14 de julio de 2015

Biodiversidad urbana

La ciudad es un ejemplo de obra del hombre que, indudablemente, afecta al paisaje natural. Según el geógrafo francés Paul Vidal de la Blanche la naturaleza prepara el sitio y el hombre lo organiza de forma que pueda satisfacer sus necesidades. Históricamente ha habido relaciones tensas entre el urbanismo y la naturaleza. El fenómeno de expansión urbana, el crecimiento de las ciudades y la construcción de infraestructuras ha hecho que proliferen el asfalto y el hormigón, lo que afecta a espacios naturales y supone una amenaza clara para la biodiversidad. 

Los suelos urbanos suponen del orden del 2,5 % del territorio español, más de 12.000 km2 de paisajes artificiales con una densidad de población superior a los 2.000 habitantes por kilómetro cuadrado.  

Según el estudio “Ciudades y biodiversidad” presentado en 2012 por la Convención de las Naciones Unidas sobre biodiversidad, para el año 2030 se triplicarán las áreas urbanas y la población urbana crecerá hasta los 4.900 millones de personas. Casi todo este crecimiento tendrá lugar en zonas cercanas a la costa y a espacios donde existe una gran biodiversidad. Dado que más del 60% del espacio que será urbano en 2030 está aún por urbanizar y edificar, esto supondrá una auténtica oportunidad si se consigue que los dirigentes políticos y los expertos en urbanismo presten más atención a la riqueza natural de los espacios en los que se van a construir estas nuevas ciudades.

Desde hace décadas la especie humana está amenazando desde su hábitat urbano al hábitat natural. ¿Cómo podríamos (re)diseñar nuestras ciudades teniendo en cuenta la necesidad de preservar la biodiversidad? Es desde las ciudades donde debe comenzar la labor de conservar y proteger la biodiversidad en nuestras ciudades. 

Albert Einstein decía que “no podemos resolver nuestros problemas si usamos la misma forma de pensar que teníamos cuando los creamos”. La biodiversidad urbana aporta importantes beneficios para la salud y el bienestar de los ciudadanos. Solamente si la conservación de la biodiversidad se incorpora en la planificación urbana (urbanística, energética y de todo tipo) se podrá retener en la trama urbana al menos una parte de las comunidades biológicas autóctonas, como los árboles urbanos o un mínimo contacto con la naturaleza (biofilia).


Según el profesor Thomas Elmqvist, del Centro de Resiliencia de la Universidad de Estocolmo, las ciudades deben aprender a proteger y a mejorar su biodiversidad. Para ello apunta varias ideas:

- Debemos redefinir el rol de las ciudades, de forma que pasen de ser sumideros a ser fuentes de servicios ambientales (ecosistémicos)
- Para poder crear resiliencia en el paisaje urbano y desarrollar soluciones basadas en la naturaleza es preciso contar con ecosistemas urbanos potentes y no amenazados
- Cada ciudad es única y no hay una receta única para gestionar la biodiversidad urbana, aunque ayuda mucho cuestionarse nuestros valores y nuestras trayectorias, así como aprender de las experiencias de otras ciudades 

Y unas últimas ideas sobre criterios a aplicar en el diseño de nuestras ciudades para buscar los múltiples beneficios de la biodiversidad urbana:

- En todos los desarrollos y regeneraciones urbanas obligación de evaluar los servicios ambientales que nos presta la naturaleza, la huella ecológica y las fuentes de materiales sostenibles 
- Agricultura urbana y periurbana, huertos y frutales comunitarios, proyectos de alimentos de la comunidad, guardianes comunitarios
- Aguas y humedales, recogida de aguas pluviales en cisternas, aguas y jardines, agua y vegetación para reducir el efecto “ola de calor”
- Infraestructuras verdes con interconexiones (anillos verdes), pasos para la fauna por encima y por debajo de autovías y ferrocarriles, hileras de árboles para dar sombra y captar CO2, desarrollos urbanísticos a orillas de los ríos, tapices vegetales…
- Diseño biofílico para combatir algunas patologías urbanas: espacios verdes (vistas desde hospitales), materiales naturales, calles con vegetación

2 de julio de 2015

La preservación del patrimonio de nuestras ciudades

El concepto de patrimonio está suficientemente asumido en su acepción individual, pero bastante menos en su acepción de patrimonio colectivo. El patrimonio de una ciudad es uno de sus principales activos, es algo que se hereda, que pasa de una generación a otra y que acrecienta el sentido de pertenencia de sus habitantes.

Una ciudad puede tener patrimonio natural, patrimonio cultural (bienes materiales e inmateriales), patrimonio industrial o patrimonio arquitectónico (plazas, puentes, jardines, edificios de todo tipo). Y una sociedad,  un pueblo, puede también atesorar un patrimonio cultural inmaterial.

El patrimonio urbano es una parte esencial de la cultura de una sociedad, un reflejo de la huella dejada por nuestros antepasados, que debemos intentar preservar y recuperar. Es algo que no se puede construir con dinero y que solo se aprecia cuando se deja de tener. España tiene un patrimonio cultural urbano de gran riqueza, con más de 600 conjuntos históricos y 15 ciudades incluidas en la lista del Patrimonio de la Humanidad.

Nuestra generación tiene la obligación de conservar y transmitir este patrimonio hasta las generaciones futuras, de forma que vean las mismas fachadas y pisen las mismas calles y jardines que nosotros y que nuestros antecesores. Además la preservación del patrimonio cultural permite atraer y mantener el turismo y es una clave de la actividad económica en muchos municipios.

Las distintas edificaciones de una ciudad han sido diseñadas y construidas para cumplir con una función determinada (residencial, terciaria, cultural, industrial…). Sus técnicas constructivas y los materiales empleados tienen una determinada durabilidad o vida útil y cualquier construcción requiere de un cuidado casi permanente. El uso de una edificación provoca un desgaste, pero un edificio sin uso también se deteriora. A lo largo del tiempo el patrimonio de una ciudad se ve afectado por la vejez (el desgaste), por otras actuaciones urbanísticas, por inundaciones (desastres naturales), por guerras…

Las distintas edificaciones de una ciudad pueden ser edificaciones protegidas, que están sujetas a determinadas obligaciones particulares por parte del órgano que declara (el catálogo de edificios protegidos, los bienes de interés cultural) o bien edificaciones no protegidas.

Pese a su menor interés cultural o arquitectónico, las edificaciones no protegidas también deben ser mantenidas en buen estado de conservación. Tanto por la obligación establecida en la Ley de Propiedad Horizontal, en el Código Técnico de la Edificación o en la ordenanzas municipales, como por la mayor calidad de vida y revalorización de los edificios para sus propietarios.

Desde hace décadas la UNESCO, la Unión Europea y otros organismos internacionales están insistiendo en la importancia de preservar el patrimonio cultural. Preservar el patrimonio es una obra social que permite preservar la identidad, los valores y la cultura para evitar convertirse en una ciudad impersonal. Supone beneficios sociales, culturales y también económicos (el turismo cultural es un fenómeno creciente).

Las intervenciones en el patrimonio de una ciudad tienen por objeto por un lado reparar los distintos elementos afectados por patologías y por otro recuperar el valor histórico y arquitectónico de los edificios deteriorados.

En los últimas décadas la proliferación de centros comerciales en las afueras de las ciudades ha acabado con el comercio tradicional, lo que ha vaciado los centros históricos de las ciudades y ha hecho que los urbanitas tengan que juntarse con sus amigos en los centros comerciales, convertidos en las catedrales del ocio.

La conservación del patrimonio de nuestras ciudades no es un asunto solamente de las administraciones o de entidades privadas, sino que el transmitir nuestro patrimonio a las generaciones futuras es un tema donde debiéramos participar todos los ciudadanos, aunando esfuerzos y voluntades. Además de conservar y restaurar es preciso investigar, documentar y difundir. En distintas ciudades se están creando asociaciones ciudadanas de defensa de su patrimonio cultural, con el propósito de intercambiar información, de recordar los edificios que han desaparecido y de denunciar los casos de edificios en riesgo de desaparición.

En la sociedad del siglo XXI tenemos el reto de defender el patrimonio industrial, los edificios y las maquinarias heredados desde la revolución industrial, que tienen para nosotros un valor histórico, artístico y tecnológico más cercano. La creación de diversos Museos de la minería, de la siderurgia, de la energía, del ferrocarril… nos está permitiendo tomar conciencia de nuestro pasado industrial para poder afrontar nuestro futuro post-industrial.