Durante el siglo XX ha habido un notable avance en cuanto a
descubrimientos científicos y a desarrollo tecnológico. Y en paralelo con estos
avances se ha ido asentando en los profesionales de la ingeniería y la
arquitectura -y en buena parte de la ciudadanía- una fe ciega en la ciencia
y la tecnología. Nos hemos llegado a creer que las fuentes de energía eran ilimitadas y
nos hemos creído capaces de crear en nuestras ciudades y edificios un entorno
artificial, lo que nos ha terminado por desvincular del medio natural.
La forma en que se construye desde hace décadas no es más
que un reflejo de esta forma de pensar. Hemos considerado que es posible
construir viviendas y ciudades de forma independiente a las condiciones
climáticas que nos rodean. La iluminación la resolvemos mediante luz artificial y la
climatización la resolvemos mediante calefacción y aire acondicionado. Es
habitual -y a nadie le sorprende- que se construyan urbanizaciones de viviendas
orientadas al Norte y en las que el edificio vecino impide cualquier entrada de
la radiación solar.
Además la actividad edificadora se ha industrializado y se
edifican bloques de viviendas que se comercializan una vez construidos. El
usuario de las viviendas no participa en su diseño y construcción, de forma que
se ha perdido una cultura popular sobre viviendas y energía solar, unos conocimientos
que se transmitían de generación en generación.
Sin embargo la integración de la energía solar en edificios
no es algo reciente, sino que desde hace mucho tiempo en el diseño de edificios
se tiene en cuanta cómo captar la radiación solar. Ya el hombre primitivo descubrió que las pieles de los animales
cazados le podían ayudar a protegerse contra el frío, que ponerse al sol le
suponía aumentar su bienestar y que las cuevas eran un buen lugar donde
refugiarse debido a su temperatura constante.
Desde la cultura griega (25 siglos) las viviendas e incluso
las ciudades se planificaban según unos conceptos muy claros: las casas con las
fachadas principales (donde están los principales huecos de fachada) orientadas
al sur, evitando la orientación norte (vientos fríos).
En el siglo I aC el arquitecto e ingeniero romano Marco Vitruvio, autor del tratado sobre arquitectura más antiguo que se conserva, llegó a definir en qué lugar de
la casa debiera ubicarse cada habitación. El vidrio plano y transparente
permitía el paso de la luz natural y a
la vez guardar el calor acumulado en el interior. Además, el derecho a que la casa del vecino no se
interponga entre la casa propia y el sol quedó incorporado en la legislación
romana.
Observando nuestras edificaciones rurales se puede apreciar
su orientación Sur, sus fachadas al Norte con escasos huecos y sus muros con elevada
inercia térmica.
En su obra “Un hilo dorado” (1985) los autores John Perlin y
Ken Butti hacen un recorrido histórico de la arquitectura solar, desde la época
de los griegos y los romanos hasta la actualidad. En este trabajo se resalta
cómo periódicamente se ha interrumpido la evolución técnica de la arquitectura
solar, debido a motivos religiosos y culturales y, sobre todo, a intereses
económicos.
Pronto se descubrió que el
vidrio actúa como captador de energía solar y se desarrollaron espejos curvados
para concentrar la energía solar sobre determinados objetos. Todos estos
conocimientos sobre energía solar, vidrios y espejos curvos se perdieron
durante los siglos oscuros (siglos VII a XII, en los que el poder de la Iglesia
católica prohibía cualquier experimento humano en temas divinos), siendo
recuperados tras la Reforma protestante en la época de Galileo. En el siglo XVI se recuperaron
los invernaderos hortofrutícolas y en la Inglaterra del siglo XVIII las estufas
e invernaderos solares fueron desplazadas por las estufas de combustible
(carbón o gas).
Las distintas máquinas térmicas alimentadas con carbón o
madera durante la revolución industrial y, sobre todo, la cultura del
combustible para alimentar a las máquinas, desplazaron -con algunas
excepciones- durante los siglos XIX y XX a las tecnologías y máquinas solares
descubiertas y desarrolladas hace siglos.
En efecto, analizando la perspectiva histórica, en los momentos de
mayor auge de la arquitectura solar se han aplicado políticas que han truncado
su desarrollo. La cultura del consumo de combustibles y los intereses
económicos de las compañías carboneras, luego petroleras y más tarde gasistas impidieron el encaje
de la tecnología solar (y de otras tecnologías renovables basadas en el sol,
como la eólica o la biomasa) en el tejido industrial capitalista contemporáneo.
Uno de los motivos de esta discontinuidad en la arquitectura
solar es nuestro modelo económico occidental, el cual tan solo permite que se acaben
imponiendo aquellas tecnologías que suponen alguna ventaja para las estructuras
económicas dominantes, en este caso concreto para los intereses de los lobbies
energéticos y constructores.