29 de mayo de 2016

Reducir el consumo de energía en oficinas

Si aceptamos que la escasez de los recursos energéticos de origen fósil y el cambio climático están cobrando carta de naturaleza en la percepción social, el ahorro de energía será uno de los aspectos a trabajar en cuanto a iluminación y climatización de edificios. Dentro de las actuaciones a tener en cuenta está nuevos desarrollos en cuanto a equipos más eficiente y nuevos hábitos de consumo de los usuarios.

En una oficina se desarrolla una actividad intelectual, para lo que se necesita tener unas condiciones de ergonomía y confort (calidad del aire, luminosidad).

Tanto los ocupantes de la oficina como los aparatos de iluminación y los equipos informáticos son una importante fuente de calor en su interior. Por lo tanto para obtener unas condiciones de confort se debe tener en cuenta simultáneamente la distribución de puestos de trabajo y la ocupación de personas, los niveles de luminancia y la adecuada climatización. Un confort térmico adecuado permite estar a gusto y poder trabajar bien y evita riesgos de salud en el puesto de trabajo. 

El consumo de energía de un edificio -cualquiera que sea su uso- viene determinado por su diseño y sus características constructivas: orientación, soleamiento, aislamiento térmico e instalaciones térmicas existentes. Algunas de estas características son mejorables por medio de un proyecto de rehabilitación energética integral del edificio.

Sin embargo, independientemente de la certificación energética del edificio en donde tenemos nuestra oficina, algunos hábitos de consumo pueden reducir sensiblemente la factura eléctrica de la empresa. Estos simples hábitos, sobre los que se va a incidir en esta entrada, suponen un cambio en nuestra cultura energética, y son conductas que no requieren ninguna inversión.

La ONG WWF ha editado una guía sobre oficinas eficientes que contiene múltiples sugerencias.

Los principales consumos energéticos en un edificio de oficinas son:

- Iluminación y consumidores eléctricos (equipos informáticos), con el 35-40%
- Climatización, que supone el principal consumo, desglosado entre calefacción 20-25% y refrigeración 25-30% 
- ACS: 5%

Aparte de las consideraciones que puedan tener los responsables de arquitectura – decoración de la oficina (distribución del espacio de trabajo aprovechando la luz y la ventilación natural) y los responsables de mantenimiento (mantenimiento preventivo y correctivo de la instalación de climatización, del aislamiento térmico del edificio y del aislamiento térmico de los conductos de aire acondicionado), los usuarios del edificio -los oficinistas- tienen mucho que aportar en cuanto a ahorro de energía.

Cualquier actuación encaminada a la reducción del consumo de energía en una pequeña oficina debe partir de un compromiso de la dirección, debe ser explicado y debe ser compartido por el resto de personas que trabajan en la oficina. Suele ser habitual designar a un responsable de eficiencia energética (la voz de nuestra conciencia que nos recuerda que no dejemos cosas encendidas si no están funcionando). 

En este plan se puede comenzar por hacer un inventario de consumidores eléctricos (lo que nos da alguna sorpresa) y continuar con una parte experimental de medida de consumos con un contador instantáneo (lo que puede dar bastantes sorpresas, ya que la electricidad es como un fantasma, se sabe que se consume pero no se sabe cómo ni dónde).

Este tipo de aparatos funcionan de forma similar a un watímetro, aunque en realidad miden voltamperios, se conectan con una simple pinza al cuadro eléctrico de la oficina y permiten conocer cada pocos segundos el consumo eléctrico instantáneo en kWh, las emisiones equivalentes de CO2 y el gasto en €. Conectando y desconectando distintos consumidores se obtienen conclusiones muy interesantes. No están homologados como medidores precisos del gasto eléctrico, sino que son meras herramientas para poder medir y cambiar hábitos de consumo.

Tras descubrir que muchos consumidores (por ejemplo, ordenadores) siguen consumiendo electricidad incluso apagados es muy fácil que prendan nuevos hábitos, como utilizar para los equipos informáticos regletas de enchufes con interruptor y apagar este interruptor al salir de la oficina.

Y, una vez prendida la chispa del ahorro energético, se puede debatir en grupo sobre cuándo y cómo encender el aire acondicionado, si puede ser suficiente con abrir ventanas opuestas para crear una corriente de aire, cuál debe ser el punto de consigna de temperatura (por cada ºC de más el consumo en climatización aumenta un 5-10%). 

Evidentemente, en un mismo espacio de trabajo distintas personas pueden tener distintas sensaciones térmicas. En general, en días de mucho calor es suficiente con fijar una consigna de temperatura interior de 25ºC para que las personas se sientan cómodas. Además conviene que la diferencia entre la temperatura exterior e interior (consigna) no supere los 12ºC, con objeto de que la instalación de climatización funcione correctamente, de que no se causen afecciones a la salud (resfriados, etc) y de evitar despilfarros.

En las conclusiones del plan de ahorro las personas deben ir por delante, el confort en el puesto de trabajo siempre debe ser más importante que cualquier consideración económica.

Este tipo de medidas, similares a las de reducir los residuos generados en oficinas, puede servir además para crear equipo entre los ocupantes de la oficina. 

Además la nueva cultura energética de cada usuario es perfectamente exportable al domicilio de cada oficinista, pues el contador instantáneo es un juguete muy adictivo que se puede llevar a casa para medir, contagiar y actuar en el ámbito doméstico.

8 de mayo de 2016

Alimentación y nutrición urbanita

La alimentación se refiere a la forma de proporcionar al cuerpo humano las sustancias que necesita para vivir. Por su parte, la nutrición es el conjunto de mecanismos por medio de los cuales el organismo recibe, transforma y utiliza los elementos químicos contenidos en los alimentos que ingiere. La alimentación es voluntaria -se puede elegir lo que se come- mientras que la nutrición depende de factores genéticos y del entorno.

Durante años, una vez quitada el hambre de la postguerra, en España se ha seguido una alimentación tradicional, basada en la dieta mediterránea que, entre otras cosas, ha dado como resultado una elevada esperanza de vida.

La dieta mediterránea se ha seguido tradicionalmente en los pueblos del Sur de Europa. Durante el siglo XX esta dieta estuvo desprestigiada hasta que en los años 60 científicos especialistas como Ancel Keys y Francisco Grande Covián la volvieron a sacar a la luz tras comprobar sus efectos beneficiosos para la salud y su incidencia en la prevención de las enfermedades cardiovasculares.

Sin embargo, desde hace unos 20 años las sociedades urbanas desarrolladas van en sentido contrario en cuanto a dietética y nutrición. Pese a seguir teniendo una gran variedad de alimentos con un importante valor nutritivo, se ha ido abandonando la dieta tradicional,-más en la ciudad que en el campo- ha bajado el consumo de alimentos frescos (verduras, legumbres) y ha aumentado la cocina foránea, envasada y llena de grasas.

La cesta de la compra de hace una generación estaba formada por arroz, pan, patatas, garbanzos, frutas, verduras, carnes, lácteos, comprados tras un proceso de elección informada. Una cesta de la compra actual se compone de platos precocinados, conservas, congelados, hamburguesas, salchichas, salsas, mantequillas, bebidas gaseosas, comprados sin mirar, muchas veces a través de Internet.

Hemos copiado las costumbres dietéticas de los estadounidenses, con un modo de vida y un fondo cultural que dedica muy poco tiempo a comer, y prácticamente nada a cocinar, y cuyo resultado evidente es una alimentación incorrecta. El principal ingrediente de una dieta saludable es el sentido común, pero la realidad es que el binomio de dieta moderna y vida sedentaria es una de las plagas del siglo XXI. Además nuestros hábitos nos llevan a comer fuera de casa por motivos laborales o de estudios y estas comidas las solemos hacer con prisas, dedicando muy poco tiempo para la comida, ya que predomina la imagen del trabajador hiperactivo como imagen de la modernidad.


Nuestra preocupación por la obesidad se debe más a cuestiones estéticas que a sus consecuencias sobre la salud. Para corregir estos excesos, además de apuntarnos (pagar para luego no ir) a un gimnasio, nos hemos visto inundados por una avalancha de pastillas milagrosas y productos antiobesidad que -en el mejor de los casos- solo producen efectos saciantes, diuréticos o laxantes.

Evidentemente todo este desbarajuste ha hecho que nuestro organismo se resienta. El exceso de grasas, proteínas y carnes es la causa de diversas patologías alimenticias como la obesidad, el exceso de colesterol, el ácido úrico, la diabetes, los infartos, el cáncer de colon, etc. (palabras todas ellas desconocidas hace poco más de una generación). Además el aumento de enfermedades degenerativas podría tener alguna relación con nuestras carencias nutritivas.

En este panorama tan poco halagüeño causa especial inquietud la alimentación infantil, donde escasean las verduras, patatas, arroz y pasta y donde abundan las galletas y la bollería. Además del alto porcentaje de escolares (y también de adultos) que se saltan el desayuno, desde hace años los pasteles prefabricados han sustituido a los bocadillos del colegio y la cena en casa, donde supuestamente se corrigen posibles carencias alimenticias del colegio, se limita en ocasiones a hamburguesas o pizzas precocinadas. Es posible comer bien y barato, pero es más frecuente comer mal y caro.

Además un estudio de la Fundación Británica de Nutrición indica que una buena parte de los niños desconocen el origen de la mayor parte de nuestros alimentos. Y no cabe duda de que los británicos son mucho más aficionados a los huertos y jardines que los habitantes del Sur de Europa.

Así que tenemos un problema de índole profesional (el sedentarismo) combinado con uno de índole personal (la alimentación). Por suerte se aprecian algunas reacciones, no tanto en cuanto a alimentación -a pesar del movimiento slow food- pero sí en cuanto a nuevos hábitos urbanitas, siendo algunos ejemplos el renacimiento de los huertos urbanos (en azoteas y otros espacios urbanos) como alternativa a la cesta de la compra en los supermercados, los huertos en espacios periurbanos (para jubilados) o los cada vez más ciclistas urbanos.

Para combatir el sedentarismo, los ejercicios con mejores resultados a largo plazo son caminar a paso ligero y desplazarse en bicicleta. Por tanto se pueden “matar dos pájaros de un tiro” para la movilidad por la ciudad.

Uno de los precursores de la medicina natural y un luchador incansable contra el alcoholismo, el tabaquismo, la mala dieta y el sedentarismo fue, hace 50 años, el doctor Pedro Bilbao Encera, quien afirmaba que “vuestros alimentos son vuestra propia medicina”. Fue el iniciador de los paseos prescritos por el muelle de Arriluze en Getxo que, afortunadamente, han tenido continuidad generacional en muchos otros espacios urbanos.

Los nuevos hábitos dietéticos y la adopción de hábitos de vida saludables (convertirnos en gourmets, prestar más atención a la calidad que a la cantidad y recordar a la figura del doctor Pedro Bilbao) deben formar parte de la nueva cultura de los consumidores del siglo XXI.