29 de octubre de 2014

De las smart cities a las smart societies

Se designa con el término smart, en su acepción de inteligente, a aquellas soluciones informáticas (hardware+software) que facilitan la gestión de una determinada función, usando el verbo facilitar en el sentido de simplificar.

Tras años de éxito en la aplicación de la informática a la producción industrial, a la gestión empresarial o a la sanidad, en los últimos tiempos está teniendo lugar el salto de las soluciones informáticas aplicadas a la gestión de los servicios urbanos.

Estos sistemas informáticos están compuestos por sensores y actuadores, por procesadores (cerebros electrónicos) y por software. En el concepto de smart city se pretende aprovechar los avances en capacidad de proceso de datos y en las redes de comunicaciones (TIC) en la gestión de los distintos servicios urbanos, con una componente social.

El uso conjunto de procesadores (herramientas matemáticas) y de algoritmos de procesamiento (herramientas cognitivas) está abriendo la posibilidad de ir integrando distintos ámbitos de gestión: el transporte urbano, la energía, el tráfico, los edificios y las viviendas, las industrias, la educación, el ocio...

De esta forma, extrayendo información útil entre los millones de datos manejados por el sistema informático, se puede llegar no solo a la smart city sino a la smart society, incluyendo de forma integrada la gestión del ámbito social, del fomento del empleo, del apoyo a emprendedores, de las ofertas de ocio, etc. ya que la realidad social no se puede separar en elementos independientes.

Con los modelos de gestión actuales es un error que cada negociado o concejalía de un ente local aborde la solución de sus asuntos sin que exista una visión de conjunto y una coordinación que facilite la cooperación necesaria entre los distintos ámbitos.

En estos momentos toda ciudad que se precie está más o menos inmersa en un proyecto de smart city y tanto los regidores municipales como los medios de comunicación nos hablan permanentemente de smart cities, smart energy, smart metering, smart logistics, e-business, e-banking, e-health

Esto supone todo un reto tecnológico, un gran desarrollo de componentes, de equipos y de sistemas, pero antes de empezar a instalar soluciones smart aisladas (antes de emprender carreras entre ciudades) puede ser muy conveniente frenar y echar una pensada para tener en consideración la realidad social de la ciudad que se pretende gestionar de forma inteligente.

Al diseñar una solución smart es imprescindible agregar la inteligencia humana, que nunca debe ni puede ser sustituida por la inteligencia informática. Un sistema informático no es capaz de manejar funciones claves como la gobernanza, la exclusión y la inserción social, ni las interrelaciones entre la asistencia social, la inclusión o el empleo, ni la defensa del patrimonio cultural e industrial.

De igual forma que lo primero que hace el usuario de cualquier aparato electrónico (smartphone, tablet) es personalizarlo según sus gustos y costumbres, en el diseño del sistema electrónico que pueda gestionar las distintas funciones urbanas es preciso tener en cuenta los gustos y costumbres de la sociedad a la que va a dar servicio, es decir, el factor social.

En palabras de la socióloga holandesa Saskia Sassen, especialista en planeamiento y asuntos urbanos, autora de "La ciudad global (1991)" y premio Príncipe de Asturias 2013 de las Ciencias Sociales, "para que las tecnologías que ya están disponibles alimenten realmente a las ciudades, las tecnologías deben reflejar el conocimiento de los habitantes de la ciudad".

23 de octubre de 2014

Slow cities

En los últimos años estamos viviendo diversas reacciones de respuesta a nuestra forma de vida con prisas constantes que tan malas consecuencias está teniendo para nuestra salud física y mental. La vida urbana del siglo XXI, además de estar marcada por el stress, está totalmente desconectada del medio natural y de sus ritmos y ciclos.

La vida moderna es una auténtica carrera de obstáculos, vivimos una existencia en la que todo está cronometrado, somos meros supervivientes, esclavos de nuestras obligaciones futuras que nos impiden disfrutar del presente, en ciudades anónimas e impersonales. Ser lento, hacer las cosas y vivir pausadamente ha llegado a ser algo peyorativo, pero vivir y actuar de forma sosegada, o incluso estar inactivo no tiene por qué suponer estar vacío.

En los últimos 50 años la agricultura y la alimentación han perdido casi todo su valor en la Unión Europea. La reacción comenzó con la slow food, un movimiento surgido en Italia con objeto de preservar la cocina local, basada en productos estacionales, frescos y autóctonos, en contraposición con la comida basura, un concepto de origen estadounidense que nos ha colonizado en las últimas décadas. 


El detonante fue la reacción del sociólogo, activista y escritor gastronómico Carlo Petrini contra la pretensión en 1986 de una conocida franquicia de comida rápida de abrir un local en un lugar histórico tan emblemático como la Piazza di Spagna en Roma. El movimiento slow food, presentado por Petrini en París a finales de 1989, propugna que la comida no sea un mero hábito de ingestión calórica - vitamínica sino un viaje a los sentidos, preservando sabores y tradiciones, donde el tiempo se diluye entre buenos alimentos, una buena compañía y una buena conversación.

Esta primera iniciativa ha sido seguida por otras similares aplicadas a desacelerar otros ámbitos de nuestra vida: el sexo, el trabajo, la salud, la educación o el ocio. Lentamente -no podía ser de otra forma- el movimiento slow se ha ido extendiendo y han ido cogiendo pujanza las prácticas sexuales relajadas, el trabajo tranquilo y bien organizado, las medicinas naturales, la enseñanza pausada -enseñando a los alumnos a pensar- y los hobbies sosegados.

Transcurridos 25 años la comunidad slow va ganado peso alrededor de todo el mundo, pero es en la vieja Europa, la región con mayor patrimonio cultural e histórico por preservar, donde este movimiento ha calado con más intensidad.

Cada vez más ciudadanos van tomando la decisión de vivir sin prisas, de madrugar más y desayunar tranquilamente, de ir paseando al trabajo fijándose en los elementos urbanos más cercanos, de conocer los alimentos que se cultivan en las inmediaciones y sus épocas del año, de comer sin prisas, saboreando, disfrutando y aprendiendo; de viajar sin prisas, alojándose en agro-turismos y conociendo a la gente y a la cultura local.

Nuestro ritmo de vida ajetreado nos obliga a hacer varias cosas a la vez (cenar frente al televisor, hablar por teléfono mientras caminamos), lo que en el fondo significa no hacer ninguna cosa bien. Si conseguimos mentalizarnos para hacer solo una cosa cada vez se puede disfrutar de sensaciones insospechadas. Es posible llevar una vida más relajada y más plena, de forma que cada ciudadano sea capaz de manejar su tiempo y su ciclo vital. Todo esto, que en realidad no es nada nuevo, no supone dejar de ser capaz de apresurarnos cuando sea necesario -y solo cuando sea necesario- sino que busca llegar a ser capaz de vivir disfrutando del presente.

Para que esta iniciativa ciudadana pueda fructificar es preciso que las administraciones más cercanas, los entes locales, faciliten las condiciones adecuadas. Todo el movimiento se plasma en el concepto de slow city, la ciudad lenta con un caracol como símbolo, que busca un equilibrio entre tradición y modernidad, que lucha por no caer en la homogeneización impersonal y que apuesta decididamente por la diversidad, creando espacios urbanos que faciliten la vida sosegada. En estas ciudades todo está pensado y nada queda al azar.


En la ciudad del caracol la actividad humana se concentra en las plazas y calles peatonales en las que abundan pequeños negocios artesanales. Se prioriza el pequeño comercio artesanal en el centro histórico y en los barrios frente a las grandes superficies comerciales situadas en las afueras. El tráfico rodado es eliminado del centro histórico, fomentando el paseo tranquilo y la vida social y en los barrios se implantan las "zonas 30 km/h" para seguridad de los peatones y para permitir una coexistencia pacífica de coches y bicis. Las referencias y símbolos geográficos de la ciudad (el río, el parque, la colina) no solo no se ocultan sino que se resaltan para fomentar el contacto con la naturaleza y en las calles se mantiene y se potencia la arquitectura vernácula.

Una ciudad slow se nutre de un turismo de calidad, atraído por su buena mesa (con alimentos de productores locales), por su hospitalidad y por su respeto al entorno natural. En esta ciudad el tiempo parece pararse para facilitar una reflexión existencial de los lugareños y de los visitantes.

Tomar decisiones importantes, como vivir lento y fomentar la ciudad slow, requiere tiempo y sosiego, pero es evidente que viviendo más lentamente disfrutaremos más y tardaremos más tiempo en caer agotados.

3 de octubre de 2014

Reciclaje (II): reciclar después de separar

Tras haber comentado cómo se deben separar adecuadamente las distintas fracciones de residuos para poderlos reutilizar y/o reciclar a continuación, corresponde ahora analizar cómo debieran llevarse a cabo las operaciones que conforman el resto de la cadena.

Está claro que la reutilización y el reciclaje están muy vinculados con la separación previa y la recogida separada de las distintas fracciones de los residuos urbanos. La recogida separada debe ser el medio para mejorar la calidad de los productos reciclados, y debe ser un traje a medida en cada caso concreto. El diseño de la recogida separada debe estar basado en las salidas de materiales reciclados, teniendo en cuenta la existencia o no de industrias reprocesadoras y la existencia o no de demanda para estos materiales secundarios.

Este concepto tan simple de tener en cuenta la realidad local, no se ha aplicado en España con la frecuencia deseable. Se ha dedicado mucho dinero público a poner en práctica sistemas de recogida separada que no funcionan y a sistemas de tratamiento ineficaces o que no sirven para nada, solamente por apuntarse a una moda o por salir en la foto. Es inmoral gastarse dinero público en marear los residuos sin ton ni son.

Una buena parte de los ciudadanos desconoce qué sucede con sus residuos una vez han sido recogidos de los contenedores a pie de calle. Para ellos la gestión de sus residuos ya ha terminado en cuanto su contenedor se vacía.

Sobre el concepto de reciclaje también puede haber dudas en la ciudadanía, debido al mal uso que se hace de la palabra reciclar. Reciclar es simplemente volver a introducir un material usado en el ciclo de producción y consumo, es decir, reciclar es cerrar un círculo.

Para ello es preciso que se den simultáneamente varias condiciones:
  • Que la separación a priori de las fracciones reciclables sea correcta 
  • Que existan en la cercanía instalaciones y actividad económica estable de valorización material a partir de las fracciones reciclables separadas 
  • Que exista una demanda de materiales reciclados
Pero incluso entre la pequeña parte de la ciudadanía que entiende el reciclaje como un proceso circular puede haber un cierto escepticismo al no saber con certeza que las fracciones reciclables separadas con su esfuerzo no acaban en un vertedero o transportados a algún lejano país.

Este desconocimiento y este escepticismo hacen que en general la sociedad no sea consciente del valor real (económico, ambiental y social) del reciclaje y caiga en la apatía, amenazando el objetivo final de todo el sistema de gestión de residuos.

La Estrategia Europa 2020 tiene entre sus 7 iniciativas emblemáticas la de una Europa que emplee eficientemente sus recursos y la Directiva 2008/98 marco de residuos nos obliga a cumplir con determinadas cuotas de reciclaje (el 50% en 2020). En España se ha estado durante años apostando por el compostaje y/o por la biometanización de la materia orgánica mezclada, con resultados muy poco satisfactorios, de forma que en un país muy afectado por la erosión resulta imposible dar salida al "compost". Y la reacción de los dirigentes políticos ha sido intentar hacer malabarismos con las estadísticas, con una visión tan corta como la duración de una legislatura.

La mayor información a la ciudadanía sobre todo el concepto y sobre el valor real del reciclaje es la única forma de lograr que se active la demanda de materiales reciclados para que todas las piezas del puzzle terminen encajando, de forma que las fracciones reciclables que hemos separado y depositado en el contenedor vuelvan a nuestros hogares en forma de camisetas o de frascos de champú.

Como de costumbre, la última palabra la tenemos los ciudadanos. La modificación de la demanda, los nuevos hábitos de compra y de consumo, o los cambiamos los ciudadanos o no los cambia nadie. Somos nosotros quienes manejamos los dos extremos: separar bien, y crear demanda de materiales reciclados. Una vez conseguido esto -que no es nada fácil- el resto será mucho más sencillo.