Como contrapunto estival a nuestros ancestros certeros, en las próximas entradas se va a ofrecer una recopilación más o menos jocosa sobre predicciones
fallidas sobre el éxito o fracaso de distintas innovaciones.
Desde hace dos o tres de siglos la ciencia y la tecnología
empezaron a impactar en la vida cotidiana de la sociedad. Y desde entonces
diversos oráculos y futurólogos -algunos de ellos con una gran influencia religiosa- y muchos prestigiosos
científicos y medios de comunicación han fallado en sus pronósticos sobre
avances tecnológicos, sobre nuevas cosas posibles e imposibles.
Durante muchos siglos en Europa hubo conflictos entre la
religión y la ciencia, con dogmas religiosos inmunes a la evidencia científica.
Así en 1633, con objeto de "justificar" la condena de la iglesia católica a Galileo Galilei, el astrónomo italiano Scipione Chiaramonti afirmó
que “Los animales, que se mueven, tienen miembros y músculos. La Tierra no
tiene ni miembros ni músculos, por consiguiente no se mueve”.
El siglo XIX fue muy pródigo en inventos tangibles, y también en
predicciones fallidas augurando su éxito o fracaso. Los tiempos adelantaban que era una barbaridad y se
lanzaban muchas ideas, más o menos locas, de las que solo tuvieron éxito unas
pocas. Los inventores buscaban apoyo financiero para avanzar y dar forma a sus
inventos y surgieron algunas visiones erróneas sobre las posibilidades reales
de uso de los primeros prototipos, expresadas por financieros, empresarios y
científicos con más incontinencia verbal que conocimiento e información.
Algunos rectificaron y corrigieron su predicción, pero otros siguieron “en sus
trece”.
El profesor de Filosofía y Astronomía en el University
College de Londres (UCL), Dionysius Larder aseguró en 1836 que ningún barco de
vapor podría cruzar el Atlántico porque necesitaría consumir más carbón del que
podría llevar a bordo; dos años más tarde (1838), el SS Great Western lo
cruzaba (abriendo la ruta Bristol - Nueva York). El propio Larder también se
atrevió a pronosticar en 1839: “No es posible viajar en trenes con motor de vapor a alta velocidad
(más de 15 km/h) porque en los túneles los viajeros no podrían respirar y morirían de asfixia”.
Cuando en 1859 Edwin L. Drake intentaba contratar obreros
para su proyecto de búsqueda de petróleo en Oil Creek (Pennsylvannia), estos le
contestaron: “¿Excavar en busca de petróleo? ¿Quieres decir perforar el suelo
para intentar descubrir petróleo? ¡Estás loco!”.
En medicina y cirugía también hubo algunas predicciones
erróneas, basada en prejuicios éticos. El médico británico de origen danés Sir
John Eric Erichsen, cirujano mayor de la reina Victoria, afirmó solemnemente en
1873: “No pueden siempre quedar nuevos campos a conquistar por el bisturí;
deben quedar partes del cuerpo humano inmunes a intrusiones, al menos a las
quirúrgicas. No hay duda de que hemos llegado ya al límite. El abdomen, el
pecho y el cerebro, estarán por siempre cerrados a la intrusión de los
cirujanos sabios y humanos”.
En 1876 Alexander Graham Bell patentó el teléfono, tras años
de trabajos previos por parte de otros investigadores. Poco antes, el abogado
Rutherford B. Hayes, futuro 19º presidente de los EEUU afirmó: “El teléfono es
una innovación increíble, pero ¿quién lo va a usar?”. Y poco después, ante la propuesta de Bell de venderles su patente, un informe
interno de la Western Union afirmaba: “Ese aparato
tiene demasiados fallos como para ser considerado un medio de comunicación
serio. El teléfono no tiene ningún valor intrínseco para nosotros”. Cuando el
teléfono desplazó al telégrafo la Western Union se centró en el negocio de
transferencias de dinero.
Incluso tras el éxito del teléfono en los EEUU, en
Inglaterra aún había reticencias. Sir William Henry Preece, ingeniero jefe de la
British Post Office afirmó: “Puede que en Norteamérica necesiten el teléfono,
pero aquí no: aquí tenemos muchos recadistas”. Poco después
(1892) él mismo dirigió la puesta en servicio de la red británica de telefonía.
Y para cerrar el siglo XIX, en respuesta a un artículo científico de 1899 que aventuraba qué posible inventos podría traer el nuevo siglo XX, el comisario de la Oficina de Patentes de los EEUU Charles Holland Duell respondió categóricamente: “Todo lo que se puede inventar ya se ha inventado”.
Y para cerrar el siglo XIX, en respuesta a un artículo científico de 1899 que aventuraba qué posible inventos podría traer el nuevo siglo XX, el comisario de la Oficina de Patentes de los EEUU Charles Holland Duell respondió categóricamente: “Todo lo que se puede inventar ya se ha inventado”.