20 de junio de 2017

Nuestras posesiones materiales y nuestras vivencias

Después de trabajar duro cada día y de descontar nuestros gastos, en el mejor de los casos, nos queda una cierta cantidad de dinero. Tenemos que asegurarnos de que este presupuesto de gastos esté bien dirigido. ¿En qué nos compensa gastarnos el dinero? ¿Qué es lo que nos da más satisfacciones y mejora nuestro bienestar emocional?

En entradas previas se ha comentado nuestra creciente avidez por acumular objetos, productos de consumo, una realidad de nuestra sociedad consumista que en el fondo no nos hace felices y solamente consigue llenar de chatarra (en general electrónica) nuestros vertederos. Queremos ganar mucho dinero y luego no tenemos tiempo para gastarlo y acabamos derrochándolo en caprichos que intenten compensar el poco tiempo que tenemos para vivir.

El doctor Thomas Gilovich, profesor de Psicología en la Universidad Cornell, tras un estudio de 20 años (años 80 y 90) “¿Hacer o tener?”, llegó a una conclusión muy clara sobre la paradoja de las posesiones: no debiéramos gastar nuestro dinero en comprar cosas. El problema con las cosas materiales es que la felicidad que nos proporciona su posesión se desvanece rápidamente. Según este estudio existen tres motivos para esto:

- Los seres humanos nos acostumbramos enseguida a nuestras nuevas posesiones materiales. Lo que en un momento nos parecía novedoso y excitante, en seguida se vuelve algo normal
- Siempre hay algo mejor a lo que aspirar, seguimos elevando el listón permanentemente. Nuevas compras nos llevan a nuevas expectativas. En cuanto nos acostumbramos a una nueva posesión empezamos a buscar otra que sea mejor
- Siempre nos comparamos por naturaleza con nuestro círculo de amistades. Debido a sus características y sus prestaciones los objetos que poseemos son muy propensos a las comparaciones. Nos compramos un coche nuevo y estamos encantados con él, pero solo hasta que un conocido se compra otro mejor. Y siempre habrá quien enseguida se compre otro coche mejor.

Uno de los enemigos de la felicidad causada por la posesión material es la adaptación. Compramos cosas para que su posesión nos haga felices. Y durante un tiempo es así; nuestras nuevas adquisiciones nos resultan excitantes al comienzo, pero enseguida nos adaptamos a ellas y tenerlas nos parece lo normal y ya no nos resulta emocionante.

La paradoja de las posesiones es que damos por hecho que la felicidad que nos proporciona comprar un objeto nos va a durar tanto como dure el objeto. Parece intuitivo que invertir dinero en algo que podemos ver, oir y tocar permanentemente es una buena opción. Pero no lo es.

Tanto Gilovich como otros investigadores han encontrado que las experiencias, las vivencias acumuladas -por breves que hayan sido- nos proporcionan una felicidad más duradera que los bienes materiales. Las experiencias acumuladas llegan a convertirse en una parte de nuestra identidad. Nosotros no somos lo que poseemos, sino que somos la acumulación de nuestras vivencias, de lo que hemos visto, de las cosas que hemos hecho y de los lugares en los que hemos estado a lo largo de toda nuestra vida. Es muy posible que comprar el último reloj o smartphone de una determinada marca no va a cambiar a la persona que somos; pero otras opciones de gasto como tomarnos unas semanas para desconectar y hacer el Camino de Santiago o perdernos en un agroturismo por el mundo rural haciendo excursiones es casi seguro que sí lo consiga.

Nuestras vivencias son una parte de nosotros más grande que nuestras posesiones materiales. Podemos apreciar nuestros bienes materiales, incluso podemos creer que una parte de nuestra identidad está vinculada a estas posesiones materiales, pero no obstante estos objetos permanecen separados de nosotros. Por el contrario las experiencias -intangibles- que hayamos podido vivir sí que forman parte de nosotros. Somos la suma de todas las experiencias que hayamos vivido.

La doctora canadiense Elizabeth Dunn, profesora de Psicología en la Universidad de British Columbia (UBC), también ha estudiado el tema del dinero y la felicidad y atribuye la felicidad temporal (efímera) que se consigue comprando objetos a lo que denomina “charcos de placer”. Dicho de otra forma, ese tipo de felicidad consumista se esfuma rápidamente y nos deja con ganas de más (insatisfechos). Puede que las posesiones materiales duren más que las vivencias, pero los recuerdos que persisten en nosotros es lo que más nos importa. Según la profesora Dunn solamente con dinero no se puede comprar felicidad, el secreto de la felicidad no solo está en recibir (comprar objetos o vivir experiencias), también se puede ser feliz haciendo donaciones (de dinero, aportando nuestro tiempo para ayudarnos a nosotros o a terceros).

El análisis sobre si el dinero proporciona la felicidad es muy viejo. El filósofo Fernando Savater afirma que "el secreto de la felicidad es tener gustos sencillos y una mente compleja; el problema es que a menudo las mentes son sencillas y los gustos son complejos".

No hay duda en que todos tenemos posesiones materiales que muchos años después nos siguen proporcionando felicidad, y que seguimos conservado y valorando a toda costa. Pero son casos muy contados: nuestra primera máquina de fotos, una guitarra, un determinado disco o libro… Y tal vez la felicidad no nos la proporcionan los propios objetos, sino las experiencias (las fotos, la música o los momentos) que nos proporcionaron y que nos gusta rememorar.

Una forma clásica de obtener y acumular experiencias memorables es viajar. Para muchas personas viajar es una atractiva opción a la que dedicar nuestro dinero (y nuestro tiempo), que se puede resumir en la frase “que nos quiten lo bailado”. El hecho de que las vivencias puedan durar poco tiempo es parte de lo que hace que las valoremos tanto, y este valor (el recuerdo de aquel viaje) tiende a aumentar a medida que pasa el tiempo.

Además las experiencias vividas (un largo viaje, una escapada de fin de semana) se disfrutan desde antes, desde el primer momento en que se planifican y se siguen disfrutando hasta mucho después, gracias a los buenos recuerdos que conservamos para siempre.

Sin embargo obtener experiencias placenteras no solo se consigue mediante viajes. De hecho muchos de los placeres de la vida están a nuestro alcance, aunque a veces no los veamos. También hay vivencias placenteras sin caer en el consumismo de servicios turísticos, que resultan más asequibles e incluso gratis, como pasear tranquilo y apreciar lo bonito de nuestras ciudades (ríos, parques), pasear por el campo, ordeñar una vaca, aprender cuáles son las hortalizas de cada temporada y cultivar una huerta (abonar, recolectar), disfrutar de la comida slow y de una buena sobremesa, reconectar con la naturaleza

Para muchas personas este tipo de vivencias nos proporcionan más satisfacciones que la posesión de una gran mansión o de un coche de último modelo. En palabras del desaparecido cómico (monologuista) y crítico social estadounidense George Carlin, “la vida no se mide por el número de veces que respiramos, sino por el número de momentos en que nos quedamos sin respiración”.

Un dicho anónimo afirma que con dinero podemos comprar una cama pero no un sueño reparador, podemos comprar un reloj pero no tiempo, podemos comprar un libro pero no conocimiento, podemos comprar medicamentos pero no buena salud, podemos comprar ocio y diversión pero no felicidad, podemos comprar una casa pero no un hogar, podemos comprar un anillo de compromiso pero no amor (ya lo cantaban los Beatles, con dinero no puedo comprar amor), podemos comprar obediencia pero no lealtad. El consumismo que nos ha invadido es un sinsentido, puesto que las cosas que más nos importan no cuestan dinero. Para tenerlas debemos ganárnoslas, cultivarlas, apreciarlas y protegerlas.

4 de junio de 2017

El final de la era de la posesión material

A lo largo del siglo XX las sociedades desarrolladas se acostumbraron a una determinada forma de pensar y actuar: cada vez que se necesitaba algo (una casa, un coche, un disco de música) se compraba. Inicialmente ahorrábamos durante un tiempo hasta poder costearnos la compra, pero las ventas a plazos y el crédito al consumo dispararon la sociedad de consumo. 

Esta actitud de los consumidores, unida a unos eficaces métodos de producción y logística hicieron posible crear un tráfico global de mercancías sin precedentes. Poseer determinados bienes enseguida se convirtió en sinónimo de ser alguien. Esto lo hemos tenido grabado en nuestros cerebros: tanto tienes, tanto eres.

En la actualidad este consumismo posesivo aún domina nuestro día a día. Comprar y usar los objetos que poseemos ocupa una buena parte de nuestro tiempo y de nuestra vida. Sin embargo, desde hace unos años, de la mano de Internet, de la computación en la nube (cloud computing) y los smartphones, se aprecian indicios sólidos de cambio: la mayoría hemos dejado de comprar CDs y DVDs; cada vez se venden menos libros en papel y los jóvenes están dejando de comprar coches. Cada vez hay más cosas que antes se compraban y se guardaban y que ya no. Estamos cambiando a un nuevo modelo de consumo.

En el sector de la música aún se lanzan discos, pero son muy pocas las personas que compran el disco físico. En la práctica lo más habitual es comprar las canciones o escucharlas a demanda en plataformas digitales en Internet. Ahora se accede a la música, no se posee el soporte físico. En el sector del cine ocurre lo mismo; para ver nuestras películas favoritas hace 10 años comprábamos un DVD, mientras que ahora recurrimos a plataformas digitales para ver películas y series completas de TV. Y esto no es más que el comienzo: lo importante no es tener, sino disfrutar.

En el sector de la movilidad urbana hay iniciativas  muy interesantes. ¿Cómo sería acceder a la movilidad bajo demanda? Se podría argumentar que ya tenemos los taxis, pero un taxi no resulta tan práctico y competitivo como una plataforma digital. ¿Cómo sería en realidad el tener las ventajas de tu coche pero sin necesidad de tenerlo en propiedad (y parado más del 90% del tiempo)?

Además del coche compartido, existen ya modelos de movilidad que permiten olvidarse de la posesión de vehículos. Igual que con las plataformas digitales de música, en ciudades como Helsinki se paga una cuota mensual, se indica a una app del smartphone a dónde quieres ir y se accede al uso de metros, autobuses, taxis, Ubers, etc. Cualquier servicio es accesible para desplazarse bajo demanda, con lo que ya no hace falta la propiedad de un coche.

Este concepto de servicio bajo demanda comenzó como una simple propuesta en el sector informático, cuando las empresas clientes empezaron a pagar por acceder, en vez de comprar una licencia permanente de su software ofimático. Ahora este modelo se está expandiendo al mundo material. Empresas como Netflix (1997), AirBnB (2008), Uber (2009), Spotify (2009) Cabify (2011) fueron lanzadas tras los smartphones y funcionan bajo el modelo “como servicio”.

Estos modelos de negocio, basado en la computación en la nube, donde toda la información se aloja en servidores en Internet que dan respuesta a las demandas de servicios de los usuarios, resultan cada vez más factibles a medida que aumenta el número de sensores que nos rodean. Los servicios se prestan en tiempo real y de forma flexible.


¿Y qué es lo revolucionario de este concepto? ¿Por qué es bueno no poseer tantos objetos? Existen dos motivos principales, que están interrelacionados. En primer lugar, la posesión nos hace perezosos. En segundo lugar, el Planeta no es capaz de sobrevivir su consumimos tantos productos.

Cuando compramos algún producto de consumo enseguida nos aburrimos de él y nos olvidamos de que existen, o si no, los usamos tan solo porque los hemos comprado. El uso bajo demanda supone emplear los productos solamente cuando los necesitamos realmente (cuando estemos dispuestos a pagar por ello). Esto supone un uso de los recursos mucho más racional y efectivo. Con las plataformas colaborativas hay más personas que usan el mismo coche o el mismo apartamento.

Para fabricar un coche, un edificio o un smartphone es necesario consumir muchos recursos naturales. Y, aunque no queramos darnos cuenta, nos estamos quedando sin estos recursos. Con los previsibles avances de estas tendencias de consumo, con estas plataformas digitales, el futuro -en cuanto a huella ecológica- resulta algo más prometedor. Los servicios a demanda van a revolucionar el impacto de algunos aspectos de nuestras vidas que en la actualidad resultan claramente insostenibles, como la movilidad o la vivienda.

Y, puestos a pensar ¿es posible imaginar un mundo en el que ya no tengamos un teléfono en el bolsillo, sino que paguemos por la comunicación como un servicio bajo demanda? Puede sonar a ciencia ficción, pero algunas empresas ya están empezando a ofrecer vivienda bajo demanda e incluso ciudades inteligentes bajo demanda. Un mundo sin smartphones bien podría ser posible a medio plazo. Hay que tener en cuenta que nuestros inseparables smartphones tan solo llevan 10 años en nuestras vidas.