3 de enero de 2017

Ciencia, política, religión y cambio climático (I)

En general los modernos temas científicos (las células madre, el genoma humano y la terapia genética, las redes sociales, el bosón de Higgs, los agujeros negros, la inteligencia artificial) no suelen crear grandes debates sociales. Sin embargo la degradación ambiental del planeta y más en concreto, el cambio climático y el calentamiento global parece ser la excepción que confirma esta regla.

A lo largo de la Historia ha habido cambios climáticos, habiéndose alternado períodos glaciares con períodos interglaciares, una muestra de que el clima es algo dinámico. Lo que hace problemático al actual cambio climático es la velocidad a la que está ocurriendo y las causas que lo están provocando. Aunque las verdades científicas no son verdades absolutas y en general son probabilísticas, desde los años 90 del siglo XX la temperatura media del planeta tiende claramente hacia el calentamiento y los últimos 15 años han sido excepcionalmente cálidos. 

Este calentamiento está afectando a todo el planeta, pero con más intensidad al hemisferio Norte. Los efectos más evidentes de estas nuevas condiciones climáticas son los deshielos de los glaciares, el aumento del nivel de los mares (un riesgo para muchas ciudades y regiones costeras) y los fenómenos climáticos extremos (olas de calor, olas de frío, sequías, lluvias e inundaciones) y sus consecuencias (hambrunas, enfermedades, éxodos).

También hay evidencia científica en cuanto a que el problema del cambio climático se debe a que la concentración en la atmósfera de los gases de efecto invernadero (GEI) está aumentando sensiblemente (un 40% en los últimos 130 años) y a que este aumento se debe mucho más a la actividad humana que a causas naturales. 


Se han planteado distintos escenarios a futuro sobre los límites de este calentamiento global y, una vez más, resulta evidente que, si no se hace algo serio, el escenario futuro va a ser muy preocupante. Las nuevas condiciones climáticas están haciendo ya que algunas especies afectadas tengan que desplazarse, mientras que otras especies (incapaces de moverse) se extinguirán.

Con todas estas evidencias el veredicto científico es que el cambio climático está sucediendo ya, que es debido a la actividad humana y que supone riesgos significativos para el planeta. Igualmente está claro que para que el escenario futuro sea menos preocupante es preciso actuar ya en reducir los niveles de GEI en la atmósfera. Y para ello hay que actuar ya en dos direcciones, en crear sumideros de GEI (aumentar las masas vegetales) y -sobre todo- en reducir las emisiones de GEI a la atmósfera.

Pero la ciencia en solitario no es capaz de solucionar esta crisis planetaria. Como se ha visto en entradas anteriores la reducción de las emisiones de GEI implica cambios en el modelo energético (sustitución de combustibles fósiles por energía renovable) y en cambios de comportamiento (ahorro energético y nuevos modelos de consumo, de movilidad, de uso de los recursos o de alimentación). 

Lo chocante es que, pese a todas estas evidencias y veredictos científicos sobre las causas y los impactos del cambio climático, no estamos actuando. Esta inacción puede ser debido a que cambiar cuesta, a que las consecuencias del cambio climático son a largo plazo, a la falta de certeza absoluta sobre las consecuencias y al lobby negacionista liderado por el influyente sector petrolero.

Dado que la evidencia científica no es suficiente para que los ciudadanos cambiemos nuestra mentalidad, los seres humanos necesitamos nuevas motivaciones. Necesitamos nuevas formas de relacionarnos con la naturaleza, necesitamos una nueva conciencia ética sobre nuestras actuaciones (guiadas muchas veces por el egoísmo, la avaricia y la falta de de visión) y su impacto sobre el planeta y necesitamos replantearnos nuestro desarrollo futuro. 

En este aspecto los dirigentes políticos internacionales, mediatizados por intereses políticos y económicos, han fallado una vez tras otra. El protocolo de Kyoto fue papel mojado. En las sucesivas cumbres anuales de las partes los líderes políticos internacionales hacían declaraciones huecas y trampas para ganar tiempo.

Los países más desarrollados (la UE y los EEUU) han basado su desarrollo económico a lo largo del siglo XX en los combustibles fósiles, originando un problema climático que afecta a todo el planeta. Aparentemente para nuestros dirigentes políticos globales resulta imposible aceptar ser responsables de las causas del cambio climático, ponerse de acuerdo en las acciones a acometer (en su prioridad y en su reparto) y financiar las actuaciones necesarias. Así ha ocurrido en las reuniones anuales de la Conferencia de las Partes de la ONU (con fracasos muy sonados, como en Copenhague 2009), hasta llegar a los acuerdos de París en Diciembre de 2015.

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