19 de octubre de 2015

La riqueza del petróleo

Los yacimientos de recursos energéticos fósiles (petróleo y gas) se encuentran desigualmente repartidos por el mundo. En teoría los países ricos en petróleo debieran ser capaces de haber desarrollado el bienestar social de sus ciudadanos. En la práctica, la explotación de estos yacimientos ha supuesto para los países productores fuertes ingresos económicos, que han contribuido de forma muy dispar a la prosperidad de sus habitantes.

Por ejemplo, el hallazgo de grandes cantidades de petróleo y gas en el Mar del Norte en 1980 condujo a dos modelos muy distintos de administración de la nueva fuente de ingresos. Por una parte el Reino Unido, el antiguo imperio y potencia industrial, ha aplicado estos nuevos ingresos para aliviar sus presupuestos anuales. Por otra parte Noruega ha administrado sus recursos mediante empresas estatales, ha creado un fondo soberano enorme que garantiza ayudas sociales y permite fomentar la I+D, lo que ha hecho de Noruega uno de los países más prósperos de mundo.

Fuera de Europa hay muchos más casos de países ricos en petróleo y gas cuyos ciudadanos no son partícipes de estas riquezas. México, Venezuela, Rusia o los países árabes dan muestra de grandes fortunas concentradas en muy pocas manos y de miseria social. Por ejemplo Indonesia es un gran productor de petróleo y es miembro del G20. Pero también es un país con mucha pobreza y un alta tasa de corrupción. El clérigo y líder musulmán indonesio Abu Bakar Bahir ha afirmado que "la riqueza del petróleo ha sido una maldición para nosotros;  nos ha hecho débiles y dóciles".

El lobby petrolero ha sido capaz de conseguir que durante muchas décadas ha habido grandes apoyos públicos (rebajas fiscales) a las exploraciones de combustibles fósiles. Informes del World Watch Institute y del -en estos temas- poco sospechoso Fondo Monetario Internacional demuestran que se dan más subvenciones a los combustibles fósiles que a las energías renovables.


El futuro de la economía del petróleo y del gas, de la buena o mala administración de los ingresos de los países productores, va a depender del énfasis que se ponga en cumplir con los compromisos internacionales de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). En la COP de Cancún (2010) se llegó al acuerdo de limitar las emisiones de GEI de forma que se evite un aumento de la temperatura media global de más 2ºC por encima de los niveles de temperatura en la época pre-industrial.

Según cálculos de Potsdam Institute for Climate Impact Research (PIK), para que las probabilidades de superar el límite de 2ºC no superen el 20%, las emisiones totales de CO2 entre 2000 y 2050 no deben rebasar las 886 Gt (gigatoneladas). Las emisiones reales hasta 2010 han sido de 321 Gt, por lo que tan solo nos queda un remanente de 565 Gt para emitir hasta 2050.

En base a estos cálculos, un informe de la iniciativa Carbon Tracker (2011), un think tank británico, alerta de una más que posible burbuja del carbono y del riesgo creciente de invertir en combustibles fósiles. Dicho en breve, grandes partes de las reservas en cuyos descubrimientos y exploraciones nos estamos gastando miles de millones de euros al año tendrán que quedarse sin quemar si nos proponemos evitar más de 2ºC de incremento de la temperatura global. Las reservas de combustibles fósiles equivalen a unas 2.860 Gt, cifra que se debe comparar con el tope comprometido de 565 Gt. Esto supondrá dejar enterrados bajo tierra del orden del 80% de unos recursos energéticos actualmente muy cotizados, lo que puede desencadenar una crisis financiera global bastante más seria que la de 2008, de la que 7 años más tarde estamos empezando a salir.

Ante esta encrucijada los gobiernos pueden tener visión a corto plazo, visión a largo plazo o falta de visión. Solo mediante una visión a largo plazo será posible diseñar un mix energético donde las fuentes de energía limpia tengan cada vez más peso, teniendo claro que siempre hará falta el soporte de combustibles fósiles. El remanente de emisiones de CO2 que nos podemos permitir hay que administrarlo con sentido común y equidad.

Pero sí hay algo seguro: cualquier plan basado en restringir el acceso a combustibles baratos está condenado al fracaso desde el comienzo, por lo que no tenemos otra opción más que afrontar el problema y crear soluciones sostenibles a largo plazo. El despliegue de las energías renovables hasta los niveles necesarios para no superar los 2ºC de calentamiento global no tendrá lugar hasta que capitales no ajusten el precio asignado a las reservas de combustibles fósiles.

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