18 de agosto de 2016

Predicciones erróneas sobre innovaciones (I)

Como contrapunto estival a nuestros ancestros certeros, en las próximas entradas se va a ofrecer una recopilación más o menos jocosa sobre predicciones fallidas sobre el éxito o fracaso de distintas innovaciones.

Desde hace dos o tres de siglos la ciencia y la tecnología empezaron a impactar en la vida cotidiana de la sociedad. Y desde entonces diversos oráculos y futurólogos -algunos de ellos  con una gran influencia religiosa- y muchos prestigiosos científicos y medios de comunicación han fallado en sus pronósticos sobre avances tecnológicos, sobre nuevas cosas posibles e imposibles.

Durante muchos siglos en Europa hubo conflictos entre la religión y la ciencia, con dogmas religiosos inmunes a la evidencia científica. Así en 1633, con objeto de "justificar" la condena de la iglesia católica a Galileo Galilei, el astrónomo italiano Scipione Chiaramonti afirmó que “Los animales, que se mueven, tienen miembros y músculos. La Tierra no tiene ni miembros ni músculos, por consiguiente no se mueve”.

El siglo XIX fue muy pródigo en inventos tangibles, y también en predicciones fallidas augurando su éxito o fracaso. Los tiempos adelantaban que era una barbaridad y se lanzaban muchas ideas, más o menos locas, de las que solo tuvieron éxito unas pocas. Los inventores buscaban apoyo financiero para avanzar y dar forma a sus inventos y surgieron algunas visiones erróneas sobre las posibilidades reales de uso de los primeros prototipos, expresadas por financieros, empresarios y científicos con más incontinencia verbal que conocimiento e información. Algunos rectificaron y corrigieron su predicción, pero otros siguieron “en sus trece”.

El profesor de Filosofía y Astronomía en el University College de Londres (UCL), Dionysius Larder aseguró en 1836 que ningún barco de vapor podría cruzar el Atlántico porque necesitaría consumir más carbón del que podría llevar a bordo; dos años más tarde (1838), el SS Great Western lo cruzaba (abriendo la ruta Bristol - Nueva York). El propio Larder también se atrevió a pronosticar en 1839: “No es posible viajar en trenes con motor de vapor a alta velocidad (más de 15 km/h) porque en los túneles los viajeros no podrían respirar y morirían de asfixia”.

Cuando en 1859 Edwin L. Drake intentaba contratar obreros para su proyecto de búsqueda de petróleo en Oil Creek (Pennsylvannia), estos le contestaron: “¿Excavar en busca de petróleo? ¿Quieres decir perforar el suelo para intentar descubrir petróleo? ¡Estás loco!”. 


En medicina y cirugía también hubo algunas predicciones erróneas, basada en prejuicios éticos. El médico británico de origen danés Sir John Eric Erichsen, cirujano mayor de la reina Victoria, afirmó solemnemente en 1873: “No pueden siempre quedar nuevos campos a conquistar por el bisturí; deben quedar partes del cuerpo humano inmunes a intrusiones, al menos a las quirúrgicas. No hay duda de que hemos llegado ya al límite. El abdomen, el pecho y el cerebro, estarán por siempre cerrados a la intrusión de los cirujanos sabios y humanos”.

En 1876 Alexander Graham Bell patentó el teléfono, tras años de trabajos previos por parte de otros investigadores. Poco antes, el abogado Rutherford B. Hayes, futuro 19º presidente de los EEUU afirmó: “El teléfono es una innovación increíble, pero ¿quién lo va a usar?”. Y poco después, ante la propuesta de Bell de venderles su patente, un informe interno de la Western Union afirmaba: “Ese aparato tiene demasiados fallos como para ser considerado un medio de comunicación serio. El teléfono no tiene ningún valor intrínseco para nosotros”. Cuando el teléfono desplazó al telégrafo la Western Union se centró en el negocio de transferencias de dinero. 

Incluso tras el éxito del teléfono en los EEUU, en Inglaterra aún había reticencias. Sir William Henry Preece, ingeniero jefe de la British Post Office afirmó: “Puede que en Norteamérica necesiten el teléfono, pero aquí no: aquí tenemos muchos recadistas”. Poco después (1892) él mismo dirigió la puesta en servicio de la red británica de telefonía.

Y para cerrar el siglo XIX, en respuesta a un artículo científico de 1899 que aventuraba qué posible inventos podría traer el nuevo siglo XX, el comisario de la Oficina de Patentes de los EEUU Charles Holland Duell respondió categóricamente: “Todo lo que se puede inventar ya se ha inventado”. 

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