objeto de seguir consumiendo menos recursos primarios la mejor solución podría ser establecer tasas al uso de recursos (materias primas), para favorecer el uso de materiales reciclados. Esta medida presenta serias dificultades, dada la libre circulación de bienes entre países y dado que en determinados países existen incluso subvenciones para la extracción de materias primas. En este sentido la Unión Europea debiera jugar un papel de liderazgo a nivel internacional

Otras medidas de tipo fiscal, buscando siempre el mayor aprovechamiento de los recursos, pueden ser tasas al vertido y a la incineración de residuos, a la extracción / captación de agua, a los combustibles para calefacción y a los productos de usar y tirar, empezando por colillas de cigarrillos, chicles, vasos de plástico y envases de comida basura y siguiendo por pañuelos de papel y envases.

Estas y otras que se expondrán en entradas posteriores son cuestiones para las que habrá que encontrar respuestas entre todos.

19 de agosto de 2015

A vueltas con la economía circular (I): objetivos

El uso sensato y racional de los recursos naturales (la tierra, el agua, los ecosistemas, la biomasa, los alimentos y las materias primas) resulta esencial para la actividad económica mundial. La prosperidad internacional, actual y futura, pasa por un uso eficiente de estos recursos.

En paralelo a la escasez de recursos, los países del primer mundo tienen otros retos económicos, como el desempleo, sobre todo en determinados tipos de trabajos y en determinadas regiones. Es bien sabido que España es uno de los países de la Unión Europea con más altos niveles de desempleo.

Una de las formas de mejorar la eficiencia en el uso de nuestros recursos es la economía circular. Este concepto económico del ciclo cerrado, preconizado en 1982 por Walter R. Stahel, supone mantener en estado de uso a los recursos y a los productos durante el mayor plazo de tiempo posible, mediante su reutilización, su recuperación, su reparación, su refabricación y su reciclaje.  En la economía circular se puede considerar un ciclo de materiales técnicos y un ciclo de materiales biológicos. Aparte de proteger al medio ambiente, la economía circular puede suponer una valiosa contribución a la reactivación del mercado laboral.


La economía circular es una prioridad en la Unión Europea, establecida en diversos documentos de política industrial y ambiental, empezando por la “Hoja de ruta de la eficiencia de recursos [COM (2011)”, de acuerdo con la estrategia Europa 2020, la Decisión 1386 / 2013 del Parlamento Europeo “Vivir bien, respetando los límites de nuestro planeta”, la comunicación sobre política industrial “Una industria europea más fuerte para el crecimiento y la recuperación económica [COM (2012) 582]” y en la más reciente “Hacia una economía circular: un programa de cero residuos para Europa [COM (2014) 398]”.

El cambio en el equipo de gobierno de la Comisión Europea tras las elecciones de Mayo de 2014 ha supuesto la no aplicación de un plan elaborado por el anterior ejecutivo y la elaboración de un nuevo plan, supuestamente más ambicioso y que se presentará a finales de 2015, pero con independencia de las cuotas de reciclaje a alcanzar y de los lobbies de ciertos sectores, la economía circular ha llegado a la UE para quedarse.

Se puede considerar que las actividades comprendidas en el concepto de economía circular, excluyendo las entradas de energía, son las siguientes:

- Reutilización, que permite preservar la mayor parte del valor y de la energía embebida del producto (por ejemplo, reciclar un smartphone supone aprovechar el 0,24 % de su valor, mientras que reutilizarlo supone aprovechar un 48 %)
- Reciclaje en bucle cerrado, empleando fracciones de residuos para hacer nuevos productos manteniendo la calidad del material reciclado (por ejemplo nuevas botellas de vidrio a partir de vidrio residual) 
- Reciclaje en bucle abierto (downcycling), empleando fracciones de residuos para hacer nuevos productos con menor calidad del material reciclado (por ejemplo, áridos a partir de vidrio residual)
- Biorefinería, empleando residuos orgánicos para obtener pequeñas cantidades de productos químicos valiosos como proteínas o bien energía a partir de residuos.
- Reparación y refabricación, que permite ahorrar al menos el 70 % de los materiales necesarios para crear un nuevo producto
- Servitización, que consiste en añadir servicios a un producto para añadir valor, o diversas fórmulas de leasing o empleo de equipos / productos cedidos con pago por uso (fotocopiadoras con pago por copia, neumáticos con pago por km recorrido)

Estas nuevas actividades deben incluirse en cuanto a estadísticas con los códigos de actividades económicas, con una correlación semejante a la siguiente:

- Reutilización: material de segunda mano
- Reciclaje (en bucle abierto y en bucle cerrado): reciclaje y chatarras
- Reparación y refabricación: reparación de maquinaria, de electrodomésticos y de bienes de consumo
- Servitización: renting y leasing 

Mejorar la eficiencia en el uso de recursos por medio de todas estas (¿nuevas?) actividades económicas puede suponer una contribución importante a la lucha contra el desempleo. Van a dar paso al renacimiento de los talleres de reparación de aparatos electrodomésticos. También pueden dar paso a nuevas soluciones de aprovechamiento de residuos que pueden generar nuevas iniciativas empresariales mediante la colaboración público – privada.

En próximas entradas se analizará qué cosas deberían cambiarse para que estas ideas -con todas las ventajas que llevan aparejadas- puedan llevarse a cabo en los próximos años. 

5 de agosto de 2015

Ruido urbano

El ruido es la manifestación más patente de los problemas ambientales del medio urbano y es uno de los factores urbanos que más perjudica la salud de los ciudadanos. Es el único impacto ambiental que solamente afecta al hombre y que solo nos afecta en el momento que se produce.

Físicamente no hay distinción entre sonido y ruido y, en general, el ruido se define como un sonido no deseado. La presencia o ausencia de ruido es un elemento clave en la calidad de vida de las ciudades. En las últimas décadas el nivel sonoro en los distintos espacios de nuestras ciudades ha aumentado hasta niveles insostenibles. 

Los urbanitas estamos expuestos a diversas fuentes de ruido: ruido ambiental, motivado por el tráfico urbano; ruido laboral, motivado por la actividad en el lugar de trabajo y ruido doméstico, motivado por los electrodomésticos. Y además en algunas zonas de las ciudades se suma el ruido emitido por las industrias. 

El ruido urbano tiene diversos efectos adversos sobre la salud de los ciudadanos: sobre la audición, sobre el sueño, sobre las funciones fisiológicas, sobre la salud mental, sobre el rendimiento laboral y escolar y sobre la conducta y los hábitos sociales.


El ruido se propaga en forma de ondas sonoras que se mueven por el aire o por medios sólidos y/o líquidos. Para atenuar esta propagación se han aplicado medidas para absorber o reflejar las ondas sonoras mediante barreras físicas. La propagación de las ondas sonoras es un fenómeno bastante complejo. Hay fuentes de ruido puntuales (el paso de una moto, de un tren o una verbena nocturna), que se atenúan en función de la distancia con distinta velocidad que las fuentes de ruido lineales (una autovía con tráfico intenso), cuyas molestias acústicas llegan más lejos. 

La Organización Mundial de la Salud (OMS) lleva desde 1980 estudiando el ruido urbano y estima que más de la mitad de la población de la Unión Europea vive en zonas de gran contaminación sonora. Debido al ruido urbano los ciudadanos evitamos las calles y nos recluimos (por trabajo, ocio o residencia) en edificios. Nuestros hábitos ruidosos (más que en el norte de Europa, nuestra cultura del ocio está asociada a la agitación sonora), nuestras muchas fuentes de ruido y un aislamiento deficiente causan miles de conflictos cada día que afectan a la calidad de vida de los ciudadanos. 

Para paliar los efectos del ruido urbano, sobre todo el ruido debido al tráfico rodado en vías con tráfico intenso, se han probado diversas medidas. Hasta los 50 km/h el sonido del motor de un coche es mayor que el sonido de rodadura de sus neumáticos sobre el asfalto. La reducción de velocidad reduce el ruido del motor. A partir de los 50 km/h son necesarias otras medidas correctivas. Estas medidas consiguen resultados parciales, aunque de forma combinada (reducción de velocidad, asfalto sonoreductor, pantallas acústicas o incluso soterramiento de las vías rápidas) los efectos pueden llegar a ser notables. 

La principal vía de entrada del ruido en un edificio es a través de las ventanas exteriores y las puertas, aunque el ruido también se filtra a través de las paredes. En general nuestros edificios tienen carencias en cuanto a aislamiento (acústico y térmico). Un buen proyecto de rehabilitación, que incluya actuaciones sobre la envolvente, puede reducir el ruido y el consumo energético, aunque si el aislamiento es excesivo, puede incitar al uso de aire acondicionado (más consumo energético y más ruido).

Los habitantes de las ciudades estamos sometidos a multitud de artefactos ruidosos, tanto exteriores como interiores: tráfico rodado (coches y motocicletas), aparatos de ventilación y climatización, maquinaria de ascensores, maquinaria de obras, sirenas, bocinas, alarmas, aviones, recogida de residuos, crean un ruido de fondo (mayoritariamente debido a la circulación lejana de vehículos a motor). Nuestros oídos se han tenido que adaptar para sobrevivir.

Han proliferado las fuentes sonoras (la principal es sin duda el tráfico) y los espacios públicos, afectados por el ruido, han ido perdiendo su función de espacio de relación social. Sin espacios libres de ruidos no hay vida ciudadana equilibrada. En algunas ciudades como Bilbao se están creando islas sonoras, espacios públicos de calidad con atenuación de ruidos empleando árboles o especies vegetales adecuadas y con la escucha de sonidos agradables.

La lucha contra el ruido urbano es complicada. Los ciudadanos y las administraciones municipales pueden actuar, pero hay muchos condicionantes que limitan el efecto de las medidas correctivas.

En la recuperación de los espacios públicos uno de los objetivos debe ser el incremento de la diversidad sonora. Para atajar el problema del ruido urbano hay que ir al problema de raíz, al tráfico rodado en las ciudades y limitar el uso del automóvil particular en las ciudades, así como fomentar el vehículo eléctrico.

La reducción del ruido urbano nos permitirá pasar de la cultura de la agitación (sonora y en otros ámbitos) a la cultura de la calma.

14 de julio de 2015

Biodiversidad urbana

La ciudad es un ejemplo de obra del hombre que, indudablemente, afecta al paisaje natural. Según el geógrafo francés Paul Vidal de la Blanche la naturaleza prepara el sitio y el hombre lo organiza de forma que pueda satisfacer sus necesidades. Históricamente ha habido relaciones tensas entre el urbanismo y la naturaleza. El fenómeno de expansión urbana, el crecimiento de las ciudades y la construcción de infraestructuras ha hecho que proliferen el asfalto y el hormigón, lo que afecta a espacios naturales y supone una amenaza clara para la biodiversidad. 

Los suelos urbanos suponen del orden del 2,5 % del territorio español, más de 12.000 km2 de paisajes artificiales con una densidad de población superior a los 2.000 habitantes por kilómetro cuadrado.  

Según el estudio “Ciudades y biodiversidad” presentado en 2012 por la Convención de las Naciones Unidas sobre biodiversidad, para el año 2030 se triplicarán las áreas urbanas y la población urbana crecerá hasta los 4.900 millones de personas. Casi todo este crecimiento tendrá lugar en zonas cercanas a la costa y a espacios donde existe una gran biodiversidad. Dado que más del 60% del espacio que será urbano en 2030 está aún por urbanizar y edificar, esto supondrá una auténtica oportunidad si se consigue que los dirigentes políticos y los expertos en urbanismo presten más atención a la riqueza natural de los espacios en los que se van a construir estas nuevas ciudades.

Desde hace décadas la especie humana está amenazando desde su hábitat urbano al hábitat natural. ¿Cómo podríamos (re)diseñar nuestras ciudades teniendo en cuenta la necesidad de preservar la biodiversidad? Es desde las ciudades donde debe comenzar la labor de conservar y proteger la biodiversidad en nuestras ciudades. 

Albert Einstein decía que “no podemos resolver nuestros problemas si usamos la misma forma de pensar que teníamos cuando los creamos”. La biodiversidad urbana aporta importantes beneficios para la salud y el bienestar de los ciudadanos. Solamente si la conservación de la biodiversidad se incorpora en la planificación urbana (urbanística, energética y de todo tipo) se podrá retener en la trama urbana al menos una parte de las comunidades biológicas autóctonas, como los árboles urbanos o un mínimo contacto con la naturaleza (biofilia).


Según el profesor Thomas Elmqvist, del Centro de Resiliencia de la Universidad de Estocolmo, las ciudades deben aprender a proteger y a mejorar su biodiversidad. Para ello apunta varias ideas:

- Debemos redefinir el rol de las ciudades, de forma que pasen de ser sumideros a ser fuentes de servicios ambientales (ecosistémicos)
- Para poder crear resiliencia en el paisaje urbano y desarrollar soluciones basadas en la naturaleza es preciso contar con ecosistemas urbanos potentes y no amenazados
- Cada ciudad es única y no hay una receta única para gestionar la biodiversidad urbana, aunque ayuda mucho cuestionarse nuestros valores y nuestras trayectorias, así como aprender de las experiencias de otras ciudades 

Y unas últimas ideas sobre criterios a aplicar en el diseño de nuestras ciudades para buscar los múltiples beneficios de la biodiversidad urbana:

- En todos los desarrollos y regeneraciones urbanas obligación de evaluar los servicios ambientales que nos presta la naturaleza, la huella ecológica y las fuentes de materiales sostenibles 
- Agricultura urbana y periurbana, huertos y frutales comunitarios, proyectos de alimentos de la comunidad, guardianes comunitarios
- Aguas y humedales, recogida de aguas pluviales en cisternas, aguas y jardines, agua y vegetación para reducir el efecto “ola de calor”
- Infraestructuras verdes con interconexiones (anillos verdes), pasos para la fauna por encima y por debajo de autovías y ferrocarriles, hileras de árboles para dar sombra y captar CO2, desarrollos urbanísticos a orillas de los ríos, tapices vegetales…
- Diseño biofílico para combatir algunas patologías urbanas: espacios verdes (vistas desde hospitales), materiales naturales, calles con vegetación

2 de julio de 2015

La preservación del patrimonio de nuestras ciudades

El concepto de patrimonio está suficientemente asumido en su acepción individual, pero bastante menos en su acepción de patrimonio colectivo. El patrimonio de una ciudad es uno de sus principales activos, es algo que se hereda, que pasa de una generación a otra y que acrecienta el sentido de pertenencia de sus habitantes.

Una ciudad puede tener patrimonio natural, patrimonio cultural (bienes materiales e inmateriales), patrimonio industrial o patrimonio arquitectónico (plazas, puentes, jardines, edificios de todo tipo). Y una sociedad,  un pueblo, puede también atesorar un patrimonio cultural inmaterial.

El patrimonio urbano es una parte esencial de la cultura de una sociedad, un reflejo de la huella dejada por nuestros antepasados, que debemos intentar preservar y recuperar. Es algo que no se puede construir con dinero y que solo se aprecia cuando se deja de tener. España tiene un patrimonio cultural urbano de gran riqueza, con más de 600 conjuntos históricos y 15 ciudades incluidas en la lista del Patrimonio de la Humanidad.

Nuestra generación tiene la obligación de conservar y transmitir este patrimonio hasta las generaciones futuras, de forma que vean las mismas fachadas y pisen las mismas calles y jardines que nosotros y que nuestros antecesores. Además la preservación del patrimonio cultural permite atraer y mantener el turismo y es una clave de la actividad económica en muchos municipios.

Las distintas edificaciones de una ciudad han sido diseñadas y construidas para cumplir con una función determinada (residencial, terciaria, cultural, industrial…). Sus técnicas constructivas y los materiales empleados tienen una determinada durabilidad o vida útil y cualquier construcción requiere de un cuidado casi permanente. El uso de una edificación provoca un desgaste, pero un edificio sin uso también se deteriora. A lo largo del tiempo el patrimonio de una ciudad se ve afectado por la vejez (el desgaste), por otras actuaciones urbanísticas, por inundaciones (desastres naturales), por guerras…

Las distintas edificaciones de una ciudad pueden ser edificaciones protegidas, que están sujetas a determinadas obligaciones particulares por parte del órgano que declara (el catálogo de edificios protegidos, los bienes de interés cultural) o bien edificaciones no protegidas.

Pese a su menor interés cultural o arquitectónico, las edificaciones no protegidas también deben ser mantenidas en buen estado de conservación. Tanto por la obligación establecida en la Ley de Propiedad Horizontal, en el Código Técnico de la Edificación o en la ordenanzas municipales, como por la mayor calidad de vida y revalorización de los edificios para sus propietarios.

Desde hace décadas la UNESCO, la Unión Europea y otros organismos internacionales están insistiendo en la importancia de preservar el patrimonio cultural. Preservar el patrimonio es una obra social que permite preservar la identidad, los valores y la cultura para evitar convertirse en una ciudad impersonal. Supone beneficios sociales, culturales y también económicos (el turismo cultural es un fenómeno creciente).

Las intervenciones en el patrimonio de una ciudad tienen por objeto por un lado reparar los distintos elementos afectados por patologías y por otro recuperar el valor histórico y arquitectónico de los edificios deteriorados.

En los últimas décadas la proliferación de centros comerciales en las afueras de las ciudades ha acabado con el comercio tradicional, lo que ha vaciado los centros históricos de las ciudades y ha hecho que los urbanitas tengan que juntarse con sus amigos en los centros comerciales, convertidos en las catedrales del ocio.

La conservación del patrimonio de nuestras ciudades no es un asunto solamente de las administraciones o de entidades privadas, sino que el transmitir nuestro patrimonio a las generaciones futuras es un tema donde debiéramos participar todos los ciudadanos, aunando esfuerzos y voluntades. Además de conservar y restaurar es preciso investigar, documentar y difundir. En distintas ciudades se están creando asociaciones ciudadanas de defensa de su patrimonio cultural, con el propósito de intercambiar información, de recordar los edificios que han desaparecido y de denunciar los casos de edificios en riesgo de desaparición.

En la sociedad del siglo XXI tenemos el reto de defender el patrimonio industrial, los edificios y las maquinarias heredados desde la revolución industrial, que tienen para nosotros un valor histórico, artístico y tecnológico más cercano. La creación de diversos Museos de la minería, de la siderurgia, de la energía, del ferrocarril… nos está permitiendo tomar conciencia de nuestro pasado industrial para poder afrontar nuestro futuro post-industrial.

18 de junio de 2015

Por qué Holanda es un paraíso ciclista

Holanda es el país con más ciclistas del mundo y es además el país más seguro para desplazarse en bicicleta. Esto es debido en parte a unas infraestructuras ciclistas modélicas que se pueden encontrar por todo el país. En la actualidad la bicicleta es una parte esencial en las políticas de movilidad en Holanda, donde los ciclistas son los reyes del asfalto. Una red de 20.000 km de carriles bici bien señalizados y bien conservados y unos conductores absolutamente concienciados, junto con una orografía llana, permiten que el desplazamiento en bicicleta -barato, rápido y saludable- sea una práctica cotidiana para más del 30% de la población.

¿Cómo han conseguido los holandeses esta red de vías ciclistas de alta calidad? Algunos, incluyendo a muchos holandeses, creen que los carriles bici siempre han estado allí. Siempre ha habido un gran uso de la bicicleta en Holanda, desde su introducción en 1870, pero esto solo es cierto en parte. En los años 1920s la bicicleta era el principal medio de transporte, había muchos carriles bici, pero no tenían nada que ver con los modernos fietspads que existen hoy. Los antiguos carriles bici eran estrechos, de superficie irregular, peligrosos e incluso inexistentes en los cruces, además de no estar interconectados. Y en realidad estos carriles bici podían no ser necesarios, ya que los ciclistas eran mayoría en comparación con otros usuarios del espacio público urbano.

Todo cambió tras la Segunda Guerra Mundial. Con la ayuda del plan Marshall los holandeses reconstruyeron su país, la economía prosperó y los ciudadanos se hicieron muy ricos. Entre 1948 y 1960 el sueldo medio subió un 44% en Holanda, y para 1970 había crecido un asombroso 222% adicional (base 1948). Tras años de post-guerra la gente se podía permitir ahora el lujo de comprar bienes caros. Sobre todo a partir de 1957 (Tratado de Roma y posterior unión económica del Benelux) esta bonanza económica condujo a un aumento espectacular en la cantidad de coches que circulaban por las calles de las ciudades. Y las calles de la mayoría de las ciudades antiguas no estaban pensadas para estar llenas de coches. Así que se derribaron viejos edificios para hacer sitio para los coches, e incluso se eliminó alguna parte de la vieja infraestructuras ciclista. Las plazas de las ciudades se convirtieron en espacios para aparcamiento de coches y se desarrollaron calles inmensas para dar cabida al creciente tráfico motorizado.

La distancia media recorrida a diario pasó de los 3,9 km en 1957 a los 23,2 km en 1975. Pero este “progreso” tuvo lugar a un coste terrible: la bicicleta fue marginada, su uso se redujo en un 6% anual y solo en 1971 se perdieron 3.300 vidas en accidentes de tráfico. Más de 400 de estas muertes fueron niños de menos de 14 años. 

Esta masacre de niños sacó a la gente a las calles a protestar (la célebre campaña “paremos las muertes de niños”) en demanda de calles más seguras para los niños y también para los peatones y ciclistas. Estas peticiones ciudadanas fueron escuchadas, sobre todo a partir de 1973, cuando la primera crisis del petróleo paralizó al país. En un discurso televisado al todo el país a finales de 1973 el entonces primer ministro holandés, Joop den Uyl (socialdemócrata del PVDA) dijo a sus ciudadanos que esta crisis del petróleo cambiaría sus vidas, que tendrían que cambiar sus hábitos para ser menos dependientes de la energía, y que esto debería ser posible con imaginación y sin tener que sacrificar o disminuir su calidad de vida. Las iniciativas de fomento de la bicicleta encajaban perfectamente ante esta situación y los “domingos sin coche” decretados para ahorrar petróleo sirvieron para recordar a todos los ciudadanos cómo eran sus ciudades ante de haberlas llenado de coches.

Por esta época (mediados de los años 70) se peatonalizaron permanentemente los primeros centros históricos de las ciudades holandesas. Y las protestas ciudadanas continuaron, la motorización masiva mataba a la gente, a las ciudades y al medio ambiente. Marchas ciclistas masivas por las ciudades y pequeñas manifestaciones en demanda de infraestructuras ciclistas, de carriles bici, crearon una cultura colectiva que cambió la mentalidad sobre las políticas de movilidad en Holanda.

Algunos ayuntamientos empezaron a experimentar los primeros carriles bici urbanos completos y seguros, segregados del tráfico de vehículos motorizados. Con financiación del gobierno nacional, en la sexta y tercera ciudades más pobladas del país, Tilburg (Noord Brabant, 200.000 habitantes) y La Haya (Zuid Holland, 500.000 habitantes) se construyeron los primeros carriles bici partiendo de cero. El uso de la bicicleta en las ciudades aumentó de forma espectacular, entre el 30 y el 60% en La Haya y el 75% en Tilburg.  La teoría de “primero constrúyelo, que luego vendrán a usarlo” demostró ser cierta en este caso en Holanda. En una visión retrospectiva esto puede considerarse como el inicio de las modernas políticas de fomento de la bicicleta en las ciudades.

En síntesis, ¿cuál fue la causa de estos cambios en Holanda?. Había varios problemas en paralelo:

- Ciudades que no podían dar abasto con los coches, donde se derribaron edificios y aumentó la indignación ciudadana por la concesión del espacio urbano al tráfico motorizado en detrimento de los ciudadanos
- Un número intolerable de muertes por accidentes de tráfico, que ocasionó manifestaciones masivas de repulsa por parte de la ciudadanía
- Una crisis energética y económica que supuso la escasez de gasolina y el aumento de precio de los productos energéticos

La solución se encontró en la movilización ciudadana y en la voluntad política, nacional y municipal, entre los partidos políticos nacionales y los entes competentes en planificación regional y local (tanto urbanística como energética) por resolver esta situación, alejándose de las iniciativas centradas en el uso del coche en las ciudades y abriendo espacios a métodos de transporte alternativos, como la bicicleta. 

¿Y qué resultados consiguieron los manifestantes con sus demandas? Las muertes de niños en accidentes de tráfico se redujeron desde más de 400 en 1971 hasta 14 en 2010. Muchas calles cuentan con carriles bici interconectados y los puentes no comparten su espacio ciclista con los coches, sino que cuentan con su propio carril bici. 


En Holanda tenemos un ejemplo de movilidad urbana bien resuelta, aunque para aplicar sus recetas hay que tener en cuenta la idiosincrasia de cada lugar. Los problemas de los holandeses no fueron ni son únicos. Tampoco sus soluciones debieran ser únicas.

5 de junio de 2015

Tiempos de cambio (IV): las empresas y los ciudadanos

Las empresas son agentes sociales muy relevantes en el desarrollo de las ciudades y regiones donde actúan. La actividad de las empresas tiene un impacto, para bien o para mal, en la sociedad, por ejemplo en el paisaje, en la movilidad al trabajo o en la economía del entorno. En la actividad empresarial hay aspectos obligatorios, sujetos al control gubernamental (cumplir la normativa) y otros aspectos voluntarios (gestión ética, desarrollo sostenible), que no están sujetos al control administrativo, pero sí al control de los ciudadanos.

Resulta obvio que los empresarios deben esforzarse en mantener sus negocios rentables en un entorno dominado por las leyes del mercado, pero cada vez más directivos tienen en cuenta en su gestión empresarial las preocupaciones laborales, ambientales y sociales y el respeto a los derechos humanos. Cualquier empresa, por pequeña que sea, puede aportar su granito de arena en la creación de empleo, en la educación y en la erradicación de la pobreza. 

La esencia de una empresa son las personas que la dirigen. La toma de decisiones empresariales recae sobre personas (los directivos) y afectan a personas (los empleados, los clientes, los proveedores, la sociedad en general). Así que las decisiones que tomen los directivos son juzgadas por los stakeholders (personas) y por la propia conciencia de quien toma las decisiones,   donde cobran importancia los valores de quien decide. Y los valores dependen de la educación y del entorno socio cultural de las personas. 

Las relaciones internas en una empresa y las relaciones de la empresa con todos sus agentes externos deben basarse en valores básicos como la libertad, la igualdad, el respeto, el diálogo y la solidaridad.

La calificación que cada persona, dueña de decidir por sí misma, hace de sus propios actos tiene que ver con la ética (las conductas serán buenas o malas según la escala de valores de cada uno). Por su parte, la calificación de una comunidad hace de un acto tiene que ver con la moral (los actos serán morales o inmorales según cumplan o no determinados códigos de conducta).

Así que una empresa actuará de forma ética si las personas que la dirigen lo hacen dentro de sus propios valores y códigos de conducta. Por tanto es muy importante que quienes dirigen una empresa compartan los mismos valores para que la empresa pueda actuar con la responsabilidad social incorporada a sus valores.   Evidentemente esto es mucho más difícil en una gran empresa que en una pyme o micropyme y es de especial importancia en empresas de biogenética, de alimentos transgénicos o de informática y protección de datos.

Los empleados, los proveedores y los clientes de una empresa son personas, que esperan que se les trate con transparencia, honradez, integridad y eficiencia. Contar con un equipo humano con sensación y con orgullo de pertenencia en la empresa, además de una mejor atención en su desempeño diario, supone contar con un equipo comercial 24 horas al día. Está claro que una gestión empresarial ética no es la varita mágica para resolver todos los problemas ni lleva a la empresa al 100% de prosperidad y crecimiento, pero una conducta no ética tampoco lo es, y además es una causa de problemas tanto internos como externos.

Pero sin duda hay empresas que ponen los resultados económicos por encima de los valores y la ética, en las que “todo vale” con tal de presentar a los accionistas unos buenos resultados económicos. La falta de ética y de valores ha hecho que abunden los casos de prácticas empresariales corruptas, que tanto daño han causado en la economía y en la sociedad.

A todos nos vienen a la cabeza múltiples casos de productos de consumo fabricados en Asia y en África por niños en condiciones inhumanas, de artimañas empresariales para evitar el pago de impuestos, de casos de corrupción a cargos públicos o de remuneraciones indecentes de directivos de grandes empresas. 

Las administraciones deberán apoyar a aquellas empresas con unas determinadas conductas, pero serán los consumidores quienes busquen estas conductas en las empresas. La fuerza con la que el concepto de desarrollo sostenible está prendiendo en los consumidores de los productos y servicios que ofrecen las empresas está haciendo que aquellos negocios y empresas que no cumplan con unos mínimos requisitos éticos y de responsabilidad social queden sencillamente fuera del mercado. Estamos pasando de un consumo guiado por la oferta (nos meten los productos por los ojos) aun consumo guiado por la demanda (nosotros elegimos según nuestro criterio). Cada vez hay más organizaciones que aplican la transparencia y además Internet supone una herramienta de democratización y movilización social. 

Para llegar a la situación en la que los dirigentes empresariales pongan en práctica el concepto de desarrollo sostenible es preciso adoptar una serie de medidas concretas, como (re)definir la misión y los objetivos de la empresa, difundirlos a todos los agentes (stakeholders) con los que se relaciona la empresa, implicar a la empresa con la comunidad a la que pertenece mediante planes a medio plazo buscando no solo retornos económicos, cumplir seriamente la normativa ambiental aplicable, cumplir de forma transparente con sus obligaciones tributarias, tratar con respeto y buscar la satisfacción de todas las personas (empleados, proveedores, asesores, clientes o terceros), cumplir seriamente con la normativa laboral, promover relaciones sanas con los proveedores, respetar a los clientes facilitando publicidad veraz y no engañosa o establecer indicadores de medida de la gestión empresarial en su faceta económica, medioambiental y social. 

Así que el mayor motivo de satisfacción para los directivos empresariales es que sus clientes perciban sus productos y servicios como "hechos por personas para personas". No hay que olvidar que, cualquiera que sea la actividad de una empresa, en ambos extremos de toda transacción (de información, de bienes y servicios, de dinero) hay seres humanos. Y esto se consigue con una máxima tan sencilla como: "haz a los demás lo que te gustaría que te hagan, no les hagas lo que no te gustaría que te hagan".