5 de octubre de 2015

Ciudades bajas en carbono y ciudades inteligentes

El economista holandés Peter Nijkamp, junto con otros investigadores, define como ciudad inteligente (smart city) a aquella ciudad en la cual las inversiones en capital humano y en capital social, así como las infraestructuras de comunicaciones tradicionales (transporte) y modernas (TICs) impulsan un crecimiento económico equilibrado y una alta calidad de vida, a través de una gestión eficiente de los recursos naturales y de una gobernanza participativa.

Por otro lado, una ciudad o una economía baja en CO2 asegura elevados niveles de vida a la vez que aumenta la eficiencia en cuanto a emisiones de CO2 en la producción y consumo de bienes y servicios. La ciudad baja en carbono debe reducir sus emisiones de GEI, tanto las directas como las indirectas.

Ambas definiciones incluyen los términos de eficiencia económica y ambiental, alineadas con los planteamientos de la economía circular.

En muchas ciudades europeas se han lanzado proyectos de smart cities, los ciudadanos oímos cosas pero parecen conceptos difusos. Existen diferentes visiones sobre qué es una ciudad inteligente. Para las empresas de telecomunicaciones la clave es una plataforma tecnológica (TIC), para las empresas de servicios la calve son las infraestructuras y los servicios urbanos, y para las empresas energéticas la clave son la movilidad y las redes eléctricas inteligentes.

Sin embargo una ciudad inteligente tiene más ingredientes, ingredientes intangibles que no pueden ser suministrados por este tipo de empresas. Según el Libro blanco de las smart cities, una ciudad inteligente es un espacio de competitividad en el cual existen unos mecanismos de mercado en torno a los cuales surgen iniciativas para proporcionar mejores servicios a los ciudadanos.

Las seis facetas a manejar cuando se habla de ciudades inteligentes son la economía, las personas, la vida ciudadana, la gobernanza, la movilidad y el medio ambiente. De estas 6 facetas las más recurrentes en los proyectos de smart cities son el medio ambiente y la movilidad.

Se han hecho estudios en busca de una definición medible de una ciudad inteligente, en función de su capacidad de acumular, conservar, integrar y perfeccionar su legado de capital físico, capital natural (los ecosistemas) y capital social (el bienestar humano).

Para comparar ciudades inteligentes y ciudades bajas en CO2 se han elaborado diferentes clasificaciones.

Los rankings de ciudades bajas en CO2 se basan en emisiones per cápita, a partir de los inventarios de gases de efecto invernadero.

Los rankings de ciudades inteligentes se basan en índices compuestos, con distintos indicadores y ponderaciones. En 2007 se elaboró un primer ranking de smart cities europeas, entre 70 ciudades de tamaño medio (entre 100.000 y 500.000 habitantes). Para ello se establecieron más de 30 indicadores, agrupados en las seis facetas antes mencionadas. Los indicadores considerados para medir cómo de inteligente es una ciudad fueron los siguientes:


De todos estos indicadores hay pocos que puedan ser suministrados por empresas tecnológicas, de servicios/infraestructuras o energéticas. Tal como se decía en una entrada anterior, una ciudad inteligente tiene que estar dentro de una sociedad inteligente y estos intangibles son temas de dirigentes políticos con visión de futuro y, sobre todo, de los ciudadanos.

Por cierto, este ranking estuvo encabezado por ciudades danesas, finlandesas, holandesas, austriacas, pero ninguna del Sur de Europa entre las 20 primeras. Para encontrar las diferencias podemos volver a repasar la lista de indicadores. ¿Todavía somos tan distintos?     

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