20 de enero de 2015

Gestos por la biodiversidad

Nuestros hijos están aprendiendo en la escuela que la biodiversidad -la diversidad de vida de especies vivas, resultante de millones de años de evolución- es lo que hace del planeta Tierra un espacio habitable y hermoso. La naturaleza nos aporta a la especie humana esparcimiento e inspiración, pero también nos suministra diversos bienes tales como alimentos, energía, aire, agua, materias primas.

Pese a que la naturaleza es insustituible, en el sentido de que si acabamos con ella no tenemos otra de repuesto, el comportamiento del ser humano como especie dominante en la Tierra la está sometiendo a fuertes presiones, lo que está dando lugar a diversas manifestaciones de pérdida de biodiversidad. 

En la protección y en la conservación de la biodiversidad los ciudadanos podemos hacer mucho, controlando qué y dónde consumimos, mediante cambios de hábitos o mediante pequeños gestos que no alteren significativamente nuestro modo de vida. Para concretar cuáles son estos hábitos o estos gestos, se presenta una pequeña lista con 15 gestos, la mayoría ya comentados en entradas previas, que puede servir de recopilación de mensajes tras casi un año de existencia de este Blog:

- Aprender, investigar, documentarnos, entender cuatro conceptos y conocer los “puntos calientes” (las regiones más ricas) y las regiones más amenazadas en cuanto a biodiversidad en todo el planeta.
- Colaborar con entidades de conservación de la naturaleza, ya sea aportando dinero o trabajo como voluntario.
- Descubrir y apreciar la naturaleza (mucha o poca) existente en nuestros espacios urbanos: parques, jardines, estanques, calles arboladas...
- No molestar a los animales cuando salimos a pasear por el campo ni arrojar desperdicios en la naturaleza (chicles, colillas, vidrios, plásticos, pilas…) 
- No introducir especies no autóctonas (plantas o animales exóticos), que pueden resultar altamente dañinas para la biodiversidad local.
- Consumir alimentos y productos naturales (preferiblemente locales y estacionales) antes que productos sintéticos o cultivados con fertilizantes y pesticidas químicos, o pescados no capturados de forma responsable .
- No dejarnos engañar con campañas de publicidad ecológica que pretenden que paguemos más por supuestos productos verdes.
- Reducir el consumo de papel y cartón y reducir el uso de plásticos (botellas, bolsas). Para esto último nos puede ayudar la imagen de las enormes corrientes e islas de residuos plásticos en alta mar
- Usar los contenedores y los puntos limpios para separar fracciones de residuos: vidrio, papel / cartón, plásticos (en contenedores), medicamentos (en puntos limpios). Es mucho más sencillo reutilizar y reciclar fracciones separadas que fracciones mezcladas.
- Consumir alimentos de producción local, frutas y hortalizas de temporada y variedades autóctonas olvidadas como alternativa a la carne y a la comida basura. 
- En nuestros viajes probar las especialidades culinarias locales y comprar souvenirs de forma responsable, evitando traernos animales vivos o recuerdos hechos con partes de animales (pieles, dientes, huesos, cuernos).
- Conservar el mayor tiempo posible nuestro teléfono móvil o nuestros aparatos de electrónica de consumo, sin cambiarlos cada año por modas pese a estar en perfectas condiciones de uso. 
- Reducir el consumo energético en nuestras viviendas y la contaminación lumínica en el exterior.
- Limitar nuestros desplazamientos por la ciudad en vehículos motorizados, ya sean públicos o -sobre todo- privados.
- Reducir el consumo de agua potable: el agua está mal repartida; aprovechar el agua de lluvia para regar las plantas.

En resumen, teniendo en cuenta que solo tenemos un planeta a repartir entre todos nosotros, se trata simplemente de aplicar el sentido común.

8 de enero de 2015

El círculo vicioso del tráfico en las ciudades

En los países de nuestro entorno las últimas 6 décadas se han caracterizado por un crecimiento desmesurado tanto en la población urbana como en el uso del coche. La urbanización está fuertemente influenciada por el coche, muchas familias se han trasladado a vivir a los extrarradios de las ciudades y algunas necesitan varios coches para satisfacer sus necesidades de movilidad. Los efectos resultantes de esta diseminación urbana son bien conocidos: la desaparición de las relaciones sociales y de la vida de barrio, una mayor dependencia del automóvil particular, unos viajes más largos en tiempo y unos costes de transporte crecientes.

La Unión Internacional de Transporte Público (UITP) lleva años planteando el círculo vicioso que ha ocasionado el urbanismo disperso que ha fomentado el uso intensivo del coche en las ciudades, ya que el transporte público no puede llegar a todas las urbanizaciones en las afueras de la ciudad.

Partiendo de la realidad de que cada vez más gente opta por el coche como alternativa para sus desplazamientos por la ciudad, cuantos más coches salgan a las calles hay más tráfico, y cuanto más tráfico haya hay más atascos y más escasez de plazas de aparcamiento.

De esta forma las opciones de transporte público en superficie (autobuses y tranvía) son más lentas y menos efectivas, y por tanto menos atractivas. Por lo cual el uso del transporte público disminuye y la oferta de transporte público se reduce.

Además el mayor tráfico en las ciudades ocasiona un aumento en la contaminación atmosférica, en el ruido y en los accidentes, por lo que el centro de la ciudad es cada vez menos atractivo como lugar residencial, los barrios residenciales del centro se deterioran, los habitantes del centro se trasladan a la periferia y la ciudad dispersa se consolida.

Por último, el aumento del tráfico hace que la actividad económica en el centro de la ciudad sea menos accesible, lo que hace que también la actividad económica se desplace hacia la periferia.

En conjunto, la reducción en la oferta de transporte público y el traslado de barrios residenciales y de la actividad económica a las afueras tiene como efecto la necesidad de mayores inversiones públicas para más carreteras y más aparcamientos. Y la ampliación de la redes de carreteras para reducir la congestión del tráfico es contraproducente, al aumentar el volumen de tráfico y en consecuencia sus impactos negativos.

La única forma de romper este círculo vicioso pasa por atacar a la raíz del problema, es decir, por evitar que cada vez más gente use el coche particular en sus desplazamientos urbanos. En entradas anteriores se ha visto qué se está haciendo en otros países (coches de uso compartido), pero todo pasa por dar la prioridad al transporte público, a los ciclistas y a los peatones.

Como en otras cosas, también en la movilidad urbana hay que actuar en la gestión de la demanda. Algún día alguien tendrá que proponer algo en este país en cuanto a movilidad y planificación urbana, como limitar el uso del vehículo privado en el centro de las ciudades, sobre todo los deportivos y los vehículos 4x4. En Europa se lleva trabajando desde los años 80 y ya se han tomado medidas en más de 200 ciudades.

Desde 2010 la Unión Europea exige a los estados miembros unas emisiones de óxidos de nitrógeno (NOx) de 40 microgramos por metro cúbico, lo que no se cumple ni en Madrid ni en Barcelona.

Algunas ciudades como Estocolmo, Milán o Londres aplican peajes (como la congestion charge en Londres), otras como Berlín o Lisboa solo permiten el acceso al centro de las ciudades a los vehículos menos contaminantes (como la Umwetl Plakette o distintivo verde en Berlín).

Otras tienen una visión más ambiciosa a largo plazo. En los últimos 60 años la temperatura de la ciudad – estado portuaria de Hamburgo ha aumentado en 9ºC y el nivel del mar ha subido 20 cm. En el plan urbanístico propuesto (Grünes Netz), la red de caminos para enlazar todas las instalaciones de su anillo verde (parques, jardines, cementerios, instalaciones deportivas) de dentro de 20 años no hay sitio para los vehículos particulares, ya que solamente se contemplan rutas para peatones o ciclistas en una superficie de 7.000 hectáreas de espacios verdes existentes o nuevos, lo que supone el 40% de la superficie de Hamburgo, la décima ciudad más grande de Europa y la capital verde europea en 2011.


Aquí parece que lo de restringir la circulación es políticamente incorrecto y se prefiere apostar por la disuasión, pero sin concretar cómo. Quienes deben tomar decisiones son los gobiernos autonómicos y sobre todo los ayuntamientos. Es preciso actuar en paralelo en distintos ámbitos: la ordenación del territorio, el cambio de actitud en los ciudadanos o los sistemas de transporte inteligentes. 

2 de enero de 2015

Tendencias en economía (III): el consumo colaborativo

Cuando dentro de unos años alguien haga un análisis sosegado de la sociedad del siglo XX posiblemente se preguntará por qué los ciudadanos del primer mundo teníamos entonces tantas cosas en propiedad. Tras miles de años en los que el ser humano había vivido con lo puesto, en el último tercio del siglo XX a los ciudadanos de las economías occidentales les dio por acaparar todo tipo de bienes de consumo: coches, frigoríficos, televisiones, teléfonos, ordenadores, electrodomésticos, ropa, complementos...

En España la denominada sociedad de consumo surgió hace unos 40 años, siendo el reflejo de tantos “éxitos sociales" (poseer un nuevo coche, una nueva vivienda) y el causante de tantos desaguisados financieros (las compras a plazos, las tarjetas de crédito, las hipotecas). Una vez satisfechas nuestras necesidades básicas los ciudadanos, bombardeados por la publicidad, hemos sucumbido ante las necesidades “prescindibles”. ¿Quién no tiene en su casa unos cuantos pequeños electrodomésticos que no usa (una licuadora, una yogurtera, un taladro eléctrico), montones de ropa o varios pares de zapatos prácticamente sin estrenar?

El finlandés Petri Lukkainen ha producido en 2013 el documental My stuff (lo imprescindible para vivir), donde refleja el sinsentido del hiperconsumismo salvaje que vivimos y la libertad de quien no posee nada. Sumido en una crisis existencial a los 26 años, tras fracasar en el intento de aliviar sus tristezas mediante la tarjeta de crédito, Lukkainen se deshizo de todas sus pertenencias para comenzar una nueva existencia de 365 días, período en el que pudo apreciar el verdadero valor de las cosas.

El final de la sociedad consumista basada en la propiedad de todas las cosas empezó hacia 1990 con la irrupción de la música digital (el formato mp3) y la posibilidad de compartir música en Internet mediante programas como Napster, lo que provocó que los CD (almacenados por docenas en cada hogar) pasasen a ser algo superfluo. El fenómeno de la música compartida en Internet pronto de extendió a otros medios de comunicación (prensa escrita, libros, cine). En poco tiempo los conceptos de vendedores, intermediarios y compradores desaparecieron y fueron sustituidos por los de proveedores y usuarios.

Además el colapso del sistema financiero de 2008 nos hizo ver -entre otras muchas cosas- que el ansia de poseer cosas inútiles nos había llevado a todos a la ruina. De pronto caímos en la cuenta de todas las cosas que teníamos sin pagar y que además no necesitábamos. Es de suponer que en general habremos aprendido la lección y habremos frenado nuestras ansias consumistas.

Esto es especialmente cierto entre la juventud, que es quien se ha llevado la peor parte de la crisis económica, con una tasa de desempleo de más del 40% en España. Y es la juventud, precisamente el sector de la sociedad más familiarizado con el concepto de Internet y sus libres intercambios de información y contenidos, quien nos está marcando el camino hacia una nueva forma de consumo, el consumo colaborativo, basado en el préstamo, el alquiler o el uso compartido de bienes de consumo, en vez de en su compra. Los tres tipos de reacciones autosuficientes y colaborativas que están surgiendo en los últimos años son:
  • Cambiar la cultura de poseer por la de usar (alquilar/compartir productos)
  • Redistribuir productos que ya no se usan (intercambiar productos)
  • Modos de vida colaborativos (compartir/intercambiar servicios)
En los EEUU es notorio el éxito de negocios surgidos al amparo de Internet para adaptar viejos negocios de alquiler de videos o de coches. Sin embargo, el auténtico espíritu colaborativo se aprecia en iniciativas innovadoras que permiten el uso compartido de viviendas o de herramientas de bricolaje. Alquilar un taladro eléctrico para usarlo un solo día resulta mucho más barato y sensato que comprarlo. Lo que se necesita es tener un agujero hecho en la pared, y no tener un taladro. Y además alquilar y compartir bienes (electrodomésticos, juguetes, ropa y complementos y muchas cosas más) supone un uso más eficiente de los recursos, producir menos y generar menos residuos RAEE, ayudando a la idea de la economía circular, en la que se pretende que todo se reutilice y nada se envíe al vertedero antes de tiempo.

Pero además de sus ventajas económicas y ambientales, el beneficio real del consumo colaborativo, del comercio entre particulares gracias a Internet, está en la esfera social. En general hemos sido educados para “no hablar con desconocidos” y para no relacionarnos más que con “lo formal” (el banco, la cafetería…). Esto también está cambiando con la generación del milenio, que tiene unos padres menos cerrados que los de generaciones anteriores. En una época en la que las familias viven dispersas y aisladas y donde no conocemos a la gente con quienes nos cruzamos en la calle, el compartir cosas de particular a particular, incluso con extraños a quienes acabamos de conocer on line, nos puede ayudar a conocer a nuevas personas y a establecer relaciones enriquecedoras.



El deseo de obtener algo de personas con cara y ojos en vez de consumir productos transportados desde lejos también se está aplicando a productos básicos de la cesta de la compra. En muchas ciudades se están creando nuevas relaciones entre agricultores y consumidores urbanos que les anticipan una cantidad de dinero antes de la cosecha a cambio de una entrega semanal de frutas y hortalizas. Esta práctica de comercio de proximidad elimina el transporte a grandes distancias y los envases de plástico.

Según la gurú de la economía colaborativa Rachel Botsman, compartir bienes y servicios entre iguales supone un relanzamiento de la vida en comunidad, y esto funciona porque la gente se fía de los demás. La moneda de la nueva economía colaborativa es la confianza y los seres humanos estamos deseosos de confiar en los demás y que los demás confíen en nosotros.