11 de diciembre de 2017

Tomando la naturaleza como referencia

En distintas entradas de este blog se ha comentado que los ciudadanos del mundo urbano vivimos de espaldas a la naturaleza. Este alejamiento ha hecho que acabemos viviendo en junglas de asfalto, diseñadas para que nos movamos en coche, sometidas a islas de calor y carentes de espacios públicos para poder vivir una vida social.

Por una parte esta desconexión con la naturaleza y con los ciclos naturales, esta vida entre cemento y nuestra comida de plástico es causa de muchas patologías. Pero además estamos desaprovechando la oportunidad de inspirarnos en la naturaleza, en la forma en que funcionan las plantas y otros seres vivos para mejorar la tecnología y el diseño de diversos productos. El medio que nos rodea, y del que tan alejados vivimos, tiene muchas respuestas que aún no hemos sido capaces de descubrir.

Los seres humanos somos por naturaleza creativos y tenemos iniciativas. Si viviésemos más en contacto con la naturaleza nos daríamos cuenta de la cantidad de cosas que los seres humanos podemos aprender de la naturaleza para mejorar el diseño de muchos productos tecnológicos. Los seres vivos han evolucionado y han aprendido qué es lo que funciona y qué es lo adecuado para la vida en el planeta. La naturaleza nunca deja de sorprendernos cuando nos acercamos a ella. Observando la naturaleza las seres humanos podríamos hacer un ejercicio de analogía entre los retos técnicos que tenemos entre manos y la forma en que funcionan tanto las plantas como otros seres vivos (pájaros, insectos) para emular mecanismos y procesos que vienen funcionando satisfactoriamente desde hace miles de millones de años.

Este es el objeto de la biomimesis, una disciplina que combina la biología, la tecnología y otros ámbitos de innovación para analizar y resolver problemas prácticos a través de la abstracción, la transferencia y la aplicación del conocimiento existente en los sistemas biológicos. Dicho simplemente, ajustándose a las leyes de la naturaleza.

Existen ejemplos conocidos desde hace décadas, como el método de fijación mediante cierre de gancho y bucle (felpa) Velcro, patentado en 1951 por el ingeniero suizo George de Mestral tras retirar de sus ropas y del pelo de su perro Milka semillas de arctium (bardana) y analizar cómo quedaban adheridas.

Más recientemente se han desarrollado diversas innovaciones basadas en estructuras biológicas y en procesos naturales con el propósito de mejorar lo que la especie humana ya había conseguido. Estas innovaciones abarcan muy diferentes aplicaciones. En energía cabe mencionar el diseño de álabes de turbinas eólicas inspirados en las aletas y en las jorobas de las ballenas y las algas ancladas en el fondo del mar que gracias a sus bulbos boyantes (flotantes) suben y bajan con las olas y corriente marinas para producir electricidad. 

En edificación ha habido interesantes aportaciones en materiales de construcción más ligeros y resistentes inspirados en los cráneos de los pájaros, en edificios inspirados en las madrigueras de termitas para mantener una temperatura constante y en edificios como el Centro Acuático Nacional de Pekín, con una estructura inspirada en las burbujas de jabón, que hacen que sea anti-sísmico, 


En ingeniería mecánica ha habido innovaciones en la aerodinámica de coches inspirada en peces, como el concept car Mercedes Bionic (2005) semejante al pez cofre amarillo y en la aerodinámica de los trenes de alta velocidad japoneses (Shinkasen) inspirada en el pico del martín pescador, que se mueve rápida y silenciosamente a través del aire y del agua.


Otras innovaciones interesantes son sistemas hidrofílicos de recogida de agua de las nieblas del amanecer o del rocío en zonas áridas inspirados en el escarabajo Stenocara (en los desiertos), el aprovechamiento al máximo de los reducidos espacios públicos urbanos para jardines urbanos inspirado en los nidos de abeja, jeringuillas hipodérmicas indoloras inspiradas en la trompa (probóscide) de los mosquitos, sistemas de aviso de tsunamis inspirados en la acústica (frecuencia modulada) de los delfines, trajes de baño inspirados en la “piel de tiburón” (rápidamente prohibidos en las competiciones de natación), una pintura especial para mantener limpias y frescas las superficies pintadas inspirada en la flor de loto, cuyas hojas están siempre limpias gracias a su superficie que repele las partículas y la suciedad, un adhesivo para encolar tablones de madera, inspirado en la mecánica de los pies de la salamanquesa (reptil capaz de andar por paredes y techos) o nuevas redes de distribución de agua y/o electricidad inspiradas en las venas de las hojas.

Como se ha visto, existen ejemplos increíbles de nuevos diseños elegantes y eficientes que marcan el camino. El futuro está en aprender de los mecanismos y procesos la naturaleza en vez de esquilmar los recursos de la naturaleza.

18 de noviembre de 2017

El futuro del mundo urbanizado

Es una tendencia clara el crecimiento continuo del porcentaje de la población mundial que vive en ciudades. Durante las últimas 4 ó 5 décadas, en la mayoría de las economías occidentales se ha ido consolidando el fenómeno de la urbanización, con millones de personas despoblando el mundo rural y hacinándose en ciudades industriales. El motivo de este desplazamiento masivo es evidente: la vida en la ciudad supone ventajas evidentes para las personas.

No nos podemos imaginar un polígono industrial situado en medio de ninguna parte, alejado de las ciudades. El concepto productivo en el mundo industrializado busca minimizar los tiempos y costes de materias primas y de productos terminados. Los tiempos de desplazamiento al puesto de trabajo, los costes y tiempos del transporte de materias primas y productos terminados se reducen con la proximidad, con las industrias situadas cerca de las ciudades. Además, cuanta más gente viva en las inmediaciones de una industria más grande es su mercado doméstico.

Además las ciudades proporcionan mejores oportunidades de educación y empleo, y ofrecen una mayor dotación de equipamientos e infraestructuras, por lo que las ciudades se han convertido en imanes que atraen a la población que abandona el campo buscando la “comodidad” de la vida urbana. 

Sin embargo, mirando hacia el futuro, este fenómeno se podría revertir debido a la cuarta revolución industrial y a las nuevas tecnologías que podrían anular estas ventajas que ofrecen las ciudades.

A medida que la fabricación y otras actividades profesionales se vayan automatizando y/o digitalizando, a medida que se vayan consolidando nuevas tendencias como la generación eléctrica distribuida, la climatización mediante bombas de calor, la captación de agua descentralizada compensará la menor dotación de infraestructuras en el mundo rural. En cuanto a educación, los cursos de formación gratuita, abierta y masiva (MOOC) estarán al alcance de cualquier ciudadano con acceso a Internet.

Se está discutiendo sobre si la cuarta revolución industrial y la automatización de muchos puestos de trabajo va a ocasionar más desempleos tecnológicos que nuevos empleos. En paralelo habría que suscitar el debate sobre si este fenómeno puede ayudar a dinamizar el mundo rural y a descongestionar nuestras ciudades. 

Con los cambios en el mercado laboral, el previsible auge del teletrabajo y las mayores opciones en cuanto a movilidad la cercanía física puede perder su sentido. De forma que puede que ya no sea preciso vivir hacinados y estresados en una ciudad cara e impersonal para poder disfrutar de la auto-suficiencia en cuanto a educación, empleo e infraestructuras, que son precisamente los motivos que hasta hoy han atraído a las personas desplazadas del campo a la ciudad.


Las nuevas soluciones descentralizadas en educación, empleo e infraestructuras pueden cambiar la geografía mundial a un modelo de vida más descentralizado, a un modelo de vida más desurbanizado.

22 de octubre de 2017

Renovables, yes we can

Si nos preguntasen en qué país nos imaginamos una pequeña ciudad capaz de alimentarse tan solo a partir de energías renovables (eólica, solar, biomasa, geotermia, etc) probablemente nos vendría a la cabeza alguna población rural de Alemania, Austria o Dinamarca.

Sin embargo, en el país cuyo actual dirigente es un negacionista del cambio climático existen diversos ejemplos de cómo es posible llevar a la práctica esta visión. En los EEUU esta visión es una realidad en poblaciones como Rockford (Minnesota, 4.300 habitantes, en base a paneles solares sobre tejado),  Aspen (Colorado, la meca del esquí, 6.500 habitantes, a base a generación propia de minihidráulica, solar, eólica y biogas) o Georgetown (Texas, 55.000 habitantes, en base a contratos de compra de energía eólica y solar fotovoltaica).

Todos estos casos de éxito tienen en común una visión compartida de los dirigentes municipales y la ciudadanía, años de esfuerzo y uso de fórmulas innovadoras de financiación para los casos (muy habituales) de generación y distribución eléctrica a través de empresas públicas municipales.

Pero el ejemplo más conocido es el de una pequeña ciudad de 43.000 habitantes que se ha convertido en un paraíso de la energía limpia. Desde 2015 su población solo se abastece de energía generada por fuentes renovables. Se trata de la ciudad de Burlington, la más poblada del estado de Vermont, al noreste de los Estados Unidos, cerca de la frontera con Quebec, que desde 2004 ha sido protagonista de una transición energética modélica. El estado de Vermont, el segundo más pequeño de los EEUU, es conocido por sus políticas liberales y cuenta con un partido (Progresive Party) de ideología socialdemócrata. Bernie Sanders, aspirante a la Presidencia de los EEUU en 2015 por el Partido Demócrata, fue alcalde de Burlington durante dos legislaturas en los años 80.

Desde los primeros asentamientos en la población, hace 230 años, el río Winooski y su presa habían ayudado a satisfacer las necesidades de energía de los ciudadanos y de las industrias forestales y de lana. La aventura de la transición energética comenzó con la creación de una compañía eléctrica municipal, Burlington Electric Department (BED), con diversas consultas ciudadanas, con la construcción en los años 80 de la central de biomasa de McNeil (50 MW a partir de biomasa forestal) y siguió con la instalación de un parque eólico junto a sus oficinas, de otros parque eólicos con participación ciudadana y con la compra de una pequeña central hidroeléctrica, Winnoski One, con una potencia de 7,4 MW. Y así se empezó a gestar una de esas hazañas en las que a muchos de nosotros nos gustaría poder participar: abastecernos tan solo a partir de fuentes de energía renovables.

Evidentemente no todo ha sido un camino de rosas, tal como ha confirmado la administración municipal en repetidas ocasiones, pero una de las claves para llegar a conseguir el objetivo "100% renovable" ha sido la participación ciudadana a todos los niveles, tanto con el compromiso social y personal, como con la participación continua.

Burlington está considerada como uno de los mejores lugares para vivir en el país y así lo ratifican numerosas guías de Estados Unidos. Hoy la ciudad puede presumir de un mix energético que incluye la biomasa agrícola y forestal (en más de un 40%), energía mini hidráulica (30%), energía eólica (más del 20%) y energía solar (1%). Aunque evidentemente, dada la intermitencia de estas fuentes de energía, para los picos de energía es necesario utilizar fuentes no renovables, por ahora.

Esta iniciativa tiene la ventaja indudable al estar en una zona rural y forestal, la utilización de biomasa agrícola y forestal permite obtener un combustible a bajo coste de forma sostenida.

Pero la clave del éxito de Burlington es la implicación de la ciudadanía, aunque evidentemente la administración debe de apostar al 100% por este proyecto, el quid de la cuestión ha sido involucrar la iniciativa en el estilo de vida de sus habitantes. Además delas evidentes ventajas en cuanto a sostenibilidad, con dinamización del mundo rural para las centrales de biomasa y con la sustitución de combustibles fósiles, la iniciativa aporta también ventajas económicas, puesto que en este nuevo modelo los precios de la energía no ligados a las especulaciones de los combustibles fósiles

Según un estudio de 2011 del Pew Research Center, un think tank estadounidense con sede en Washington, DC, el 68% de los ciudadanos estadounidenses considera que las políticas federales deben priorizar las energías alternativas como la solar y la eólica, frente un 26% que creen que se deberían de centrar en el petróleo, el carbón o el gas natural.


En España, país con abundantes recursos de sol, viento y biomasa, no solo tenemos un gobierno que apuesta por el carbón, con la complicidad de centrales sindicales, sino que a nuestras administraciones municipales les falta la visión a medio plazo y la perseverancia multi-legislatura para abordar proyectos de esta índole. Y además a muchos ciudadanos nos falta la visión de conjunto para dejar de oponernos a cualquier iniciativa de generación eléctrica con declaraciones de municipios libres de parques eólicos o la creación de plataformas ciudadanas contra la “incineración” de biomasa.

Pero por suerte no en todas partes piensan así. El profesor de Economía Ecológica de la Universidad de Vermont -con sede en Burlington- y ex director de la organización ecologista WWF, el biólogo Taylor Ricketts recalca que “no hay nada mágico en Burlington. La naturaleza no nos ha regalado a nosotros más horas de sol, ni vientos más fuertes ni ríos más caudalosos que en otros lugares. Por lo tanto, si nosotros hemos podido hacerlo, también pueden es posible hacerlo en otros sitios”. Y una forma de empezar a dar ejemplo es abordar el cambio de modelo en el suministro de energía a los distintos equipamientos municipales. Algunos de los agentes necesarios, como cooperativas eléctricas o entidades financieras centradas en energías limpias existen ya desde hace años. Solamente falta el empuje ciudadano.

10 de octubre de 2017

Calidad de vida urbana

Si el siglo XIX fue el siglo de los Imperios y el siglo XX fue el siglo de los Estados, el siglo XXI va a ser el siglo de las Ciudades, entendiendo como tales a las áreas metropolitanas.

Las ciudades de todo el mundo, mucho más estructuradas que un país o una región, se están esforzando -con mayor o menos intensidad- por atenuar el gran impacto del fenómeno de las aglomeraciones urbanas en todas las facetas de la sostenibilidad. Y en la sociedad del conocimiento van a ser las ciudades quienes compitan entre ellas para atraer inversiones y atraer talento. Para ello las ciudades deben buscar la excelencia, deben buscar la calidad social, urbana, económica y cultural.

Algunos estudios comparativos sobre calidad de vida urbana nos dan datos para la reflexión. La consultora Mercer publica anualmente su lista de ciudades con mejor calidad de vida en todo el mundo. El objeto de esta lista es que las empresas puedan calibrar las compensaciones a sus empleados desplazados internacionalmente por motivos profesionales.

Las variables consideradas en la elaboración de esta lista son:

- Entorno socio-político: estabilidad política, delincuencia
- Entorno socio-económico: normativa, servicios bancarios
- Entorno socio-cultural: libertades personales, libertades de medios
- Aspectos sanitarios y ambientales: servicios médicos, saneamiento, gestión de residuos, contaminación atmosférica
- Educación: calidad educativa, escuelas internacionales
- Servicios públicos: electricidad, agua, transporte público, congestiones de tráfico
- Ocio y cultura: teatros, cines, hostelería, deportes
- Bienes de consumo: alimentación, automóviles
- Vivienda: alquiler, mantenimiento
- Naturaleza y clima: zonas verdes, zonas peatonales, climatología, desastres naturales

Los resultados de los últimos años son coincidentes: entre las ciudades con mayor calidad de vida predominan ciudades centroeuropeas, seguidas de ciudades de Oceanía y Canadá.


Analizando las características de las ciudades más destacadas en estos indicadores de calidad de vida se pueden sacar algunos rasgos comunes:

- Áreas metropolitanas entre 1 y 2 millones de habitantes
- Inmigración, multilingüismo, multiculturalidad (perfil étnico muy diverso)
- Universidades, centros de investigación y empresas de gran reputación (para captar estudiantes, científicos y empleados extranjeros)
- Precio y calidad de la vivienda
- Oferta cultural, museos, equilibrio entre la vida laboral y personal, seguridad, baja criminalidad 
- Buenas infraestructuras, buena red de transporte público, calidad ambiental
- Gobernanza, responsabilidad, transparencia y participación ciudadana

Repasando estas características se pueden sacar interesantes conclusiones sobre la ausencia entre las 30 mejores ciudades de ciudades españolas, estadounidenses (alta criminalidad), asiáticas y latinoamericanas (alta contaminación atmosférica).

Todos estos factores son manejables por las entidades que gobiernan las ciudades (ayuntamientos, áreas metropolitanas), que se deben centrar en lograr que sus ciudades sean apreciadas como un territorio atractivo donde vivir, donde trabajar y donde divertirse. Algunas son a más corto plazo que otras, algunas requieren de colaboraciones público – privadas más que otras. Pero está claro en qué temas hay que trabajar con visión a medio / largo plazo y con altura de miras.

28 de septiembre de 2017

Somos lo que comemos

Los urbanitas de los países más avanzados nos hemos rendido ante el lobby alimentario. Según el economista y agrónomo brasileño José Graziano da Silva, director de la FAO, hemos delegado nuestra alimentación a la industria de producción y distribución de alimentos. Llevamos un ritmo de vida acelerado y no tenemos tiempo para ir a la compra, seleccionar los alimentos en el mercado y cocinar como nuestras madres y abuelas. Y sin embargo, dedicamos unas cuantas horas cada día a ver a TV o a navegar por Internet. Con estos hábitos consumimos alimentos procesados, caros y nocivos. No sabemos lo que comemos, compramos productos empaquetados, congelados y tiramos de micro-ondas.


Los habitantes de la ciudad nos hemos alejado del sector primario, del mundo agrícola, que en la actualidad se encuentra tocado y sobrevive a duras penas. Y mientras, es en las ciudades donde están los desafíos, dietas pobres o saturadas de alimentos ultraprocesados, sobrepeso y obesidad, desperdicios de alimentos, hambre urbana…

Y la alimentación sana no solo es un tema de precios. Hace una o dos generaciones la alimentación suponía casi la mitad del presupuesto doméstico. En la actualidad, en muchos países desarrollados, el gasto en comida está entre el 10 y el 20%. En los países de rentas medias y altas los precios supuestamente más altos de los alimentos naturales no son la causa principal de nuestra mala alimentación. El grueso de nuestro presupuesto lo dedicamos a la vivienda, al coche y a Internet. 

Para cambiar estos malos hábitos alimentarios se debe empezar por las escuelas. Y no es un asunto cuya responsabilidad sea exclusiva de las familias, sino que también las administraciones públicas debieran también intervenir, diseñando los menús escolares que se ofrecen en los colegios. 

La compra pública incluye mucha comida y se suele comprar mediante licitaciones globales a grandes suministradores, buscando los precios más bajos del suministro a gran escala y olvidándose de los pequeños productores locales.

Por suerte, parece que empieza un regreso a las costumbres de nuestros abuelos, volvemos a querer preparar nuestra comida. Estamos empezando a dar importancia al consumo de productos frescos y de temporada, empezamos a disfrutar en la cocina, durante la comida y en la sobremesa. Incluso hay personas que vuelven a querer trabajar la tierra (en huertos urbanos, en sus jardines, balcones o macetas), aunque sea solo por afición. Siendo conscientes de que la alimentación es salud y que la salud es la vida, cada vez son más las personas que deciden no externalizar su alimentación (su vida) y recuperar el control sobre esto. Según el cocinero Aitor Elizegi la nutrición va a ser uno de los valores del siglo XXI.

Para recuperar nuestra salud, y sobre todo la salud de nuestros hijos es preciso recuperar la salud de nuestro maltrecho sector primario. Y para acercar las huertas a las ciudades es necesario hacer llegar Internet a todos los agricultores y pescadores, para permitir nuevos canales de comercialización, de forma que los productores puedan quedarse con los márgenes de comercialización y los consumidores podamos poner cara y ojos a los alimentos que ponemos sobre nuestra mesa.

Y los poderes públicos deberán intervenir para garantizar una adecuada nutrición de sus ciudadanos. En Octubre de 2015 se firmó el Pacto de Milán, sobre política alimentaria urbana. Este pacto, al que ya se han suscrito cientos de ciudades de todo el mundo puede ser la gran oportunidad para una transición agroalimentaria impulsada desde las ciudades.

12 de septiembre de 2017

Nuevas soluciones de recogida de residuos en las ciudades

La recogida y el transporte de los residuos municipales es responsabilidad de las administraciones municipales. Desde hace muchos años en nuestras ciudades contamos con camiones de recogida domiciliaria (o en fábricas) de las basuras. Más recientemente se han puesto en práctica sistemas de recogida selectiva de distintas fracciones (separando en origen, para facilitar el reciclaje posterior). 

El resultado es que las calles de nuestras ciudades están llenas de contenedores y que la recogida y el transporte se suele hacer mediante camiones ruidosos y contaminantes. Por lo tanto, la primera etapa de cualquier sistema de gestión de residuos resulta muy poco ecológica y bastante molesta para los ciudadanos.

En algunos barrios de algunas ciudades se han instalado soluciones alternativas de recogida y transporte de residuos, soluciones basadas en el depósito y el transporte subterráneo de los residuos mediante nuevas galerías y nuevas redes urbanas que funcionan bajo un concepto de recogida y de agregación de cada fracción de residuos.

En la actualidad estas tecnologías (suecas, finlandesas, alemanas) han sido perfeccionadas, modernizadas y automatizadas y se aplican regularmente a nuevos desarrollos urbanísticos, nuevos barrios…

Los puntos de recogida de cada fracción de residuos (papel, orgánica, resto) pueden ser intemperie o bajo cubierta y están accesibles las 24 horas del día. Cada fracción de residuos se deposita en bolsas a través de unas bocas de descarga diferenciadas, en superficie, y caen y son almacenados en un contenedor subterráneo. Existen sensores del nivel de llenado de cada boca y contenedor. Cuanta mayor capacidad tengan los contenedores soterrados mayor será el intervalo de vaciado. Cada cierto tiempo (horas o días, según la capacidad de la instalación) estos contenedores subterráneos son vaciados y su contenido es transportado neumáticamente hasta otros contenedores mayores, ubicados en estaciones de transferencia subterráneas, distribuidas en distintos barrios de la ciudad. La distancia típica de esta red es de unos 2 kilómetros. Cuando estos contenedores intercambiables se llenan son transportados hasta las plantas de reciclaje y tratamiento para su aprovechamiento material o energético.


La red de tuberías subterráneas está formada por tubos soldados, de unos 500 mm de diámetro, con especial cuidado en el diseño de los codos para evitar atascos. Existen variantes de transporte por depresión, sobrepresión y vacío. Todo este tráfico subterráneo de residuos es automático y se supervisa desde un puesto de mando central, ubicado en alguna de las estaciones de transferencia subterráneas. El personal de recogida y transporte por carretera es sustituido por personal de supervisión y de mantenimiento de la red de galerías soterradas.

Para diseñar un sistema de recogida neumática de residuos hay que tener en cuenta el volumen de residuos a recoger, la climatología local y las condiciones del subsuelo, así como el planeamiento urbanístico y la red de galerías subterráneas existente. Se suele diseñar una boca de descarga por cada 150 residentes y es cada vez más habitual que la descarga vaya protegida mediante clave (tarjeta magnética, lector) para identificar al usuario y facturar según el volumen depositado.
El ciclo de vida de estas infraestructuras (bocas de descarga y tuberías subterráneas) es de hasta 60 años. En ocasiones se han podido aprovechar galerías urbanas en desuso (antiguas líneas de ferrocarril o metro, antiguas galerías de desagüe) para este transporte subterráneo de residuos.

La recogida neumática de residuos es una alternativa a la recogida tradicional mediante camiones. Se puede aplicar gradualmente y resulta interesante en el caso de zonas densamente pobladas en los centros urbanos, en centros comerciales, en barrios periféricos (nuevas urbanizaciones con más de 2.000 habitantes), en hospitales, en aeropuertos, etc. 

La puesta en práctica de este tipo de soluciones supone inversiones considerables, pero se obtienen períodos de retorno de las inversiones de unos 10 años. Estas soluciones permiten reducir los costes de recogida (personal, camiones, combustible), reducir el tráfico urbano (y sus correspondientes emisiones de GEI), reducir los ruidos y las emisiones contaminantes de la flota de camiones, recuperar abundantes espacios públicos urbanos y en definitiva mejorar la calidad de vida y la imagen de la ciudad.

Igual que con la recogida tradicional, con la recogida neumática de residuos se obtienen buenos resultados de recuperación y reciclado si los ciudadanos usamos correctamente los sistemas de recogida.

16 de agosto de 2017

Acciones individuales contra el cambio climático (II)

Pero nuestros nuevos comportamientos ciudadanos para mejorar el futuro de nuestro planeta no se limitan al consumo de alimentos. Hay muchos otros frentes abiertos que podemos abordar con nuevos hábitos.

La mayor demanda residencial de nuestro sistema energético, adicto a los combustibles fósiles, es la calefacción y climatización en edificios. Los ciudadanos occidentales tenemos arraigada la costumbre de desplazarnos desde nuestros hogares climatizados hasta nuestras oficinas climatizadas a bordo de nuestros coches climatizados. Es evidente que en muchas zonas geográfica se “necesita” climatización para los casos de temperaturas extremas en invierno y en verano pero ¿de verdad necesitamos estar a 21ºC siempre y a lo largo de todo el año? Bajemos el termostato e incluso dejemos la climatización tan solo para los casos más extremos, de forma que cuando las temperaturas exteriores son moderadas vivamos en el clima que nos envuelve. De esta forma podremos volver a sentir en parte los ciclos de la naturaleza, de los que tan desconectados estamos.

El libro Without hot air del profesor británico David MacKay proporciona de forma amena y didáctica muchísimos datos sobre el impacto climático de cantidad de acciones cotidianas. Su título es un juego de palabras: si dejamos de quemar combustibles fósiles para calentar el aire de nuestras casas (calefacción a veces innecesaria y en general con combustibles fósiles) dejaremos de propiciar el calentamiento global.

A modo de ejemplo, un gesto tan sencillo como dejar de usar la secadora de ropa y dejar que nuestra ropa se seque en el tendal, tiene como beneficio inmediato el ahorro de energía fósil y además que la ropa dure mucho más. De esta forma el desgate de la ropa es menor y no es preciso reponer la ropa con tanta frecuencia. Lo que quiere decir que no se transportan desde Asia nuevas remesas de ropa en barcos que consumen combustibles sucios y contaminantes.

Si votando con la cabeza nuestros políticos no nos satisfacen una opción es votar con los pies. Cada vez que nos desplazamos por la ciudad en nuestro coche particular, votamos por el coche; cada vez que vamos en bici, votamos por la bici. Votamos sobre lo económico (el combustible que hay que comprar o no) pero también votamos sobre lo pragmático. En esta época en la que en muchas grandes ciudades son habituales episodios de contaminación atmosférica a causa del tráfico, los departamentos de transporte urbano hacen un seguimiento meticuloso del uso de las carreteras y de los viajes de tránsito. Nuestros gobernantes municipales son sensibles a las demandas de sus votantes. En las ciudades en las que hay más ciclistas es más probable que las infraestructuras ciclistas tengan más soporte. Donde hay muchos peatones, la mayoría de los departamentos de movilidad urbana intentarán hacer que las calles sean más seguras y amigable para los peatones, en detrimento de los coches.

Nuestro consumismo desenfrenado tiene como efecto inmediato la generación de un enorme volumen de residuos, que es preciso gestionar de forma adecuada. El reciclaje de residuos surgió hace varias décadas como una virtud ciudadana antes de que supiésemos que teníamos un problema con las emisiones de GEI y resulta que el transporte y el procesamiento de los materiales para su reciclaje resulta muy intensivo en CO2. Reciclar sigue siendo más eficiente en cuanto a energía que hacer nuevos productos, pero la reducción del consumo y la reutilización son aún más limpios y deben ser la opción principal. Una forma de propiciar la reducción y la reutilización, ya explicada en entradas previas, es el consumo colaborativo.

Después de haber hecho todo lo anterior, usando el sentido común y sin caer en extremismos, aún seguiremos siendo responsables de algunas emisiones inevitables hasta que nuestra sociedad cambie sus hábitos de consumo. Los ciudadanos más concienciados pueden compensar estas emisiones y para ello las Naciones Unidas han hecho esta compensación fácil, barata y fiable, de forma que cada ciudadano pueda decidir a qué destinar sus aportaciones económicas.


Los seres humanos solemos ser reacios ante cambios de comportamiento. En ocasiones llegamos a recurrir a nuestros hijos para justificar nuestras acciones. Las frases justificatorias “Como tengo hijos tengo que comprar carne” o “Tengo hijos, por lo tanto debo ir en coche” son como decir “Tengo hijos, por lo que tengo que destruir su futuro”. La huella ecológica de nuestros hábitos de consumo aumenta con cada generación y algunos investigadores han estimado que cada hijo aumenta la huella de carbono de su padre en más de 5 veces. Las habilidades ciudadanas para sobrevivir en el siglo XXI son educar a pequeños vegetarianos que sepan cómo vivir en armonía con el clima y que usen el transporte público.



31 de julio de 2017

Acciones individuales contra el cambio climático (I)

La mayoría de los ciudadanos creemos que la amenaza del cambio climático es real y que habría que hacer algo para combatirlo. Pero muchos creemos que quien debe responsabilizarse de hacerlo es “alguien” (ajeno a nuestro círculo). La inacción en este tema de muchos de nuestros gobernantes dura ya demasiados años y, tras las elecciones presidenciales de 2016 en EEUU, ha quedado claro que los gobiernos, ellos solos, no van a resolver el problema del cambio climático.

Así que esta inoperancia de nuestros gobernantes nos deja a los ciudadanos con la patata caliente. Una primera reacción es tomar buena nota para las próximas citas electorales. Pero otra reacción más meditada y concienciada es, además, nuestra actuación consciente como ciudadanos, mediante nuevos hábitos de consumo.

Por suerte hay bastantes cosas sobre la que los ciudadanos podemos actuar en nuestro comportamiento cotidiano. Vamos a comentar algunos comportamientos (decisiones meditadas) que pueden parecer pequeñas cosas, pero son acciones muy efectivas para mejorar el futuro de nuestro planeta.

En ocasiones los ciudadanos nos podemos sentir impotentes para transformar por nosotros mismos los sectores del transporte, la energía o la industria, por lo que queremos que alguna entidad poderosa se encargue de ello en nuestro nombre. Pero mientras nos vemos incapaces tal vez estemos olvidando que nuestras acciones personales, nuestros hábitos de consumo, pueden impulsar nuestros objetivos de un futuro mejor para las generaciones venideras.

Los lobbys negacionistas (el petrolero, el eléctrico, el químico…) pueden no ser sensibles a nuestras protestas, pueden no leer nuestros argumentos, pueden no escuchar a nuestros grupos medioambientalistas, pero no pueden evitar que con nuevos gestos conscientes dejemos de gastar nuestro dinero con el que de forma inadvertida contribuimos cada año a su economía contaminante.

Estos pequeños gestos tienen que ver con nuestras actuaciones cotidianas, en lo relativo a pautas de consumo en alimentación (carne y lácteos, hortalizas y verduras), en el uso racional de la climatización y otros electrodomésticos en nuestros edificios, en una movilidad urbana racional o en un comportamiento sensato en cuanto a bienes de consumo.

Las cifras oficiales sobre las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a la ganadería oscilan entre el 15 y el 18 % del total, siendo el segundo sector tras el de generación y distribución eléctrica. Sin embargo el Worldwatch Institute, considera que en esta cifra hay muchas omisiones (aspectos no incluidos) y estima que las emisiones de GEI debidas la agricultura y la ganadería intensiva industrial llegan a ser el 51% del total.

Esto es más de la mitad del total, lo que quiere decir que tras haber “limpiado” las emisiones de GEI del transporte, de la energía, de la industria y del comercio en todo el planeta, aún nos quedaría la mitad de la tarea. Como ciudadanos debemos negarnos a tragarnos esta evidencia, y para ello no hay más remedio que rebajar notablemente (en un 80 %) nuestro consumo de carne, huevos y lácteos.

Otro efecto negativo del modelo de ganadería intensiva es la ocupación de los terrenos agrícolas. Según la FAO (2009), el 70 % de la superficie agrícola mundial se dedica a cultivar alimento (forraje, etc) para la ganadería, frente a un 30 % que se dedica a cultivar alimento para los humanos.

Si esta restricción voluntaria en el consumo de carnes y lácteos nos parece excesiva de entrada, podríamos considerar la posibilidad de abstenernos de consumir estos alimentos primero un día a la semana, luego dos, y así hasta donde seamos capaces. Incluso parcialmente será una de nuestras acciones personales con mayor impacto sobre el planeta, además de sobre nuestra salud.

El consumo de alimentos orgánicos nos beneficia ya que no ingerimos pesticidas. Pero además los alimentos ecológicos son cultivados sin fertilizantes sintéticos (químicos), muchos de ellos subproductos de la industria petroquímica. Cuando compramos unos tomates ecológicos le estamos dando una señal muy clara al lobby del petróleo y a los especuladores internacionales. Sin embargo, sobre la alimentación ecológica, además de un cierto desconocimiento, hay una cierta picaresca, y algunos estudios han cuestionado sus ventajas

Otra acción individual, muy asociada al concepto de slow food, es consumir bienes elaborados localmente a partir de productos locales, para evitar el disparate energético y ambiental de transportar mercancías durante miles de kilómetros. Y aquí, lógicamente, también entran los alimentos (los alimentos kilómetro cero o de proximidad) con las frutas y hortalizas locales cultivadas ecológicamente como lo ideal. El propósito de esta práctica es favorecer las economías locales, los cultivos variados y de temporada y mejorar los vínculos en la comunidad local.

Todo lo que sea reducir el transporte de bienes de consumo, una realidad muy fomentada por la globalización (consumir en Europa kiwis de Nueva Zelanda, manzanas de Sudáfrica…) que además supone una gran parte de desperdicios de alimentos en la cadena de frío, contribuye a mitigar el cambio climático.

21 de julio de 2017

La deuda de las ciudades con el campo

Las murallas de las viejas villas europeas de la Edad Media marcaron una diferencia entre dos tipos de sociedades. Dentro de las murallas los burgueses y artesanos se dedicaban a la actividad artesana y comercial. Fuera de las murallas la gente del campo se dedicaba a la agricultura y la ganadería, a la explotación de la tierra para obtener las materias primas y los recursos que les permitiesen sobrevivir.

Y así fue durante toda la época preindustrial. Para abastecerse de energía las zonas urbanas establecieron relaciones de simbiosis con el entorno, empleando la energía solar, hidráulica o eólica. Pero con la llegada de la industrialización, en el siglo XVII en Inglaterra y en el XIX en la Europa continental las reglas de juego cambiaron notablemente. Las murallas de las villas fueron derribadas, se hicieron planes de Ensanche y las ciudades industriales se expandieron, acaparando suelo de las zonas rurales y transformándolo para su uso en actividades residenciales o industriales.

Millones de personas abandonaron el mundo rural con rumbo a las grandes ciudades industriales. El campo fue quedando gradualmente despoblado y envejecido, mientras que los espacios próximos a las ciudades fueron absorbidos y transformados en suburbios residenciales o fabriles.

El espacio natural se vio profundamente alterado y sobreexplotado, el crecimiento del mundo urbano consumía espacios, recursos y materias primas que durante siglos habían estado en la órbita del mundo rural. Las ciudades acumularon riqueza y aumentaron su población a costa de despoblar y descapitalizar al campo.

Para abastecerse de energía las grandes urbes industriales olvidaron sus relaciones de simbiosis con la naturaleza y pasaron a establecer relaciones de dominio sobre amplios espacios rurales, con la construcción de grandes embalses (en zonas montañosa y cuencas de grandes ríos), de centrales térmicas (en zona mineras) o de centrales nucleares (en zonas rurales marginales) alejadas de los núcleos urbanos. Y además se tendieron grandes líneas eléctricas en alta tensión para el transporte de la energía eléctrica desde el campo a la ciudad.

Los ciclos de materiales y de energía intercambiados desigualmente entre el campo y la ciudad han supuesto, además del agotamiento de los recursos, la degradación ambiental y el calentamiento global. Las ciudades son grandes consumidoras de recursos en sentido amplio (alimentos, energía, agua, espacio) y grandes generadoras de residuos (residuos sólidos urbanos, residuos industriales, aguas residuales, etc).

En el mundo rural se vienen llevando a cabo las actividades del sector primario, mientras que en el mundo urbano, con una gran densidad de población y una buena dotación de infraestructuras, se desarrollan las actividades industriales y de servicios. Las ciudades resultan elementos clave para el desarrollo económico regional. Para la dotarse de las infraestructuras urbanas necesarias en el siglo XX se ocuparon amplias franjas periurbanas con líneas de ferrocarril, carreteras y autovías, grandes industrias y equipamientos (polígonos industriales, parques comerciales).

En vez de seguir considerando a la ciudad y al campo como sectores autónomos y en desigualdad de condiciones es preciso promover sinergias de desarrollo integrado de ambos tipos de territorio. A finales del siglo XX, en plena fiebre consumista, la moda de las segundas residencias en las “cercanías” de las grandes ciudades supuso la artificialización de amplios espacios del mundo rural. La oferta de actividades de ocio (centro de vacaciones, estaciones de esquí, campos de golf, puertos deportivos, ecoturismo) están permitiendo un ligero renacimiento económico en el mundo rural.

Pero la verdadera oportunidad de compensar y dinamizar al mundo rural, de saldar (tarde y mal) la deuda de las ciudades con el campo, puede estar en las energías renovables. En los últimos años se han desarrollados diversas tecnologías que permiten captar, transformar y usar la energía contenida en los flujos de la biosfera y de la litosfera. Estas energías (solar, eólica, mini-hidráulica, bioenergía, geotermia) se manifiestan de forma muy distribuida por los territorios y permiten una captación y un uso de forma muy descentralizada.

De todas estas fuentes de energía renovable la bioenergía, basada en el aprovechamiento de los recursos de la biomasa, es la más vinculada al mundo rural y la más versátil, ya que permite la obtención de energía eléctrica, energía térmica y biocombustibles sólidos (astillas, pellets), líquidos y gaseosos.


De esta forma el mundo urbano puede cubrir una buena parte de sus necesidades energéticas con generación distribuida en base a fuentes de energías renovables. Y el mundo rural se puede llegar a convertir en territorios autosuficientes e incluso en exportadores netos de energías renovables (eléctrica, térmica, motriz). La consideración de estos flujos como un bien común y la apropiación social de las tecnologías de generación eléctrica a partir de fuentes de energías renovables podría permitir la generación de riqueza en el mundo rural y en sus habitantes.   

Para ello es preciso en primer lugar articular mecanismos que permitan la participación de las comunidades locales en la propiedad de los proyectos. Por ejemplo, la ley danesa sobre energías renovables obliga a los proyectos eólicos a ofrecer un 20% de la propiedad a los residentes en un radio de menos de 5 km del emplazamiento. Pero además es necesario facilitar la participación de las comunidades locales en la toma de decisiones sobre los proyectos de energías renovables que les afectan. 

La tecnología de generación de energía existe y solo falta voluntad ciudadana para incitar la voluntad política que permita superar las barreras de los oligopolios para democratizar el sistema energético creado en el siglo XX y a la vez compensar la deuda que nuestras ciudades tienen con el mundo rural. De esta forma la tecnología de quedaría al servicio de un desarrollo armónico y sostenible de todos los sistemas del conjunto del territorio, avanzando claramente hacia el cumplimiento de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) de las Naciones Unidas.


20 de junio de 2017

Nuestras posesiones materiales y nuestras vivencias

Después de trabajar duro cada día y de descontar nuestros gastos, en el mejor de los casos, nos queda una cierta cantidad de dinero. Tenemos que asegurarnos de que este presupuesto de gastos esté bien dirigido. ¿En qué nos compensa gastarnos el dinero? ¿Qué es lo que nos da más satisfacciones y mejora nuestro bienestar emocional?

En entradas previas se ha comentado nuestra creciente avidez por acumular objetos, productos de consumo, una realidad de nuestra sociedad consumista que en el fondo no nos hace felices y solamente consigue llenar de chatarra (en general electrónica) nuestros vertederos. Queremos ganar mucho dinero y luego no tenemos tiempo para gastarlo y acabamos derrochándolo en caprichos que intenten compensar el poco tiempo que tenemos para vivir.

El doctor Thomas Gilovich, profesor de Psicología en la Universidad Cornell, tras un estudio de 20 años (años 80 y 90) “¿Hacer o tener?”, llegó a una conclusión muy clara sobre la paradoja de las posesiones: no debiéramos gastar nuestro dinero en comprar cosas. El problema con las cosas materiales es que la felicidad que nos proporciona su posesión se desvanece rápidamente. Según este estudio existen tres motivos para esto:

- Los seres humanos nos acostumbramos enseguida a nuestras nuevas posesiones materiales. Lo que en un momento nos parecía novedoso y excitante, en seguida se vuelve algo normal
- Siempre hay algo mejor a lo que aspirar, seguimos elevando el listón permanentemente. Nuevas compras nos llevan a nuevas expectativas. En cuanto nos acostumbramos a una nueva posesión empezamos a buscar otra que sea mejor
- Siempre nos comparamos por naturaleza con nuestro círculo de amistades. Debido a sus características y sus prestaciones los objetos que poseemos son muy propensos a las comparaciones. Nos compramos un coche nuevo y estamos encantados con él, pero solo hasta que un conocido se compra otro mejor. Y siempre habrá quien enseguida se compre otro coche mejor.

Uno de los enemigos de la felicidad causada por la posesión material es la adaptación. Compramos cosas para que su posesión nos haga felices. Y durante un tiempo es así; nuestras nuevas adquisiciones nos resultan excitantes al comienzo, pero enseguida nos adaptamos a ellas y tenerlas nos parece lo normal y ya no nos resulta emocionante.

La paradoja de las posesiones es que damos por hecho que la felicidad que nos proporciona comprar un objeto nos va a durar tanto como dure el objeto. Parece intuitivo que invertir dinero en algo que podemos ver, oir y tocar permanentemente es una buena opción. Pero no lo es.

Tanto Gilovich como otros investigadores han encontrado que las experiencias, las vivencias acumuladas -por breves que hayan sido- nos proporcionan una felicidad más duradera que los bienes materiales. Las experiencias acumuladas llegan a convertirse en una parte de nuestra identidad. Nosotros no somos lo que poseemos, sino que somos la acumulación de nuestras vivencias, de lo que hemos visto, de las cosas que hemos hecho y de los lugares en los que hemos estado a lo largo de toda nuestra vida. Es muy posible que comprar el último reloj o smartphone de una determinada marca no va a cambiar a la persona que somos; pero otras opciones de gasto como tomarnos unas semanas para desconectar y hacer el Camino de Santiago o perdernos en un agroturismo por el mundo rural haciendo excursiones es casi seguro que sí lo consiga.

Nuestras vivencias son una parte de nosotros más grande que nuestras posesiones materiales. Podemos apreciar nuestros bienes materiales, incluso podemos creer que una parte de nuestra identidad está vinculada a estas posesiones materiales, pero no obstante estos objetos permanecen separados de nosotros. Por el contrario las experiencias -intangibles- que hayamos podido vivir sí que forman parte de nosotros. Somos la suma de todas las experiencias que hayamos vivido.

La doctora canadiense Elizabeth Dunn, profesora de Psicología en la Universidad de British Columbia (UBC), también ha estudiado el tema del dinero y la felicidad y atribuye la felicidad temporal (efímera) que se consigue comprando objetos a lo que denomina “charcos de placer”. Dicho de otra forma, ese tipo de felicidad consumista se esfuma rápidamente y nos deja con ganas de más (insatisfechos). Puede que las posesiones materiales duren más que las vivencias, pero los recuerdos que persisten en nosotros es lo que más nos importa. Según la profesora Dunn solamente con dinero no se puede comprar felicidad, el secreto de la felicidad no solo está en recibir (comprar objetos o vivir experiencias), también se puede ser feliz haciendo donaciones (de dinero, aportando nuestro tiempo para ayudarnos a nosotros o a terceros).

El análisis sobre si el dinero proporciona la felicidad es muy viejo. El filósofo Fernando Savater afirma que "el secreto de la felicidad es tener gustos sencillos y una mente compleja; el problema es que a menudo las mentes son sencillas y los gustos son complejos".

No hay duda en que todos tenemos posesiones materiales que muchos años después nos siguen proporcionando felicidad, y que seguimos conservado y valorando a toda costa. Pero son casos muy contados: nuestra primera máquina de fotos, una guitarra, un determinado disco o libro… Y tal vez la felicidad no nos la proporcionan los propios objetos, sino las experiencias (las fotos, la música o los momentos) que nos proporcionaron y que nos gusta rememorar.

Una forma clásica de obtener y acumular experiencias memorables es viajar. Para muchas personas viajar es una atractiva opción a la que dedicar nuestro dinero (y nuestro tiempo), que se puede resumir en la frase “que nos quiten lo bailado”. El hecho de que las vivencias puedan durar poco tiempo es parte de lo que hace que las valoremos tanto, y este valor (el recuerdo de aquel viaje) tiende a aumentar a medida que pasa el tiempo.

Además las experiencias vividas (un largo viaje, una escapada de fin de semana) se disfrutan desde antes, desde el primer momento en que se planifican y se siguen disfrutando hasta mucho después, gracias a los buenos recuerdos que conservamos para siempre.

Sin embargo obtener experiencias placenteras no solo se consigue mediante viajes. De hecho muchos de los placeres de la vida están a nuestro alcance, aunque a veces no los veamos. También hay vivencias placenteras sin caer en el consumismo de servicios turísticos, que resultan más asequibles e incluso gratis, como pasear tranquilo y apreciar lo bonito de nuestras ciudades (ríos, parques), pasear por el campo, ordeñar una vaca, aprender cuáles son las hortalizas de cada temporada y cultivar una huerta (abonar, recolectar), disfrutar de la comida slow y de una buena sobremesa, reconectar con la naturaleza

Para muchas personas este tipo de vivencias nos proporcionan más satisfacciones que la posesión de una gran mansión o de un coche de último modelo. En palabras del desaparecido cómico (monologuista) y crítico social estadounidense George Carlin, “la vida no se mide por el número de veces que respiramos, sino por el número de momentos en que nos quedamos sin respiración”.

Un dicho anónimo afirma que con dinero podemos comprar una cama pero no un sueño reparador, podemos comprar un reloj pero no tiempo, podemos comprar un libro pero no conocimiento, podemos comprar medicamentos pero no buena salud, podemos comprar ocio y diversión pero no felicidad, podemos comprar una casa pero no un hogar, podemos comprar un anillo de compromiso pero no amor (ya lo cantaban los Beatles, con dinero no puedo comprar amor), podemos comprar obediencia pero no lealtad. El consumismo que nos ha invadido es un sinsentido, puesto que las cosas que más nos importan no cuestan dinero. Para tenerlas debemos ganárnoslas, cultivarlas, apreciarlas y protegerlas.

4 de junio de 2017

El final de la era de la posesión material

A lo largo del siglo XX las sociedades desarrolladas se acostumbraron a una determinada forma de pensar y actuar: cada vez que se necesitaba algo (una casa, un coche, un disco de música) se compraba. Inicialmente ahorrábamos durante un tiempo hasta poder costearnos la compra, pero las ventas a plazos y el crédito al consumo dispararon la sociedad de consumo. 

Esta actitud de los consumidores, unida a unos eficaces métodos de producción y logística hicieron posible crear un tráfico global de mercancías sin precedentes. Poseer determinados bienes enseguida se convirtió en sinónimo de ser alguien. Esto lo hemos tenido grabado en nuestros cerebros: tanto tienes, tanto eres.

En la actualidad este consumismo posesivo aún domina nuestro día a día. Comprar y usar los objetos que poseemos ocupa una buena parte de nuestro tiempo y de nuestra vida. Sin embargo, desde hace unos años, de la mano de Internet, de la computación en la nube (cloud computing) y los smartphones, se aprecian indicios sólidos de cambio: la mayoría hemos dejado de comprar CDs y DVDs; cada vez se venden menos libros en papel y los jóvenes están dejando de comprar coches. Cada vez hay más cosas que antes se compraban y se guardaban y que ya no. Estamos cambiando a un nuevo modelo de consumo.

En el sector de la música aún se lanzan discos, pero son muy pocas las personas que compran el disco físico. En la práctica lo más habitual es comprar las canciones o escucharlas a demanda en plataformas digitales en Internet. Ahora se accede a la música, no se posee el soporte físico. En el sector del cine ocurre lo mismo; para ver nuestras películas favoritas hace 10 años comprábamos un DVD, mientras que ahora recurrimos a plataformas digitales para ver películas y series completas de TV. Y esto no es más que el comienzo: lo importante no es tener, sino disfrutar.

En el sector de la movilidad urbana hay iniciativas  muy interesantes. ¿Cómo sería acceder a la movilidad bajo demanda? Se podría argumentar que ya tenemos los taxis, pero un taxi no resulta tan práctico y competitivo como una plataforma digital. ¿Cómo sería en realidad el tener las ventajas de tu coche pero sin necesidad de tenerlo en propiedad (y parado más del 90% del tiempo)?

Además del coche compartido, existen ya modelos de movilidad que permiten olvidarse de la posesión de vehículos. Igual que con las plataformas digitales de música, en ciudades como Helsinki se paga una cuota mensual, se indica a una app del smartphone a dónde quieres ir y se accede al uso de metros, autobuses, taxis, Ubers, etc. Cualquier servicio es accesible para desplazarse bajo demanda, con lo que ya no hace falta la propiedad de un coche.

Este concepto de servicio bajo demanda comenzó como una simple propuesta en el sector informático, cuando las empresas clientes empezaron a pagar por acceder, en vez de comprar una licencia permanente de su software ofimático. Ahora este modelo se está expandiendo al mundo material. Empresas como Netflix (1997), AirBnB (2008), Uber (2009), Spotify (2009) Cabify (2011) fueron lanzadas tras los smartphones y funcionan bajo el modelo “como servicio”.

Estos modelos de negocio, basado en la computación en la nube, donde toda la información se aloja en servidores en Internet que dan respuesta a las demandas de servicios de los usuarios, resultan cada vez más factibles a medida que aumenta el número de sensores que nos rodean. Los servicios se prestan en tiempo real y de forma flexible.


¿Y qué es lo revolucionario de este concepto? ¿Por qué es bueno no poseer tantos objetos? Existen dos motivos principales, que están interrelacionados. En primer lugar, la posesión nos hace perezosos. En segundo lugar, el Planeta no es capaz de sobrevivir su consumimos tantos productos.

Cuando compramos algún producto de consumo enseguida nos aburrimos de él y nos olvidamos de que existen, o si no, los usamos tan solo porque los hemos comprado. El uso bajo demanda supone emplear los productos solamente cuando los necesitamos realmente (cuando estemos dispuestos a pagar por ello). Esto supone un uso de los recursos mucho más racional y efectivo. Con las plataformas colaborativas hay más personas que usan el mismo coche o el mismo apartamento.

Para fabricar un coche, un edificio o un smartphone es necesario consumir muchos recursos naturales. Y, aunque no queramos darnos cuenta, nos estamos quedando sin estos recursos. Con los previsibles avances de estas tendencias de consumo, con estas plataformas digitales, el futuro -en cuanto a huella ecológica- resulta algo más prometedor. Los servicios a demanda van a revolucionar el impacto de algunos aspectos de nuestras vidas que en la actualidad resultan claramente insostenibles, como la movilidad o la vivienda.

Y, puestos a pensar ¿es posible imaginar un mundo en el que ya no tengamos un teléfono en el bolsillo, sino que paguemos por la comunicación como un servicio bajo demanda? Puede sonar a ciencia ficción, pero algunas empresas ya están empezando a ofrecer vivienda bajo demanda e incluso ciudades inteligentes bajo demanda. Un mundo sin smartphones bien podría ser posible a medio plazo. Hay que tener en cuenta que nuestros inseparables smartphones tan solo llevan 10 años en nuestras vidas.

8 de mayo de 2017

Tiempos de cambios también en el sector del automóvil

En los últimos años estamos experimentando rápidos avances tecnológicos en vehículos eléctricos, en conducción autónoma y en conectividad, lo que  está pidiendo una profunda reconsideración sobre cómo van a funcionar los coches en el futuro y sobre cómo los vamos a utilizar.

Los vehículos eléctricos siempre han sido considerados como una amenaza directa para los coches térmicos -con motor de combustión interna-, pero ahora se ha llegado al punto en el que el sector del automóvil, tan vinculado desde hace 100 años al sector del petróleo, debe afrontar un futuro que podría ser totalmente distinto. Pese a los intentos del potente lobby petrolero, que mantiene en la automoción su último reducto tras haber perdido la batalla de la generación eléctrica, en los próximos 5 años el sector del automóvil va a experimentar más cambios que en los últimos 20 años, debido al desarrollo tecnológico del vehículo eléctrico.

Las predicciones de crecimiento demográfico nos indican que para 2030 el 60% de la población mundial vivirá en enormes ciudades, en áreas metropolitanas con más de 10 millones de habitantes. Esto supondrá enormes atascos de tráfico, una enorme contaminación atmosférica y un enorme despilfarro energético. Para evitar que el futuro sea una catástrofe climática se hace imprescindible que tanto las empresas como los ciudadanos optemos por soluciones de transporte responsables, y cuanto antes sea esto, mejor para todos.

Combatir el cambio climático es una misión fundamental en nuestra generación, en especial dentro del sector del automóvil. Las normativas más estrictas en cuanto a emisiones de contaminantes están en línea con los acuerdos de París de 2015, y los sistemas motrices (propulsión) avanzados, en particular los vehículos eléctricos pueden aportar una solución clave para ayudar a mitigar los efectos del cambio climático.

Los vehículos eléctricos ofrecen la forma más inmediata y asequible de reducir las emisiones de GEI y limpiar la contaminación de nuestras atmósferas urbanas. En la actualidad nos encontramos en un punto de inflexión, donde cada vez más conductores ven al coche eléctrico como una alternativa viable. Los motivos son los cada vez más reducidos costes de las baterías, las cada vez mayores autonomías y la cada vez más numerosa infraestructura (puntos) de recarga. Los fabricantes de automóviles lanzan nuevos modelos de coches eléctricos cada mes, proporcionando a los clientes una mayor y más atractiva oferta.

Además los actuales coches son cada vez más conectados, inteligentes y personales. Para 2025 prácticamente todos los coches estarán conectados a Internet. De igual forma que nuestros teléfonos móviles se convirtieron en smartphones, nuestros coches se convertirán en smartcars. La conectividad se abre a una amplia gama de servicios in-car y de funcionalidades para los conductores, tales como pode pagar en parkings o peajes con un simple toque en la pantalla.

Otra tendencia que parece se ve a incrementar en los próximos años es la incorporación de características de conducción autónoma, en las que un sistema de sensores mantiene al coche centrado en su carril al leer los marcadores de la vía y actuar sobre el volante. La tecnología de conducción autónoma pretende hacer la conducción mucho más segura, dado que la gran mayoría de los accidentes de tráfico se deben a errores en la conducción.

Y avanzando un paso más, los vehículos eléctricos sin conductor ofrecen muchas posibilidades en las densamente pobladas mega-ciudades del futuro. Los futuros robotaxis podrán ofrecer movilidad bajo demanda de una forma mucho más asequible, eficiente y segura.


Las tecnologías que se están desarrollando y probando en la actualidad podrían eventualmente dar paso a un nuevo entorno urbano donde las personas seamos capaces de desplazarnos de forma más eficiente, más segura y más limpia, más económica y con más posibilidades. En 2030 los coches eléctricos podrían suponer el 3% de la demanda mundial de electricidad y el 4 % en Europa.

Para adaptarnos a esta nueva situación se han establecido alianzas entre fabricantes de coches, suministradores de componentes, distribuidoras eléctricas y socios tecnológicos con intención de hacer que estas tecnologías futuristas se hagan realidad cuanto antes. En diversos países se han realizado ensayos y proyectos (como el proyecto Azkarga en el País Vasco, para desarrollar soluciones de recarga rápida en menos de 20 minutos) que están explorando posibles soluciones para evitar distorsiones en el suministro eléctrico, incluyendo tecnología V2G (vehículo – red), en las que las baterías de los vehículos eléctricos pueden actuar como almacenamiento eléctrico flexible para la red eléctrica local.

Para el sector del automóvil se avecinan tiempos de grandes cambios, tiempos emocionantes, pero sin duda con el auge de la tecnología de vehículos eléctricos nos dirigiremos hacia un futuro urbano mucho más sostenible, con notables impactos positivos para la calidad atmosférica y para la salud de miles de millones de personas en todo el mundo.

14 de abril de 2017

Nuevas ideas sobre economía circular en la edificación

El sector de la edificación ha sido poco consciente del gran impacto ambiental que supone el elevado consumo de recursos naturales. Algunos fabricantes de materiales de construcción se han centrado en considerar la reutilización y/o el reciclaje de sus distintos productos y solo unas pocas empresas pioneras han empezado a considerar cómo ser capaces de deconstruir (un término procedente de la filosofía) edificios y volver a reconstruirlos en otro lugar.

Estas interpretaciones no van en absoluto descaminadas; de hecho en determinadas circunstancias deconstruir un edificio y luego emplear componentes rehabilitados o refabricados en otro emplazamiento puede ser la alternativa más adecuada. Sin embargo, con esta vía el sector de la edificación se arriesgaría a crear una solución para un problema que no es el más importante que (todos) debemos resolver. Esto se debe a que los conceptos de economía circular encajan mejor con productos de grandes ventas y vida corta (electrónica de consumo).

Si diseñamos edificios para que duren 30 años con la intención de sustituirlos luego varias veces podríamos terminar usando más recursos que si hubiésemos diseñado un edificio adaptable capaz de durar de forma continuada durante 100 años o más. El problema real que debemos resolver es cómo diseñar, construir y mantener edificios sanos que sean capaces de acomodarse a las necesidades cambiantes de varias generaciones de ocupantes a lo largo de un siglo, y que a la vez se empleen el mínimo posible de recursos naturales.

Por tanto para el parque edificatorio construido es preciso hacer una interpretación de la economía circular con un planteamiento diferente a muchos de los modelos existentes que hemos diseñado para bienes de consumo. Este nuevo planteamiento debe incorporar como esenciales los principios de longevidad (durabilidad), calidad y adaptabilidad, y además fomentar la colaboración en toda la cadena de valor de forma que los edificios puedan mutar de un uso residencial a doméstico o viceversa, sin necesidad de demolición.

En esta línea el Comité de Sostenibilidad de la Asociación del Ladrillo británica ha descrito un modelo con “las cuatro bases de diseño” que facilitan la transición del parque edificatorio construido hacia la economía circular, tal como se muestra en la imagen siguiente.

Estas 4 bases de diseño ofrecen aplicaciones prácticas de los Principios 2 y 3 de la economía circular, tal como los ha definido la Fundación Ellen McArthur en 2015.

1) Diseño para la longevidad (durabilidad). Emplear componentes duraderos en tejados, suelos y paredes  y considerar al edificio de forma integral (construcción, uso, consumo) para optimizar sus características energéticas y ambientales.

2) Diseño para el servicio. Mejorar la experiencia del usuario (ocupante del edificio) en cuanto al uso de materiales de calidad, con poca necesidad de mantenimiento, no tóxicos y no alergénicos. El diseño, la distribución y los acabados del edificio debieran enfocarse al bienestar de sus ocupantes  y -en edificios de oficinas- a facilitar la productividad de los empleados que trabajan en su interior.

3) Diseño para la reutilización y la rehabilitación (a múltiples escalas). Poder actualizar o reparar los elementos fijos (muebles en la pared) así como renovar el mobiliario. La disposición del edificio debiera proporcionar espacios adaptables, permitiendo a sus ocupantes cambiar el uso de los espacios interiores (por ejemplo, de salón a dormitorio). Y a nivel macro el diseño de los edificios también debiera tener en mente posibles cambios de uso de todo el edificio (por ejemplo, de comercial a residencial)

4) Diseño para poder recuperar los materiales. Herramientas como BIM van a permitir a los propietarios (gestores de activos) prever planes de mantenimiento para equipos e instalaciones (como calderas o paneles solares) y también identificar a los fabricantes de los componentes originales para permitir su reparación en vez de su sustitución. En el caso de una demolición, BIM también proporciona a los contratistas una precisa lista de materiales de forma que se puedan fijar objetivos de recuperación y reutilización de componentes.

Esta visión de la economía circular establece que el edificio (residencial o comercial) es el producto final y que cada uno de los materiales de construcción  (ladrillos, bloques o tejas) son sus componentes. Esta distinción resulta clave para aplicar los conceptos de la economía circular como un planteamiento global, que invite a todos los agentes de la cadena de valor (promotores, arquitectos, constructores, propietarios, administración local) a considerar el impacto de su función para conservar o ampliar el valor de los componentes (y de los recursos naturales) dentro del edificio.

Además este nuevo modelo británico también tiene en cuenta que la toma de decisiones por los seres humanos tiene su influencia en la economía circular, hecho que no han tenido en cuenta muchas de las primeras consideraciones previas sobre edificación sostenible. Si los ocupantes de una vivienda están insatisfechos con su entorno resulta más probable que decidan cambiar sus muebles y equipamientos antes de que estos componentes alcancen el final de su vida útil. Por lo tanto, diseñar y construir un edificio de calidad que proporcione el bienestar a sus ocupantes va a ser un factor clase de éxito para lograr una economía circular en la edificación.

22 de marzo de 2017

Recogida de residuos y puntos limpios

La recogida domiciliaria de los residuos urbanos es competencia de los entes locales. El servicio municipal recoger los residuos de los domicilios suele ser la segunda partida de gasto en los presupuestos municipales, tras los gastos de personal.

Tal como se ha visto en entradas anteriores desde hace bastantes años se recogen de forma separada distintas fracciones de residuos, para facilitar sus posibilidades de reutilización y reciclaje. Así, nuestras calles se han visto inundadas de contenedores para papel y cartón (color azul), para vidrio (color verde), para envases de plástico (color amarillo), para la fracción orgánica (color marrón) y para la fracción resto (color negro).

La mayoría de los ciudadanos no sabemos qué pasa con los residuos que depositamos, con mayor o menor esmero, en los contenedores de reciclaje. De hecho, a buena parte de los ciudadanos la palabra residuo nos suena a algo sucio, sin valor, indeseado, contaminado. En realidad un residuo es un material que no está ni en el lugar ni en el momento adecuado para poder ser aprovechado como material o como combustible. Por lo tanto es preciso trabajar para hacer converger materiales, logística y mercados para intentar llevarlos a su lugar y a su momento. Y esta logística debe ser iniciada por los entes locales, y seguida por las empresas y los ciudadanos.

En muchos países se están obteniendo niveles de reutilización y reciclaje de residuos que superan las exigencias fijadas en la Unión Europea. Hay muchos ejemplos de ciudades donde se reutilizan y se reciclan cada vez más toneladas y de más calidad, lo que implica mejores precios en el mercado, habiendo logrado pasar de un círculo vicioso a un círculo virtuoso. Y la clave del éxito ha sido la colaboración ciudadana.

Sin embargo existen otras fracciones de residuos que no se recogen a domicilio, ya sea por su tipología (voluminosos) o por la frecuencia con que se generan. Para estas fracciones somos los ciudadanos -que somos quienes generamos los residuos- los que debemos llevarlos a los denominados  puntos limpios, en una entrega que debe cumplir con ciertos requisitos técnicos y documentales.

Los índices de utilización ciudadana de estas infraestructuras son bajos. Los residuos que debieran entregarse en ellas (muebles viejos, enseres, electrodomésticos), se ven abandonados junto a contenedores y deben ser retirados por el servicio de recogida municipal, ralentizando la recogida y encareciendo el servicio. La confusión ciudadana y la dejadez de una parte son los principales obstáculos en la eficacia de la recogida separada de residuos.

O peor aún, el incivismo ciudadano, protegido por el anonimato y la nocturnidad, puede hacer que surjan vertederos ilegales en descampados. Se empieza con un ciudadano que deja abandonado un carrito de supermercado, luego alguien deposita su bolsa de basura dentro del carro, alguien más deja un sofá estropeado, a lo que siguen más bolsas de basura, televisores, etc. Si el ayuntamiento no identifica y retira rápidamente estos residuos, en un par de semanas se tiene un nuevo vertedero urbano ilegal. Además la basura tirada en las calles es perjudicial para la comunidad y puede atraer el crimen.

Ante estos fenómenos con nocturnidad y alevosía los ayuntamientos no pueden más que aumentar la sensibilización sobre qué, cómo y dónde se pueden aumentar las tasas de reutilización y reciclaje. Las redes sociales son un canal que se puede emplear para tener informados a los ciudadanos sobre lo que hace nuestros ayuntamientos con nuestros residuos, aunque los entes locales deberán tener cuidado con la denominada “fatiga verde”, ocasionada por la difusión a la ciudadanía de demasiados mensajes medioambientales. 

También hemos visto en entradas anteriores la posibilidad de generar actividad económica con amplio impacto social en base a la recogida y reciclaje de residuos. Tras décadas de haber desaparecido se empiezan a ver en nuestras ciudades negocios de reparación de aparatos eléctricos y electrónicos, lo que supone una interesante alternativa al usar y tirar.

Sobre la organización y disposición de algunos puntos limpios municipales, sería conveniente mejorar la ubicación y acceso a los contenedores de RAEE para no tener que “dejar caer” las TV y pantallas de ordenador desde una altura de 2 - 3 metros de forma que se rompan y se impida cualquier posibilidad de reutilizar o reparar el aparato.


Sobre el polémico asunto de si los hogares debieran ser penalizados por no reciclar o recompensados por reciclar, el consenso es que las zanahorias funcionan mejor que los palos. Debiera ser objetivo de los entes locales la mejora de la comunicación con los ciudadanos, proporcionando una información clara y acertada sobre las rutas de los residuos para obtener como recompensa una mejor respuesta ciudadana que permita obtener unos mejores índices de reutilización y de reciclaje. Aunque también es cierto que las ciudades donde mejores resultados se han obtenido en cuanto a reutilización y reciclaje son también las que se han atrevido a tocar los bolsillos de los ciudadanos, aplicando tasas de vertido para hacerlo menos viable por motivos económicos.