27 de febrero de 2014

Nuestros edificios, auténticos sumideros de energía

En los últimos 20 años el consumo de energía en los hogares españoles ha aumentado en un 50%. Las causas de este derroche energético son diversas: una construcción energéticamente deficiente de la mayor parte de los edificios, una falta de cultura sobre conservación de los edificios y sus instalaciones térmicas y unos malos hábitos energéticos por parte de los ocupantes de las viviendas, con estilos de vida que suponen un incremento en la demanda de calefacción, de refrigeración, de iluminación y de energía eléctrica en general.

En 2006 las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) debidas al consumo energético de los edificios en España tanto las debidas al uso de combustibles para calefacción y agua caliente sanitaria como las debidas al consumo eléctrico supusieron del orden de 90 millones de toneladas de CO2 equivalente, lo que supuso más del 20% del total de las emisiones de GEI en España.

El consumo de energía de un edificio a lo largo de su ciclo de vida (60 años) se puede desglosar en un 30% durante la construcción, un 60% durante su uso y un 10% durante su demolición. Es bastante frecuente, al menos hasta hace pocos años, que quien diseña y construye un edificio se centre en reducir el coste de la construcción, sin tener en cuenta el coste de mantener el edificio a lo largo de toda su vida útil. Así, la mayor parte de nuestros edificios tienen fugas térmicas hacia adentro y hacia afuera, por lo que es necesario recurrir a combustibles (fósiles) para compensar estas carencias constructivas. El resultado es que se han construido casas baratas cuyo mantenimiento sale muy caro, lo que en la actual crisis económica, junto con precios energéticos impredecibles y elevados, ha provocado fenómenos crecientes de pobreza energética en muchos hogares.

Según el IDAE el reparto aproximado del consumo energético en una vivienda media durante todos sus años de uso es el siguiente: 33% en calefacción, 33% en consumidores eléctricos, 26% en agua caliente sanitaria, 7% en alumbrado y 1% en refrigeración.

En cuanto a energía térmica, una vivienda bien aislada puede reducir el consumo de energía para calefacción, evitando fugas de calor, hasta en un 40%. Paradójicamente la mayor parte de la energía que se consume en calefacción no es para subir la temperatura interior, sino para compensar las fugas de calor. Lo más habitual en edificios de viviendas es disponer de calefacción y ACS mediante calderas de gas, ya sean centralizadas o individuales.


En cuanto a energía eléctrica los principales consumidores los tenemos en la cocina (placas y horno, micro-ondas), en electrodomésticos (etiquetado energético en lavadoras, lavavajillas, frigoríficos y congeladores), en electrónica de consumo (TV, música, ordenadores, teléfonos).

Sobre la energía y los edificios los ciudadanos tenemos escasa concienciación. Un porcentaje significativo de los ciudadanos sabemos y tenemos muy en cuenta lo que consume nuestro coche, siendo la cifra de consumo uno de nuestros criterios de compra al cambiar de vehículo. Sorprendentemente, para la gran inversión de nuestra vida, la compra de una vivienda, que supone del orden de 20 veces más desembolso que un coche y que va a estar presente en nuestras vidas durante bastante más tiempo que un vehículo, la gran mayoría ni conocemos ni valoramos los gastos energéticos de la vivienda, que sin embargo suponen una importante partida de nuestros gastos mensuales.

La Unión Europea lleva años desarrollando políticas de difusión y sensibilización sobre la demanda de energía en las viviendas. Algunos ejemplos de planes y políticas en distintos países de la Unión Europea se muestran a continuación:
  • Alemania: a partir de 2020 ningún edificio podrá usar combustibles fósiles.
  • Austria: a partir de 2015 los edificios de alquiler social serán de consumo neto cero.
  • Dinamarca: a partir de 2020 todos los edificios de nueva construcción deberán consumir un 75% menos de energía de lo que se les exigen actualmente.
  • Finlandia: a partir de 2015 todas las nuevas viviendas deberán seguir la norma Passivhaus.
  • Francia: a partir de 2012 todas las nuevas construcciones serán de bajo consumo energético (norma Effienergie).
  • Holanda: a partir de 2015 los edificios de nueva obra deberán consumir un 50% menos de energía (referido a la actual legislación que exige un consumo neto cero para 2020).
  • Hungría: a partir de 2020 todos los nuevos edificios serán de cero emisiones.
  • Inglaterra y Gales: a partir de 2013 los edificios de nueva obra deben consumir un 44% menos energía, el equivalente a una casa pasiva.
  • Irlanda: para 2013 todos los nuevos edificios han de ser de consumo neto cero.
  • Suecia: reducción del consumo energético en W/m2 en un 20% para 2020 y en un 50% para 2050, tomando como referencia los valores de 1995.
Mientras tanto, en España, lo poco que legisla a favor por parte del Ministerio de Fomento va en contra de la normativa energética del Ministerio de Industria. En lo relativo a conciencia social todo lo que se ha hecho es exigir una certificación energética para poder vender o alquilar una vivienda. Una mirada a los escaparates de nuestras inmobiliarias demuestra una realidad mediocre, con la gran mayoría de las viviendas certificadas como clase D o peor. ¿Hasta cuándo nuestro mercado inmobiliario va a seguir valorando más una vivienda céntrica y soleada que una con certificación clase B?

15 de febrero de 2014

La huella de una ciudad de un millón de habitantes

En 1950 el número de ciudades con más de un millón de habitantes en todo el mundo era de 80. En 2000 eran ya más de 350 y se estima que para 2025 serán del orden de mil las ciudades con un millón de habitantes o más.

Las ciudades viven una constante transformación y su evolución es un reflejo de la vida cultural de sus ciudadanos. Si un desarrollo urbano se caracteriza por el caos, por el desprecio por el pasado, por los intereses económicos o por el afán de la novedad por la novedad, se puede deducir que, por debajo de las apariencias más o menos ostentosas, existe un vacío cultural.

Debido a su creciente relevancia económica en todas las regiones del mundo las ciudades son los motores del crecimiento del futuro. En las últimas décadas ha habido en todo el planeta un desplazamiento generalizado de población desde las zonas rurales hacia las ciudades. Como se indicó en la entrada anterior, a nivel mundial, en 2007 hubo por primera vez más habitantes en las ciudades que en el mundo rural.

En las ciudades, que ocupan menos del 3% de la superficie del planeta, se consume el 75% de la energía del mundo y se emite el 80% del CO2. La huella ecológica que dejan las ciudades (calidad del aire, ruidos, electromagnetismo) es muy superior a sus capacidades biológicas.

De forma similar a las personas, una ciudad vive; y vivir supone respirar (aire), beber (agua) y consumir (territorio, recursos materiales y energéticos). Una ciudad europea tipo, del orden de un millón de habitantes, consume diariamente 11.500 toneladas de combustibles (mayoritariamente fósiles), 320.000 toneladas de agua y 2.000 toneladas de alimentos. Y también diariamente genera 25.000 toneladas de CO2 equivalente, 300.000 toneladas de aguas residuales y 1.600 toneladas de residuos urbanos.


Un análisis sereno de estas cifras nos debiera incitar a la acción ciudadana. Pese a que sobre la ciudad dispersa los ciudadanos no podemos hacer gran cosa, salvo reforzar y usar más el transporte público, es posible actuar en ciertos ámbitos, en especial en el consumo de combustibles, de agua y de alimentos. Además de exigir unas redes de energía, agua y transporte público modernas y bien gestionadas, está en manos de la ciudadanía reducir la demanda de energía (eléctrica y para calefacción) mejorando nuestros hábitos, renovando nuestras casas e incluso generando nuestra propia energía distribuida a partir de fuentes renovables (solar, geotermia, biomasa…). También está en nuestras manos reducir nuestro consumo de agua y potenciar el consumo de alimentos locales. Y el crecimiento en el uso del vehículo eléctrico permitirá reducir sensiblemente el consumo de derivados del petróleo (de importación), el ruido y la contaminación atmosférica.

O sea, que la lucha por la reducción de las emisiones de CO2 está en manos de los ciudadanos. No depende solamente de políticas ni de acuerdos internacionales, sino que la suma de pequeñas actitudes por parte de muchos ciudadanos mínimamente concienciados puede conseguir resultados espectaculares.

Los principales retos en cuanto a sostenibilidad de la ciudad post-industrial del siglo XXI se pueden resumir en:
  • Energía: consumo, ahorro y eficiencia energética
  • Urbanismo y renovación urbana: ocupación del suelo, edificación, rehabilitación
  • Movilidad urbana y logística
  • Ciclo del agua: abastecimiento y saneamiento
  • Residuos y suelos: recogida y tratamiento de residuos urbanos
  • Calidad del aire y cambio climático
  • Biodiversidad y espacios naturales
  • Competitividad y desarrollo económico
  • Seguridad ciudadana
  • Trabajo y participación en redes
Nuestras ciudades son una imagen de la evolución de nuestra sociedad y los cambios apuntados en las conductas de los ciudadanos pueden influir notablemente en la huella de nuestras ciudades.

A nivel institucional el pujante mundo urbano deberá redefinir y reconstruir la ciudad existente, renovando los espacios urbanos y el parque edificado de viviendas. Pero solo desde una visión integral, teniendo en cuenta todos los factores y retos antes expuestos, es posible definir y planificar actuaciones integrales que permitan superar los retos existentes para que las ciudades puedan seguir siendo en el futuro un motor de desarrollo económico, social y ambiental.

5 de febrero de 2014

Los retos de las ciudades del siglo XXI

A lo largo de las últimas décadas han tenido lugar en todo el mundo muchas transformaciones económicas, sociales, demográficas y territoriales. Cientos de millones de habitantes de zonas rurales se han trasladado a las grandes ciudades, de sus países o de otros, atraídos por la posibilidad de encontrar una nueva forma de vida.

El efecto de este desplazamiento masivo ha sido un desequilibrio territorial cuyo resultado es el hacinamiento de miles de personas en grandes metrópolis, así como la despoblación de muchas zonas rurales, abocadas a un incierto futuro.

De hecho, el medio urbano es una plasmación del desequilibrio, porque la urbanización supone una alteración del medio natural y por la fuerte dependencia del exterior que tienen las ciudades para abastecerse de recursos. 

En la siguiente tabla se muestra la evolución de la población en el mundo desde el comienzo de la primera revolución industrial, expresada en millones de habitantes.


Resulta innegable que la vida en las grandes ciudades ofrece contribuciones positivas en lo social, como las mayores tasas de empleo, el uso del transporte público, las bajas tasas de delincuencia, la conservación de los centros históricos, el acceso a la vivienda y a los servicios sociales y la baja segregación social.

Pero la vida en las ciudades tiene también un peaje ambiental. La calidad de vida urbana se ve afectada por el ruido, la densidad de tráfico, la contaminación atmosférica, la mala gestión del medio ambiente, el descuido del entorno construido y la falta de planificación estratégica.

En las últimas décadas algunos ciudadanos han decidido huir de las aglomeraciones urbanas y se han instalado en la periferia. Esta dispersión geográfica de corto radio ha generado un aumento del tráfico, la actividad económica se ha trasladado a la periferia y los centros de las ciudades se han debilitado y en ocasiones se han deteriorado.

En muchas partes del mundo existen ciudades post-industriales, con una ordenación del territorio muy mejorable, rodeadas por restos de fábricas obsoletas, con evidentes daños ambientales y con usos poco racionales de la energía.

Pese a la gran diversidad de modelos de ciudad, en todos los países desarrollados las ciudades deben afrontar el problema de aumentar su prosperidad económica y su capacidad competitiva y de reducir el desempleo y la exclusión social, a la vez que protegen y mejoran el medio ambiente urbano. Este reto lo están abordando algunas ciudades mejor que otras.

Es evidente que en todo el planeta existen importantes problemas económicos, sociales y ambientales. En el Foro Mundial de Ciudades celebrado en Bilbao en junio de 2013 los bloques temáticos tratados han sido la planificación urbana integrada y la gobernanza dinámica, la construcción de una economía competitiva, el aseguramiento de un medio ambiente sostenible y la consecución de una alta calidad de vida en las ciudades.

Pero la realidad es que los urbanitas del siglo XXI tenemos ante nosotros un desafío muy claro: recuperar los centros de nuestras ciudades como espacios públicos urbanos, como parte importante de la vida social y recuperar la conexión de las personas con la naturaleza.

El punto candente sobre los retos de las ciudades del siglo XXI es el urbanismo, que está a su vez muy ligado a la energía. Es necesario repensar las ciudades desde el punto de vista de la eficiencia energética, reduciendo la demanda energética de las energías convencionales y desarrollando la generación distribuida a partir de energías renovables.

Las ciudades son parte del problema económico, social y ambiental que estamos viviendo y deben ser también parte de la solución. La huella ecológica urbana tiene alcance planetario. La lucha contra el cambio climático es una carrera de fondo, cuyo resultado se va a dilucidar en el seno de las ciudades, si entre todos somos capaces de reconducir nuestros modelos urbanos.

La meta se encuentra aún muy lejos y la responsabilidad de avanzar en este sentido es de las entidades públicas locales y regionales, apoyadas por iniciativas privadas. La planificación urbana -no solo urbanística, sino también energética y ambiental- es una condición sine quae non para asegurar la calidad de vida en las ciudades. Y aquí es donde los ciudadanos podemos adoptar un papel mucho más activo.