Nuestra sociedad moderna está estratificada entre favorecidos y desfavorecidos. Con la
crisis económica el número de desfavorecidos, personas sin aspiraciones de progreso, ha subido hasta el 30%. Los desfavorecidos son grupos de
personas que forman colectivos en riesgo de exclusión social, al estar excluidos del mercado laboral y con
difícil acceso a productos básicos (alimentación, vestido, etc).
Estas iniciativas actúan recogiendo productos de consumo en desuso (ropa usada o alimentos que habitualmente terminan en un vertedero) y canalizándolo
en dos flujos: un flujo directo destinado a su reutilización
por parte de grupos de personas desfavorecidas, y un flujo indirecto destinado a su reciclaje en
forma de productos de menor calidad (downcycling).
Son relativamente conocidas las tiendas de ropa de segunda
mano (gestionadas por voluntarios de Cáritas u otras ONGs) en las
cuales se puede entregar ropa en desuso para ser clasificada y aprovechada
(venta a precios asequibles) por personas con dificultades de comprar en los
canales de textil convencionales. Los donantes deben clasificar la ropa usada
que entregan en directamente aprovechable o en reciclable.
Una extensión de este concepto, con inclusión de abundantes
puestos de trabajo, es por ejemplo, la entidad Koopera, que parte de una red de
contenedores para la recogida de textil (ropa, calzado), libros o juguetes. Este
material es clasificado en una planta centralizada y posteriormente distribuido
y vendido en tiendas propias de productos de segunda mano ubicadas en diversas
localidades.
Otra iniciativa lanzada en Cataluña es Espigoladors, que a
partir de restos de alimentos en buen estado (en este caso frutas y verduras) ha creado una empresa
social dedicada a la recogida de frutas y verduras descartadas (ya sea por
excedentes de cosechas o no vendidas en supermercados por antiestéticos), pero
siempre aptas para su consumo y con igual valor nutricional. Igual que en el
caso de la ropa se han establecido dos flujos. Un primer flujo se lleva directamente
a entidades sociales (bancos de alimentos, etc) que gestionan el acceso a la
alimentación de colectivos en riesgo. El segundo flujo se dedica a su
transformación para elaborar nuevos productos (mermeladas, zumos, salsas, cremas,
conservas) que se comercializan bajo la marca “es im-perfect”. De esta forma, por
una parte se crean puestos de trabajo en la recogida y en la elaboración y se
facilita el acceso a frutas y verduras a grupos desfavorecidos.
La carta de principios de la economía solidaria establece 6
principios: equidad, trabajo, sostenibilidad ambiental, cooperación, sin ánimo
de lucro y compromiso con el entorno. Alrededor de estos principios se han
creado distintas entidades, que ofrecen modelos perfectamente reproducibles en
otros territorios.
Los ejemplos mencionados, junto con muchos otros, son muestra de un nuevo tipo de consumo, accesible para los más
desfavorecidos, de una economía social y solidaria que no deje caer a las personas
y las ponga en el centro.
Estas entidades de recuperación
de residuos y de inclusión social son claramente merecedoras de un mayor reconocimiento público. Si su fomento va acompañado de campañas de concienciación para no derrochar
productos de primera necesidad daremos pasos relevantes en la buena dirección, además de sentir
que nuestras pequeñas actuaciones son capaces de cambiar el mundo, a mejor.