16 de agosto de 2017

Acciones individuales contra el cambio climático (II)

Pero nuestros nuevos comportamientos ciudadanos para mejorar el futuro de nuestro planeta no se limitan al consumo de alimentos. Hay muchos otros frentes abiertos que podemos abordar con nuevos hábitos.

La mayor demanda residencial de nuestro sistema energético, adicto a los combustibles fósiles, es la calefacción y climatización en edificios. Los ciudadanos occidentales tenemos arraigada la costumbre de desplazarnos desde nuestros hogares climatizados hasta nuestras oficinas climatizadas a bordo de nuestros coches climatizados. Es evidente que en muchas zonas geográfica se “necesita” climatización para los casos de temperaturas extremas en invierno y en verano pero ¿de verdad necesitamos estar a 21ºC siempre y a lo largo de todo el año? Bajemos el termostato e incluso dejemos la climatización tan solo para los casos más extremos, de forma que cuando las temperaturas exteriores son moderadas vivamos en el clima que nos envuelve. De esta forma podremos volver a sentir en parte los ciclos de la naturaleza, de los que tan desconectados estamos.

El libro Without hot air del profesor británico David MacKay proporciona de forma amena y didáctica muchísimos datos sobre el impacto climático de cantidad de acciones cotidianas. Su título es un juego de palabras: si dejamos de quemar combustibles fósiles para calentar el aire de nuestras casas (calefacción a veces innecesaria y en general con combustibles fósiles) dejaremos de propiciar el calentamiento global.

A modo de ejemplo, un gesto tan sencillo como dejar de usar la secadora de ropa y dejar que nuestra ropa se seque en el tendal, tiene como beneficio inmediato el ahorro de energía fósil y además que la ropa dure mucho más. De esta forma el desgate de la ropa es menor y no es preciso reponer la ropa con tanta frecuencia. Lo que quiere decir que no se transportan desde Asia nuevas remesas de ropa en barcos que consumen combustibles sucios y contaminantes.

Si votando con la cabeza nuestros políticos no nos satisfacen una opción es votar con los pies. Cada vez que nos desplazamos por la ciudad en nuestro coche particular, votamos por el coche; cada vez que vamos en bici, votamos por la bici. Votamos sobre lo económico (el combustible que hay que comprar o no) pero también votamos sobre lo pragmático. En esta época en la que en muchas grandes ciudades son habituales episodios de contaminación atmosférica a causa del tráfico, los departamentos de transporte urbano hacen un seguimiento meticuloso del uso de las carreteras y de los viajes de tránsito. Nuestros gobernantes municipales son sensibles a las demandas de sus votantes. En las ciudades en las que hay más ciclistas es más probable que las infraestructuras ciclistas tengan más soporte. Donde hay muchos peatones, la mayoría de los departamentos de movilidad urbana intentarán hacer que las calles sean más seguras y amigable para los peatones, en detrimento de los coches.

Nuestro consumismo desenfrenado tiene como efecto inmediato la generación de un enorme volumen de residuos, que es preciso gestionar de forma adecuada. El reciclaje de residuos surgió hace varias décadas como una virtud ciudadana antes de que supiésemos que teníamos un problema con las emisiones de GEI y resulta que el transporte y el procesamiento de los materiales para su reciclaje resulta muy intensivo en CO2. Reciclar sigue siendo más eficiente en cuanto a energía que hacer nuevos productos, pero la reducción del consumo y la reutilización son aún más limpios y deben ser la opción principal. Una forma de propiciar la reducción y la reutilización, ya explicada en entradas previas, es el consumo colaborativo.

Después de haber hecho todo lo anterior, usando el sentido común y sin caer en extremismos, aún seguiremos siendo responsables de algunas emisiones inevitables hasta que nuestra sociedad cambie sus hábitos de consumo. Los ciudadanos más concienciados pueden compensar estas emisiones y para ello las Naciones Unidas han hecho esta compensación fácil, barata y fiable, de forma que cada ciudadano pueda decidir a qué destinar sus aportaciones económicas.


Los seres humanos solemos ser reacios ante cambios de comportamiento. En ocasiones llegamos a recurrir a nuestros hijos para justificar nuestras acciones. Las frases justificatorias “Como tengo hijos tengo que comprar carne” o “Tengo hijos, por lo tanto debo ir en coche” son como decir “Tengo hijos, por lo que tengo que destruir su futuro”. La huella ecológica de nuestros hábitos de consumo aumenta con cada generación y algunos investigadores han estimado que cada hijo aumenta la huella de carbono de su padre en más de 5 veces. Las habilidades ciudadanas para sobrevivir en el siglo XXI son educar a pequeños vegetarianos que sepan cómo vivir en armonía con el clima y que usen el transporte público.