26 de abril de 2016

Ciclistas urbanos (II): en bici eléctrica

Cada vez que la habido novedades y mejoras en la forma de avanzar pedaleando (ruedas con neumáticos en los años 20, bicis de carreras en los 60, bicis de montaña en los 90) se han incrementado las ventas de bicicletas. Las bicis eléctricas no van a ser una excepción, aunque aún se encuentran dentro del sector de las nuevas tecnologías, siempre en constante evolución.

Las ciudades diseñadas para los coches y el urbanismo disperso que ha predominado en las últimas décadas hacen que las distancias entre las áreas metropolitanas periféricas y el centro de las ciudades sean excesivas para ser recorridas en bicicleta. 

En este contexto urbano es donde empieza a tener sentido la bicicleta eléctrica. Una bici eléctrica es una bicicleta con pedaleo asistido (pedelec) que debe cumplir con una serie de características:

- Pedales y regulador de la asistencia al pedaleo (hay que pedalear siempre, no es una motocicleta)
- Motor eléctrico con una potencia máxima de 250 W
- Velocidad máxima 25 km/h

Si cumple estas características cualquier bici eléctrica puede circular por carriles bici sin necesidad de registros, homologaciones o llevar placas de matrículas. En esto una bicicleta eléctrica se diferencia de un scooter eléctrico, que debe circular por las calles.

Las bicis eléctricas tienen en sus pedales unos sensores que detectan la fuerza del pedaleo mecánico y calculan si es necesario activar el motor eléctrico, que proporciona un empuje extra al pedaleo para ayudar en el avance, por ejemplo, para subir una pendiente. 

Las baterías eléctricas son desmontables y se pueden cargar en casa o en el trabajo. La alimentación es en 220 V AC y se cargan en 4 -6 horas. Ofrecen autonomías del orden de 50 km y se pueden reciclar al final de su vida útil. Los componentes eléctricos de la bicicleta (batería, motor, regulador) van sellados y prácticamente no requieren mantenimiento. El mantenimiento de los componentes mecánicos (cadena, manillar, etc) es igual que en una bici tradicional.

Existe mucho autobombo sobre la sostenibilidad en el transporte, pero la sostenibilidad de una bici eléctrica tan solo puede ser absoluta si la batería se carga con electricidad de origen renovable (por ejemplo de paneles solares FV). Y, puestos a ser puntillosos, si la energía “animal” del ciclista procede de alimentos cultivados por quien pedalea. 

La alternativa de las bicis eléctricas claramente va a ir a más. Es más barata, más duradera y menos contaminante que una moto o un coche. Supone una movilidad fácil, que permite hacer un ejercicio físico moderado y recorridos cómodos, sobre todo evitando llegar sudorosos y agotados en ciudades con orografía complicada o en trayectos de 15 – 20 km, usuales en el entorno suburbano. En Alemania circulan ya más de 2,5 millones de bicis eléctricas.

En cuanto a rapidez y fluidez en entornos urbanos la bici eléctrica no tiene rival. Por una lado, la mayor velocidad respecto a una bici convencional, debida al pedaleo asistido, unida al poder circular por los descongestionados carriles bici; y por otro lado la seguridad que proporciona el poder salir de cruces congestionados, rodeados de coches, a buena velocidad con poco esfuerzo y asistencia extra, van a hacer de la bici eléctrica el modo de transporte más coherente. Y si se combina la bici eléctrica con el transporte público se puede llegar a cualquier parte.

Desde el punto de vista económico, la compra de una bici eléctrica (entre 900 y 1.500 €) es bastante más cara que la de una bici convencional (entre 250 y 400 €). Pese a esto el valor residual, para su venta de segunda mano, es mucho más alto en una bici eléctrica. Los gastos de mantenimiento de una bici eléctrica son mucho menores (menos del 10%) de los de un coche con motor de combustión interna. Los mantenimientos y reparaciones tienen unos gastos muy inferiores, pero donde de verdad se ahorra es en cada kilómetro recorrido. 

No hay que perder muchos minutos buscando un hueco donde aparcar ni tener que meter monedas en un parquímetro, ni estar pendiente de la hora.

Nuestra cultura consumista hace que compremos fácilmente productos y servicios (en cuanto a mantener una buena forma física, por ejemplo apuntarnos al gimnasio, comprar una bici estática). Lo difícil es hacer uso de estas compras de forma coherente. Las bicicletas no son una excepción en esto: se compran pero se usan poco. Menos del 50% de las bicis convencionales se usan una o dos veces por semana. Es evidente que en muchos ciudadanos pesa mucho la imagen de un ciclista que avanza penosamente subiendo una cuesta entre coches, jadeando sin respiración, zarandeado por el viento y bajo un aguacero. Sin embargo las bicis eléctricas se usan mucho más, con un 80% que se usan una o dos veces por semana y un 33% que se usa a diario.

Así que separar la práctica del ejercicio físico de la vida diaria es simplemente ineficiente. Hay quien va en su coche hasta el gimnasio (3 km) para ejercitarse corriendo sobre una cinta. Pero con una bici eléctrica se pueden aprovechar los desplazamientos al trabajo para hacer un ejercicio físico (camuflado, moderado y sin sudar) de 20 minutos, para lo que es muy difícil encontrar un hueco y una asiduidad en la vida del trabajador moderno. 

En lo relativo a la práctica deportiva, las bicis eléctricas permiten pedalear a usuarios con unas condiciones físicas (edad, artritis) que ya no pueden con una bici convencional y necesitan un pequeño empujón para circular.

Con respecto al llegar sudado, también la bici eléctrica ofrece ventajas respecto a la bici tradicional. Si salimos a pedalear por placer no hay ningún problema, pues llegamos a casa y nos duchamos. Pero cuando usamos la bici para ir al trabajo puede haber limitaciones. Algunas empresas (pocas) ofrecen a sus empleados instalaciones para aparcar sus bicicletas y poder ducharse y cambiarse de ropa, pero la mayoría ni lo ofrecen ni lo tienen en mente. La regulación de la asistencia de la bici eléctrica corta de raíz este problema, permitiendo elegir, por ejemplo, entre llegar con más pedaleo asistido al trabajo y volver a casa con más pedaleo propio, o bien pedalear tranquilo con buen tiempo y pedalear con más intensidad con tiempo frío, para entrar en calor. 

Los inconvenientes propios de las bicis eléctricas son su mayor peso (entre 20 y 30 kg) y la posibilidad de robos (jaulas donde aparcar). 

En resumen, para animar a conductores urbanos a convertirse en ciclistas eléctricos, las bicis eléctricas son una potente alternativa frente a las motocicletas. Las bicis eléctricas son silenciosas, sin traqueteos ni olores, son asequibles y, al tener menos componentes móviles que una moto, son más fiables. Además resultan muy prácticas en ciudad, ayudan a aliviar la congestión de tráfico y la contaminación atmosférica, son competitivas en tiempos y muchos más rentables económicamente. Su uso para ir al trabajo no permite –idealmente desde un carril bici paralelo- sortear con facilidad los atascos de tráfico, con una sonrisita de superioridad al ver a quienes aún no han dado el paso y siguen atrapados en el asfalto.

18 de abril de 2016

Ciclistas urbanos (I): en bici

No cabe duda de que también en movilidad urbana estamos en un tiempo de cambios. Durante décadas hemos vivido con la mentalidad de tener coche en propiedad (las bicicletas eran para pobres) y de usarlo asiduamente en nuestros desplazamientos urbanos. Aparte de sus consideraciones energéticas y ambientales están las físicas (atascos) y las mecánicas (al movernos en coche tenemos que mover una máquina de unos 1.500 kg de peso).

Si de verdad queremos devolver las ciudades a las personas todos (ciudadanos y gobernantes) debemos ponérselo difícil y caro a los que –teniendo otras alternativas- deciden circular por la ciudad en su coche particular.

Este uso desmedido de coches particulares circulando por nuestras ciudades es el causante de los atascos cotidianos y de los altos niveles de contaminación atmosférica. La velocidad media de desplazamiento en coche en hora punta, en la mayor parte de los entornos urbanos, no llega a los 25 km/h y un ciudadano medio de la UE se pasa 100 h/a buscando dónde aparcar).

Los urbanistas llevan tiempo anunciando la necesidad de que las ciudades favorezcan los desplazamientos a pie y prioricen el uso de vehículos no contaminantes.

En las ciudades el problema son los coches y la solución –en parte- puede llegar de la mano de la bicicleta, un invento antiguo capaz de aportar una solución moderna. Estamos habituados a las bicis para un uso deportivo, pero cada vez más se aprecia en muchas ciudades el retorno de la bicicleta como un nuevo agente ciudadano, capaz de oxigenar nuestras ciudades y nuestros pulmones: el único CO2 que se emite es el de la respiración de los ciclistas.

Según la Asociación de Marcas y Bicicletas de España (AMBE) en España se vendieron en 2013 aproximadamente un millón de bicicletas al año. Esta cifra supera las previsiones europeas (unas 800.000 unidades) y supera también las ventas de automóviles en 2014 (855.000 unidades). De esta cifra apenas el 1% correspondía a bicicletas eléctricas, unas 10.000 unidades anuales.

Tenemos bicicletas, pero las usamos poco. Los datos del barómetro de la bicicleta de la DGT lo confirman. Aunque aún estamos muy lejos de los niveles de ciudades de Holanda o Dinamarca, cada vez podemos ver en nuestras ciudades más espacios para bicicletas, para circular y para aparcar, pero aún resultan insuficientes. Para abordar seriamente esta recomendación de expertos y esta demanda ciudadana, las administraciones debieran acometer Planes de Movilidad Urbana Sostenible (PMUS), cuyo principal objetivo sea plantear alternativas reales al uso del coche particular para descongestionar las vías urbanas. Junto con otras alternativas, como un transporte público eficiente o los coches de uso compartido) el fomento de la bici en la ciudad es una de las más prometedoras.


Los desplazamientos urbanos en bicicleta, circulando sobre el asfalto, erguido, relajado y con buena visión, suponen ventajas en cuanto a movilidad y ejercicio físico. Los inconvenientes son el riesgo de atropellos, la falta de carriles bici, la climatología y –en ocasiones- la orografía. 

En estos planes se deben plantear y resolver los conflictos derivados del hecho de compartir el espacio urbano, hasta ahora pensado para los coches, recuperando la cultura perdida de las bicicletas en la ciudad. Los conductores deben ir tomando conciencia de que las calles se deben compartir con los ciclistas. Igualmente se debe establecer (de acuerdo con la ciudadanía) el criterio sobre si las bicos deben circular por las calles (lo más frecuente) o por las aceras (según algunas ordenanzas municipales, en ausencia de carril bici).

En todo caso, solamente después de haber elaborado un plan de movilidad urbana, con la participación ciudadana, es cuando se debe construir la red de infraestructuras (carriles bici segregados del tráfico de coches para que aporten sensación de seguridad, aparcamiento cerrados, conexiones intermodales en centros residenciales, colegios, centros de trabajo, centros de ocio, junto a estaciones de tren, facilitar llevar bicicletas en el transporte público, soluciones de coexistencia con coches en calles a 30 km/h, etc).

Las bicis plegables se ven cada vez más en nuestras ciudades, ya que se pliegan y despliegan en segundos y permiten viajar en tranvía, metro, tren o autobús, así como llevarlas en el maletero del coche. También se pueden llevar hasta el mismo lugar de trabajo. 

Además de las ventajas personales para cada ciclista, un mayor uso de la bici en las ciudades tendrá también ventajas para el conjunto de la sociedad. Y no solo beneficios urbanísticos, sino también ambientales y económicos. Un aire urbano más respirable reduce la incidencia de enfermedades respiratorias y sus costes sanitarios asociados. Igualmente un uso más extendido de la bicicleta en las ciudades reducirá la actual demanda ciudadana de construir y mantener más carreteras.