2 de julio de 2015

La preservación del patrimonio de nuestras ciudades

El concepto de patrimonio está suficientemente asumido en su acepción individual, pero bastante menos en su acepción de patrimonio colectivo. El patrimonio de una ciudad es uno de sus principales activos, es algo que se hereda, que pasa de una generación a otra y que acrecienta el sentido de pertenencia de sus habitantes.

Una ciudad puede tener patrimonio natural, patrimonio cultural (bienes materiales e inmateriales), patrimonio industrial o patrimonio arquitectónico (plazas, puentes, jardines, edificios de todo tipo). Y una sociedad,  un pueblo, puede también atesorar un patrimonio cultural inmaterial.

El patrimonio urbano es una parte esencial de la cultura de una sociedad, un reflejo de la huella dejada por nuestros antepasados, que debemos intentar preservar y recuperar. Es algo que no se puede construir con dinero y que solo se aprecia cuando se deja de tener. España tiene un patrimonio cultural urbano de gran riqueza, con más de 600 conjuntos históricos y 15 ciudades incluidas en la lista del Patrimonio de la Humanidad.

Nuestra generación tiene la obligación de conservar y transmitir este patrimonio hasta las generaciones futuras, de forma que vean las mismas fachadas y pisen las mismas calles y jardines que nosotros y que nuestros antecesores. Además la preservación del patrimonio cultural permite atraer y mantener el turismo y es una clave de la actividad económica en muchos municipios.

Las distintas edificaciones de una ciudad han sido diseñadas y construidas para cumplir con una función determinada (residencial, terciaria, cultural, industrial…). Sus técnicas constructivas y los materiales empleados tienen una determinada durabilidad o vida útil y cualquier construcción requiere de un cuidado casi permanente. El uso de una edificación provoca un desgaste, pero un edificio sin uso también se deteriora. A lo largo del tiempo el patrimonio de una ciudad se ve afectado por la vejez (el desgaste), por otras actuaciones urbanísticas, por inundaciones (desastres naturales), por guerras…

Las distintas edificaciones de una ciudad pueden ser edificaciones protegidas, que están sujetas a determinadas obligaciones particulares por parte del órgano que declara (el catálogo de edificios protegidos, los bienes de interés cultural) o bien edificaciones no protegidas.

Pese a su menor interés cultural o arquitectónico, las edificaciones no protegidas también deben ser mantenidas en buen estado de conservación. Tanto por la obligación establecida en la Ley de Propiedad Horizontal, en el Código Técnico de la Edificación o en la ordenanzas municipales, como por la mayor calidad de vida y revalorización de los edificios para sus propietarios.

Desde hace décadas la UNESCO, la Unión Europea y otros organismos internacionales están insistiendo en la importancia de preservar el patrimonio cultural. Preservar el patrimonio es una obra social que permite preservar la identidad, los valores y la cultura para evitar convertirse en una ciudad impersonal. Supone beneficios sociales, culturales y también económicos (el turismo cultural es un fenómeno creciente).

Las intervenciones en el patrimonio de una ciudad tienen por objeto por un lado reparar los distintos elementos afectados por patologías y por otro recuperar el valor histórico y arquitectónico de los edificios deteriorados.

En los últimas décadas la proliferación de centros comerciales en las afueras de las ciudades ha acabado con el comercio tradicional, lo que ha vaciado los centros históricos de las ciudades y ha hecho que los urbanitas tengan que juntarse con sus amigos en los centros comerciales, convertidos en las catedrales del ocio.

La conservación del patrimonio de nuestras ciudades no es un asunto solamente de las administraciones o de entidades privadas, sino que el transmitir nuestro patrimonio a las generaciones futuras es un tema donde debiéramos participar todos los ciudadanos, aunando esfuerzos y voluntades. Además de conservar y restaurar es preciso investigar, documentar y difundir. En distintas ciudades se están creando asociaciones ciudadanas de defensa de su patrimonio cultural, con el propósito de intercambiar información, de recordar los edificios que han desaparecido y de denunciar los casos de edificios en riesgo de desaparición.

En la sociedad del siglo XXI tenemos el reto de defender el patrimonio industrial, los edificios y las maquinarias heredados desde la revolución industrial, que tienen para nosotros un valor histórico, artístico y tecnológico más cercano. La creación de diversos Museos de la minería, de la siderurgia, de la energía, del ferrocarril… nos está permitiendo tomar conciencia de nuestro pasado industrial para poder afrontar nuestro futuro post-industrial.

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