4 de mayo de 2014

Emprendizaje: nuevas iniciativas ante una nueva realidad

Entre los muchos cambios sociales que han tenido lugar en las últimas décadas uno de los más relevantes ha sido el del mercado laboral. Han quedado atrás los tiempos en los que unos estudios (una formación profesional o una carrera universitaria) aseguraban la obtención de un empleo, una carrera corporativa sin grandes altibajos y una jubilación plácida y tranquila. La crisis generalizada ha supuesto una sensible reducción en la oferta de empleo, sobre todo entre los más jóvenes. Nuestro mercado laboral se caracteriza por una competencia atroz por un número de puestos de trabajo cada vez menor, unos salarios a la baja y unas prestaciones sociales cada vez más reducidas.

Pero además existe otra causa de base, que es la carencia de habilidades críticas en los jóvenes demandantes de empleo. 

Hay que asumir esta nueva realidad, aunque aún permanecen muchas inercias sociales y familiares sobre el camino a seguir por los recién titulados.

Pese a lo que ha costado su formación, la juventud supone la mitad de los millones de desempleados de España. Hace 4 ó 5 décadas había varios puestos de trabajo por cada universitario recién titulado, mientras que en la actualidad existen varios recién titulados por cada puesto de trabajo.

Uno de los síntomas claros es la divergencia entre el mundo formativo (formación profesional y universitaria) y el mundo empresarial, la brecha entre la teoría y la práctica. Los empleadores, los educadores y los jóvenes viven en el mismo mundo pero perciben diferentes realidades. El interés de los educadores por el mundo empresarial no es muy elevado y tras la etapa académica abundan más los empleados y asalariados que los emprendedores. Incluso en determinados ámbitos la palabra empresario tiene connotaciones negativas. Está claro que cualquier solución pasa por infundir una cultura emprendedora desde las etapas educativas más tempranas.

Además no están claras cuáles son las habilidades que demandan los empleadores ni tampoco por qué los formatos educativos no proporcionan el perfil del empleado que demandan los empleadores. Cada pareja de elementos de esta terna (solicitante de empleo, mundo educativo y mundo empresarial) echa la culpa al tercero y el resultado es que una cosa son los conocimientos adquiridos en la etapa formativa y otra muy distinta es cómo transformarlos en productos y servicios que aporten valor a la sociedad.

Pero haciendo buena cara del mal tiempo, si existe una vocación emprendedora, es cierto que nunca ha habido tantas oportunidades y tantos apoyos (incubadoras de empresas de nueva creación, ángeles de negocios o fondos de inversión) para emprender como hoy. El autoempleo y el emprendizaje son nuevas opciones de ocupación laboral. La búsqueda de la independencia económica puede propiciar que los jóvenes creen empleo de calidad -por ejemplo en empresas de base tecnológica y creativa- para sí mismos y para otras personas, en lugar de esperar a que “alguien” lo haga por ellos.

Resulta evidente que el emprendizaje no vale para cualquier persona. Hay que ser a la vez rebelde e innovador y también estar dispuesto a correr ciertos riesgos. Para emprender es necesario tener un objetivo y ser capaz de llevarlo a la práctica, ganas de aprender, confianza en uno mismo, ilusión, paciencia y optimismo. Emprender puede suponer vivir para trabajar, para sacar adelante el proyecto empresarial -y a la vez disfrutar- en vez de simplemente conformarse con trabajar para vivir.

Entre las ventajas de los jóvenes emprendedores está el que no tienen una familia que mantener y que no buscan el dinero inmediato. Y entre las barreras a superar está la falta de formación en gestión empresarial (finanzas, administración, marketing, recursos humanos) por parte de los recién titulados.

Desde el punto de vista institucional es preciso facilitar la creación, el desarrollo y la consolidación de nuevas empresas innovadoras y creativas. En ocasiones en los programas públicos de ayuda a nuevas empresas cobran demasiado protagonismo las propias instituciones, haciendo creer a los nuevos emprendedores que ellas están obligadas a darles dinero, en vez de que ellos intenten obtenerlo directamente de sus clientes, lo que supone una cierta confusión. Para elaborar buenos programas de impulso a emprendedores las instituciones debieran contar con la participación de emprendedores con experiencia, que aporten sus vivencias personales y que transmitan sus éxitos y sus fracasos.

En síntesis, las administraciones debieran darse cuenta de que enseñar a pescar -idealmente de la mano de pescadores expertos- resulta bastante más efectivo que pasarse la vida dando pescado.

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