28 de septiembre de 2017

Somos lo que comemos

Los urbanitas de los países más avanzados nos hemos rendido ante el lobby alimentario. Según el economista y agrónomo brasileño José Graziano da Silva, director de la FAO, hemos delegado nuestra alimentación a la industria de producción y distribución de alimentos. Llevamos un ritmo de vida acelerado y no tenemos tiempo para ir a la compra, seleccionar los alimentos en el mercado y cocinar como nuestras madres y abuelas. Y sin embargo, dedicamos unas cuantas horas cada día a ver a TV o a navegar por Internet. Con estos hábitos consumimos alimentos procesados, caros y nocivos. No sabemos lo que comemos, compramos productos empaquetados, congelados y tiramos de micro-ondas.


Los habitantes de la ciudad nos hemos alejado del sector primario, del mundo agrícola, que en la actualidad se encuentra tocado y sobrevive a duras penas. Y mientras, es en las ciudades donde están los desafíos, dietas pobres o saturadas de alimentos ultraprocesados, sobrepeso y obesidad, desperdicios de alimentos, hambre urbana…

Y la alimentación sana no solo es un tema de precios. Hace una o dos generaciones la alimentación suponía casi la mitad del presupuesto doméstico. En la actualidad, en muchos países desarrollados, el gasto en comida está entre el 10 y el 20%. En los países de rentas medias y altas los precios supuestamente más altos de los alimentos naturales no son la causa principal de nuestra mala alimentación. El grueso de nuestro presupuesto lo dedicamos a la vivienda, al coche y a Internet. 

Para cambiar estos malos hábitos alimentarios se debe empezar por las escuelas. Y no es un asunto cuya responsabilidad sea exclusiva de las familias, sino que también las administraciones públicas debieran también intervenir, diseñando los menús escolares que se ofrecen en los colegios. 

La compra pública incluye mucha comida y se suele comprar mediante licitaciones globales a grandes suministradores, buscando los precios más bajos del suministro a gran escala y olvidándose de los pequeños productores locales.

Por suerte, parece que empieza un regreso a las costumbres de nuestros abuelos, volvemos a querer preparar nuestra comida. Estamos empezando a dar importancia al consumo de productos frescos y de temporada, empezamos a disfrutar en la cocina, durante la comida y en la sobremesa. Incluso hay personas que vuelven a querer trabajar la tierra (en huertos urbanos, en sus jardines, balcones o macetas), aunque sea solo por afición. Siendo conscientes de que la alimentación es salud y que la salud es la vida, cada vez son más las personas que deciden no externalizar su alimentación (su vida) y recuperar el control sobre esto. Según el cocinero Aitor Elizegi la nutrición va a ser uno de los valores del siglo XXI.

Para recuperar nuestra salud, y sobre todo la salud de nuestros hijos es preciso recuperar la salud de nuestro maltrecho sector primario. Y para acercar las huertas a las ciudades es necesario hacer llegar Internet a todos los agricultores y pescadores, para permitir nuevos canales de comercialización, de forma que los productores puedan quedarse con los márgenes de comercialización y los consumidores podamos poner cara y ojos a los alimentos que ponemos sobre nuestra mesa.

Y los poderes públicos deberán intervenir para garantizar una adecuada nutrición de sus ciudadanos. En Octubre de 2015 se firmó el Pacto de Milán, sobre política alimentaria urbana. Este pacto, al que ya se han suscrito cientos de ciudades de todo el mundo puede ser la gran oportunidad para una transición agroalimentaria impulsada desde las ciudades.

No hay comentarios:

Publicar un comentario