12 de junio de 2014

Tendencias en economía (I): la economía del bien común

En los últimos 30 años ha habido grandes cambios socio-económicos en gran parte de las regiones del mundo. Por una parte, salvo unas pocas excepciones, ha caído la economía planificada (el comunismo) y por otra parte la economía de libre mercado (el capitalismo) ha cometido graves errores, al moverse guiada por los mercados financieros y actualmente está desprestigiada.

Muchas multinacionales están cómodas en esta situación de globalización y muchas pymes son meras subsidiarias de las multinacionales. Así que durante años se ha mantenido el discurso absurdo de que “quien cuestiona el capitalismo está con el comunismo”. Pero en los últimos años están cobrando fuerza algunas nuevas iniciativas. Según encuestas realizadas por la Fundación Bertelsmann en diversas regiones de Austria, Alemania y Suiza (que tienen una tasa de desempleo del 4%) el resultado es que un 87% de la población pide una nueva vía, un modelo económico alternativo.

Una de estas iniciativas, promovida por el filósofo y economista austriaco Christian Felber, es un nuevo movimiento económico-social surgido en 2010 y denominado "la economía del bien común". El concepto parte de la base de que en que la mayor parte de las Constituciones y normas legales se indica que la actividad económica debe estar al servicio del bien común.

Para llegar a esto en la economía real el actual modelo económico capitalista debe adaptarse, sustituyendo los valores que actualmente lo guían (el ánimo de lucro y la competencia feroz) por otros valores más sociales como la cooperación y la contribución al bien común. De esta forma el nuevo fin de las empresas y organizaciones pasará a ser su aportación al bien común.

Esta tercera vía deberá regirse por unos principios básicos que representan los valores humanos en los que se basan nuestras relaciones personales: la confianza, la responsabilidad, la honestidad, la solidaridad, la cooperación, la generosidad...

Según estas ideas a la naturaleza se le concede un valor propio, por lo que no puede transformarse en propiedad privada. A quien necesite un pedazo de tierra para vivir, agricultura o comercio, se le cede una superficie limitada, a cambio de una tasa de utilización. El uso de la tierra estará condicionado a criterios ecológicos y a la actividad concreta. Esto será el final del latifundismo, de la especulación inmobiliaria y de la apropiación de grandes superficies por multinacionales u otros países.

Las empresas guiadas por estos principios y valores deberán obtener ventajas normativas frente a las que solo buscan beneficios económicos (al margen de la protección de los intereses de las personas o del medio ambiente). Este proceso social debe conseguir que legalmente se deje de tratar a todas las empresas y organizaciones por igual, de forma que una empresa que compite con ventaja por ofrecer productos no éticos, por no pagar salarios justos o por no proteger el medio ambiente no sea tratada de igual forma (en temas fiscales, arancelarios, crediticios o de compra pública) que quien bajo las actuales reglas de juego compite en desventaja. La discriminación positiva que se plantea a favor de quienes juegan limpio inclinarán sin dudas la balanza hacia la economía del bien común.

La evaluación de la aplicación de estos valores en cada empresa dará unos indicadores del bien común, que vendrán a sustituir a los actuales indicadores monetarios del éxito empresarial (a nivel macroeconómico el PIB, y a nivel microeconómico el beneficio económico de las empresas), y permitirá a los consumidores elegir a sus suministradores de productos o servicios.

Estos indicadores serán cuestiones como la forma en que una empresa vive la dignidad humana, la solidaridad, la justicia social, la sostenibilidad ambiental y la democracia, con todos sus grupos de interés: los suministradores, los proveedores de dinero, los empleados, los clientes, los “competidores”, el entorno social y ecológico y las generaciones del futuro.

Así, junto con el producto que ofrece al mercado, la inclusión de la “etiqueta ética” de la empresa (en un formato similar a la etiqueta energética) permitiría al consumidor contar con una valiosa información antes de tomar su decisión de compra.

Debido a que el éxito empresarial se concibe con un significado muy diferente al actual, se demandarán otras competencias de gestión. Las empresas ya no buscarán a los directivos más duros y a los ejecutivos de la “eficiencia cuantitativa”, sino a los más responsables y socialmente competentes, a los más empáticos y sensibles que consideran la cooperación y la búsqueda del bien común como una oportunidad y un beneficio para todos.


Para afianzar en los niños estos valores y comportamientos, el sistema educativo debería estar igualmente orientado hacia el bien común. Esto implica otra forma de enseñanza y otros contenidos, como por ejemplo: ética, comunicación, emocionología, educación democrática, experiencia de la naturaleza y sensibilización corporal.

En resumen, con algunos planteamientos de tipo asambleario algo utópicos desde el punto de vista liberal y con otros asuntos aún pendientes de definición, estas nuevas ideas constituyen todo un aldabonazo en la conciencia de la empresa capitalista. El modelo suena atractivo y solo falta ver si es capaz de dotarse de las herramientas adecuadas para ser puesto en marcha. Como siempre, su éxito o fracaso dependerá de la implicación o no de las empresas y de los ciudadanos.

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